XXI.

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—No pueden obligarme a hacer esto. ¡No es justo!—.

Una pequeña charla en la casa de los Manoban se había convertido en una disputa sobre lo que era mejor o no para Lisa.

Jennie seguía los movimientos de su novia, sentada en una esquina del sofá.

La pelinegra caminaba de un lado a otro por la pequeña sala, agitando sus brazos y haciendo diferentes muecas mientras hablaba. Los padres de ésta la observaban con molestia, su hija era una cabeza dura y sabían que era difícil hacerla entrar en razón, por eso invitaron a Jennie. Su influencia podría servir de algo.

—Es lo mejor cariño —su madre lo repetía por quinta vez— la escuela puede esperar. Necesitas toda tu energía para las quimioterapias—.

—¡Puedo hacer ambas cosas! —la voz de Lisa se quebró al final, evidenciando su frustración y las ganas de llorar que la situación le causaba.

—¡No, no puedes! —Marco se levantó, apuntando con un dedo a su hija— Ni siquiera puedes caminar una cuadra sin sofocarte, ¿cómo se supone que irás de aquí a allá por los pasillos? La decisión está tomada—.

—No pueden pasar sobre mí de esa manera —lo retó.

—Ya lo hicimos —dijo el hombre robusto y se marchó del lugar.

Un silencio tomó lugar entre las tres mujeres que quedaron.

Habría que ser muy valientes para romperlo.

—Creo que, podemos llegar a un acuerdo —por suerte, Jennie poseía esa valentía.

Su novia y su suegra la observaron con un brillo de esperanza.

—¿Qué se te ocurre querida? —le preguntó la mayor.

Chitthip Manoban, la madre de Lisa, era más flexible que su esposo, así que rápidamente se interesó por lo que la castaña tenía para decir. Ella sólo quería ver a su pequeña feliz, porque sabía que en el fondo estaba aterrada.

—Podemos hablar con la señorita Alexa —la directora— para que Lisa acuda sus días libres a la escuela, y cuando le toque quimioterapia, estudie desde casa. Yo puedo ayudarla, al fin de cuentas sigo siendo su tutora—.

Lisa elevó una ceja y una sonrisa llena de picardía apareció, sonrojando a Jennie.

La mayor observó esa pequeña interacción entre las dos, pero no dijo nada. Más tarde hablaría con su hija.

—Esa idea es maravillosa —dejó un beso en la cabeza de la castaña y se sentó a su lado. —¿Ves? ¿Tan difícil es llegar a un acuerdo sin mandar a la mierda lo que yo quiero? —se dirigió a su madre.

—No cantes victoria, aún debes convencer a tu padre —se levantó. No dejaría que se saliera con la suya tan fácil, aunque en realidad Chitthip haría el trabajo difícil hablando con su esposo antes de que Lisa lo hiciera. —Te quedas en tu casa, Jennie. Si tienen hambre, hay algo de lasaña, sólo deben calentarla —le dijo y se marchó.

Lisa pasó su brazo por los hombros de la castaña, atrayéndola hacia ella.

—¿Tienes hambre?—.

—Hmm, sí. Creo que deberíamos calentar la comida —habló la pelinegra en voz baja, comenzando a dejar pequeños besos en el cuello de Jennie.

—¿Q-qué haces?—.

—Calentando la comida —respondió obvia, sin separar sus labios de la piel.

—¡Lisa! —chilló.

—Ya, vamos —le tendió una mano.

—Te quedas sin postre por incendiar la comida —le susurró al pasar a su lado, dejándola boquiabierta.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora