CAPÍTULO 56

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Después de ponerme la armadura encima de mi ropa caliente y habitual, y guardar bien la varita entre mi bota y el pantalón, salí de mi habitación.

No podía decir que me había acostumbrado a la armadura, porque para eso aún era muy pronto, pero, la verdad era que podía soportar mejor el peso de esta más que el pasado día y eso me alegraba, porque no sabía por cuánto tiempo llevaría puesta esa ropa guerrera. No obstante, esperaba que no fuera mucho tiempo.

En el pasillo me encontré con mis amigos, que ya iban vestidos con la misma armadura que el día anterior. Conversaban tranquilamente mientras hacían bromas entre ellos de cómo les quedaban las armaduras o de otras tantas tonterías que con la gracia que tenían algunos de ellos podrías estar riendo por un buen rato.

A un lado del pasillo había un grupo que reía a carcajadas, formado por Alaric y Blaise, que eran los encargados de hacer reír, y Adonis, Kai, Jir, Agnes, Angela y Edith.

Por otro lado, estaban Aina y Alissa, la cual tenía los ojos rojos, deduje que habría estado llorando. Y por último, Ada que estaba sola en el otro extremo del pasillo, cerca de las escaleras, sentada en el suelo con los brazos apoyados en sus rodillas y su cabeza inclinada hacia arriba, sostenida por la pared.

No había visto a Erin desde el día anterior, pero supuse que las brujas de Zenda se estarían haciendo cargo de él, vigilandolo con atención por si pensaba traicionarlas.

Podía haberme unido a la divertida conversación que estaban teniendo mis amigos, pero opté por no ir, porque ya eran suficientes para pasárselo bien ellos.

En cambio, el par de muchachas que hablaban entre susurros y con pena, no parecían pasarlo bien, sobre todo por los ojos de mi hermana que estaban cristalizados, pero sabía que si me acercaba a ella, Alissa me echaría y repudiaría todo tipo de ayuda o consejo que viniera de mí, así que, decidí acercarme a Ada, que estaba aún más solitaria que el resto.

Su rostro serio y distante casi hizo que me diera media vuelta y me marchara con mis amigos, pero por alguna razón no lo hice. Caminé firme hasta pararme justo delante de ella. Ada miraba hacia el techo y, aunque me tuviera delante de sus narices, y fuera en ese momento más alta que ella, porque esta se encontraba sentada en el suelo, siguió sin mirarme. Así que, me dispuse a sentarme a su lado.

Me agaché y me senté en el suelo frío, que noté invadir mis manos de inmediato. Sin embargo, no lo noté en absoluto en otras extremidades de mi cuerpo que tocaban directamente el suelo porque la armadura de acero impedía que ese frío me tocara.

Miré a mis amigos que reían de nuevo e, inevitablemente, me fijé en Jir.

No parecía para nada asustado, inquieto o una pizca nervioso por la batalla final que tendríamos próximamente. Alissa estaba llorando, sí, pero sabía que no era por la batalla final, sino por lo que Alice nos contó sobre lo que nuestro padre nos haría cuando descubriera ese poder que buscaba entre nosotros. Y ella ya le tenía suficiente pavor a mi padre.

La conocía bien, sabía perfectamente lo que estaba sintiendo. No era difícil para mí saber cómo se sentía Alissa, lo complicado era saber lo que sentía Jir, él siempre había sido muy frío conmigo y creo, que no lo había visto llorar jamás, ni siquiera en el funeral de nuestra madre.

Sin embargo, aquel día sí que pude verle los ojos azules tapados por unas gafas oscuras, los ojos rojos e hinchados. Es decir, había llorado, pero nunca lo había visto hacerlo, y tampoco demostrar algún sentimiento por alguien ajeno a él mismo. Era demasiado egocéntrico como para permitírselo.

Giré mi rostro de nuevo y clavé mi mirada esmeralda en el bonito perfil de Ada, hasta que, al final, me animé a hablarle.

— ¿Aún estás preocupada por lo de tu padre? —le pregunté.

— No —dijo con voz pasota—, ya he dado por hecho que no vendrá a buscarme, seguro que aún no se habrá dado ni cuenta de que no estoy en el Instituto, está muy ocupado con su nueva mujer y su hija.

— ¿Nueva mujer? —pregunté con sorpresa.

Apenas conocía a Ada, pero sí sabía bien quién era su familia. Mi padre siempre había hablado muy bien de esta y de lo honrada y perfecta que era, pero según lo que me estaba contando Ada en ese momento, en realidad, no todo era tan perfecto como la gente conversaba por las calles de Alley Street.

La perspectiva que se puede tener desde fuera cuando opinas de una relación, no es la misma que se tiene cuando estás dentro de esta y, en este caso, la perspectiva y las opiniones maravillosas y perfectas de esa familia, no eran, para nada, la realidad, y los ojos llorosos de Ada al terminar de decirme aquello, fue lo que me lo confirmó, supe que lo estaba pasando verdaderamente mal.

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