Un silencio pesado y extenso se creó de pronto en la suite Rinaldi. Todavía podía oír su boca repitiendo esas palabas, a pesar de que Marco DeLuca solo nos miraba, esperando que procesáramos la información. Pero no podía pretender que pudiésemos decir algo. Al menos, yo no. Acababa de conocer a mi padre luego de quince años, y en vez de darme un puto abrazo, me ofreció su empresa, la cual tendría que dirigir con sus otros tres hijos. Los cuales, por cierto, eran mis medios hermanos.
—¿Me estás diciendo que te follaste a otras tres mujeres? —preguntó el que estaba a mi lado.
—Eiden... —comenzó Marco pero su hijo lo interrumpió. Es decir, mi nuevo medio hermano. Mi ceño se frunció solo al pensar eso.
—Eiden, los huevos —le espetó levantándose de la silla—. Vengo por buena voluntad a querer conocerte, porque creí que querías comenzar a hacer buena letra y tal vez me traías un regalo. Vaya regalo, tres jodidos hermanos.
—Estoy seguro de que tu madre te dijo que no planeaba volverme un padre de pronto —le dijo antes de dirigirse a todos—. Y si alguna de ellas les dijo que era lo que pensaba, ninguna me conoce por completo.
Hice una mueca, recordando que mamá me había advertido que Marco solo iba a querer un trato de negocios. Él no quería llevarnos a comer, a ver partidos de baseball ni al cine. Él no nos quería para eso.
—Me voy —dijo Eiden, yendo hacia el sofá para tomar su mochila.
—Si te vas ahora, no tendrás oportunidad de cambiar de opinión —intervino Marco, lo que hizo que su hijo se detuviera—. Ven, escucha lo que tengo para decir. Y si ninguno acepta esto, en menos de una hora estarán saliendo de aquí, de vuelta a la casa de cada uno.
Mis ojos estaban clavados en la mesa, como si aún estuviese tratando de imaginar que la voz de mi padre concordaba con su rostro, pero él ya estaba por tirar otra bomba atómica. Él ya iba a comenzar con la propuesta de negocios, y yo todavía no podía entender que los dos chicos frente a mí, mirándose algo extrañados, eran mis hermanos.
Ni siquiera supe cuándo, pero Eiden tiró su mochila sobre el sofá y se volvió a sentar a mi lado, intentando calmarse. Marco asintió con la cabeza y carraspeó su garganta antes de hablar.
—Primero quiero hablar de ustedes, porque sé que ninguno de ustedes sabía que tenían hermanos. Ni siquiera sus madres, así que no las culpen por esto. Yo fui quién los mantuvo en secreto.
Lo miré con furia, esperando que dijera algo que me hiciera cambiar de opinión sobre levantarme e irme, ni siquiera dándole la oportunidad de hablar sobre el trato de negocio. Se lo podía meter en el culo si seguía revelando secretos que nadie sabía.
—Pero la realidad es que siempre tuve planeado conocerlos en algún momento. Cuando todos tuviesen la suficiente capacidad para entender ciertas cosas. La suite Rinaldi estuvo vacía desde la edificación de todo el campus. Siempre fue para ustedes, por eso hay cuatro habitaciones, porque yo siempre supe que ustedes eran cuatro.
—¿Por qué esperaste hasta ahora? —preguntó el mayor frente a mí.
—Porque eran niños. De hecho, aún lo son. A mi parecer, verlos con catorce y quince años me hace creer que incluso aún es pronto para mostrarles todo este mundo.
—Yo apenas tengo trece, por cierto —intervino Blas, totalmente serio. Casi enfadado, porque su propio padre no sabía su edad.
—Lo sé, sé que eres más pequeño que el resto. Pero el punto es que no puedo cambiar lo que sucedió, ni tampoco tengo intenciones de hacerlo. Sería desperdiciar energía en algo imposible. Pero si puedo llevar a cabo mis ideales para ustedes, y no quiero que tengan que sufrir lo que yo.

ESTÁS LEYENDO
Los chicos de Terralta (Parte I y II)
Novela JuvenilSkyler Marin es una pueblerina con un gran talento para la arquería. Una noche en una fiesta de disfraces, se acuesta con un misterioso chico con máscara al cual le pide su número. Se enamora del extraño, pero todo termina pronto, pues él jamás quis...