CAPÍTULO 37

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Un par de horas después, aún me encontraba encerrada.

No hacía otra cosa que dar vueltas por mi habitación, intentando pensar algún plan para poder liberarme y escapar de mi padre antes de que se desencadenara el horror.

Pero alguien fue mucho más rápido que yo.

Escuché un ruido en el pasillo y corrí hasta la puerta. Pegué mi oreja cotilla en la madera de esta para intentar escuchar lo que sea que sucediera en el exterior de la habitación.

— ¿Brenda, estás ahí? —reconocí la voz de mi hermano, que me hablaba en un susurro.

— Jir —lo nombré en un suspiro—. Sácame de aquí.

Mi inquietud aumentó al no escuchar respuesta de parte de mi hermano. Solamente escuchaba ruidos en la puerta, acompañados de unos silenciosos golpes de cadenas, hasta que la puerta de mi habitación se abrió, dejándome ver el rostro sudado y ensangrentado de Jir.

Abrí los ojos como platos. Le examiné el cuerpo de arriba abajo, intentando descubrir si la sangre que llevaba en el rostro y los puños le pertenecía a él o era de otra persona.

Pero parecía que no lo era. Parecía ser de otra persona. Cuando abrí la boca para preguntarle qué le había sucedido y cómo había logrado liberarnos de las habitaciones, Jir colocó una mano llena de restos de sangre sobre mi boca, obligándome a mantener silencio.

Puso su dedo índice en medio de sus finos labios, haciéndome entender que debía estar callada. Yo asentí lentamente y él quitó su mano de mi boca.

— Sígueme —me murmuró.

Le obedecí y lo seguí por el pasillo, hasta llegar a la habitación de mi hermana, la cual estaba cerca de la mía, aunque casi al final del pasillo.

Jir sacó unas llaves del interior del bolsillo de su pantalón, ahora manchado de extrañas gotas de sangre, y abrió la puerta con ella. La puerta de la habitación de Alissa estaba exactamente igual que la mía: llena de cadenas y un candado pesado de hierro.

No sabía de dónde había sacado la llave, pero fue la indicada para abrir esa puerta.

Abrió la puerta de la habitación con lentitud. La oscuridad nos invadió rápidamente, junto a un olor inhumano. Un olor a cadáver.

No se veía apenas nada en aquella habitación. La luz artificial no funcionaba y me choqué un par de veces con la cama mientras caminaba hasta las ventanas, palpando el aire para no chocar con nada, pero mi idea era más bien absurda porque estas se encontraban al final de la habitación y me choqué con los pies de la cama dos veces.

Cuando llegué hasta las ventanas, por mucho que lo intenté, no podía subir las persianas. Parecía que estaban selladas.

Entonces mi memoria me recordó que tenía una linterna en mi habitación, así que, sin previo aviso a mi hermano, salí de la habitación de mi hermana y me dirigí lo más rápido y silencioso que pude al armario de mi habitación.

Abrí el armario de par en par, con prisa, y observé durante un momento todos los vestidos que había en su interior. Los tacones, los bolsos, las joyas, todo estaba ahí bien ordenado y colocado. Tal y cómo siempre. Como si me estuvieran esperando, como si añoraran ser puestos en mi cuerpo.

Me di cuenta entonces de que me había pasado toda mi vida vistiéndome de una forma que en realidad no me gustaba lo más mínimo. En aquel momento creo que no sería capaz de ponerme de nuevo un vestido incómodo como tal.

Me había dado cuenta de que me gustaba vestirme con pantalones y botas y, si alguien intentaba juzgarme, encerrarme o matarme por ello; adelante. Yo ya no tenía miedo de nada ni de nadie.

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