CAPÍTULO 3

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Me miraba en el espejo, viendo lo bien que me quedaba el vestido, los tacones a juego y el maquillaje que yo misma me había hecho. Tal vez era por culpa de mi egocentrismo, el que mi hermano me había pegado inconscientemente, pero el vestido me quedaba genial.

— ¿Ese es el vestido que utilizarás para la fiesta, hermanita? —entró mi hermano por la puerta de mi habitación, haciendo que dejara de mirar mi reflejo y clavara directamente mis ojos en los suyos azules— Por qué te queda horrible. —me sonrió divertido, intentando provocarme, pero recordé que la última vez que me enfadó, él no había acabado muy bien:

Hacía unos días estábamos entrenando con nuestras propias espadas, cuando él soltó uno de esos comentarios odiosos que me sacaban de quicio, y lo desarmé con tal brusquedad que casi lo decapité ahí mismo. Solamente él sabía enfadarme tanto.

— ¿Por qué no te metes en tus asuntos Jir? Tal vez así dejarás de meterte en vidas ajenas —Comenté, mientras me acercaba a él con lentitud, arrastrando la larga cola de mi vestido esmeralda— Podrías comenzar ocupándote de la mancha que tienes en la chaqueta del traje.

— ¿Qué? ¿tengo una mancha? —preguntó él angustiado, mientras buscaba la supuesta mancha que tenía en su chaqueta. Aproveché el momento y le di una colleja, haciendo que levantara la cabeza y me mirara con desagrado, al darse cuenta de qué la mancha  era solamente una distracción.

— Oh, ¿te has asustado? Lo siento, no era mi intención —dije con ironía— ¿Porqué no te vas un rato a molestar a Alissa? —sugerí con una sonrisa, ofreciéndole que molestara un rato a nuestra hermana.

Recogí mi enorme y desordenada habitación la cual, normalmente, me ayudaba a recoger Alice, pero en días como ese, ella y las demás esclavas de la mansión se encargaban de los preparativos de la fiesta.

Comencé a recoger los restos de maquillaje esparcido por el tocador de madera blanca, y después guardé diversas cosas, que estaban por el suelo, en su sitio. Harta de recoger trastos de la habitación, hice mi cama de color verde oscuro, y me marché de la habitación, recorriendo el estrecho pasillo que llevaba a diversas habitaciones, pero yo me dirigí a la que estaba justo al lado de la mía; a la habitación de mi hermana.

Cuando entré me encontré a mi hermana pequeña de medio lado, acariciando a su mascota, su ratón, que lo tenía tristemente encerrado en una jaula en el suelo, al lado de su cama, ya que nuestro padre no quería ningún animal suelto por casa.

— ¡Por Tenor y Bessie —nombré a mis dioses guerreros cuando la vi—, estás preciosa, Alissa! —exclamé mientras la miraba con satisfacción al verla tan bonita.

Ella ya estaba arreglada, maquillada perfectamente y llevaba un larguísimo y bello vestido de color rosa pastel y, como yo, unas rosas de color negro puro bordadas en su vestido, con el pelo casi rubio recogido en dos trenzas muy largas.

Había sido bella desde pequeña, como también había sido tan encantadora. Giró su cara hacia mí, dejando de acariciar a su ratón blanco, el cual había encontrado el hermano de Alice por la ciudad y se lo había traído hacía un par de meses a escondidas porque sabía que Alissa quería una mascota, aunque obviamente no le habíamos dicho a nuestro padre que el ratón lo había traído él, sino qué habíamos optado por decir que nos lo habíamos encontrado por el jardín trasero de la casa.

— ¡Gracias! —agradeció el halago, mientras se levantaba del suelo donde estaba observando a su ratón— Tú también estás preciosa, aunque... —me miró con desagrado el cabello castaño lacio y largo que lo tenían despeinado y enredado y luego rió.

Era verdaderamente encantadora y a veces me recordaba a nuestra madre, por su manera de ser tan pacífica y relajada, también por su color de ojos tan idénticos a los de ella. Aunque mi hermano también tenía los ojos azules, los suyos eran fríos en comparación a los vivos y tan transparentes de mi hermana.

LA ROSA NEGRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora