CAPÍTULO 38

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Me preparé para atacar cuando mi hermano se lanzó en un visto y no visto a la persona que estaba tan cerca de nosotros.

Seguidamente me quedé de piedra y me tuve que tapar la boca con fuerza para no gritarle a Jir que se detuviera cuando me di cuenta de quién era.

—Alice —murmuró Jir mientras apartaba su espada y su mano del cuello de mi amiga esclava y se alejaba de ella lentamente.

Impulsivamente, me abalancé a amiga, ignorando los ojos azules como el cielo de Jir y los azules eléctricos de Alice, que no dejaban de mirarse entre ellos después de mucho tiempo.

La abracé con tanta fuerza, con tanta añoracion que sentí como gemía de dolor y después me devolvía el abrazo con el mismo cariño y anhelo que yo.

— Brenda —me nombró.

Alice me apartó del abrazo y me examinó el rostro, para después abrazarme de nuevo, casi sin creerse que me tenía delante.

— Oh, por  Morfeo —nombró a su Dios—. Brenda, no sabes la falta que me hacías aquí. Te he echado mucho de menos —me dijo mientras su voz se entrecortaba a medida que me decía la frase.

— Yo también, Alice —aseguré y la abracé de nuevo, esta vez con más fuerza. 

— Necesitamos que nos ayudes —habló mi hermano, interrumpiendo nuestro trágico y bonito momento de amistad.

— Decidme —dijo Alice, poniéndose seria de nuevo, mientras nos apartábamos del abrazo, que segundos antes no sabía que necesitaba tanto.

— No podemos abrir la escotilla —dije—. No sabemos qué hacer, no tenemos la suficiente fuerza, supongo.

Inmediatamente, Alice nos miró con una ceja enarcada y, después, miró el fondo del comedor, el cual estaba totalmente desordenado: con la alfombra apartado a media, uno de los silos a un lado y la mesa puesta de alguna manera, apartada del rincón de lectura donde se hallaba todo aquel desastre.

Mi amiga y esclava se tapó la boca mientras intentaba reír en silencio.

Miré a Jir, que estaba muy concentrado en Alice, mientras yo fruncía el ceño extrañada. No lograba comprender lo que estaba sucediendo en aquel momento: ¿qué le causaba tanta gracia a Alice? ¿Es que no nos iba a ayudar?

Cuando Alice se acordó de nuestra presencia y se dio cuenta de que ambos la mirábamos extrañados, se puso seria. Cómo buenamente pudo.

— Muchachos —comenzó, con un intento de seriedad—, ¿Es que no os habéis dado cuenta aún? —nos preguntó y nosotros negamos con la cabeza—. Oh, por Morfeo, chicos parece mentira que os hayan metido en ese agujero durante horas por toda vuestra infancia.

Arqueamos una ceja, aún más extrañados, hasta que ella habló de nuevo:

— Nunca cambiareis, ¿verdad? —nos preguntó con una media sonrisa—. Os había echado tanto de menos por cosas como estas: ¡sois unos auténticos despistados!

A continuación, nos advirtió de que volvería en un momento y, antes de poder detenerla y poder preguntarle a dónde iba, Alice se marchó hacia la esquina y nos dejó allí solos de nuevo.

Mientras esperábamos nerviosos a que ella volviera a nosotros, yo me coloqué junto a Alissa, de rodillas, mientras ella tenía la mirada perdida y se abrazaba las piernas con sus esqueléticos brazos.

Yo intentaba calmarla, acariciándole de nuevo su largo cabello casi rubio, pero ella no daba señales de absolutamente nada.

Escuchamos, de nuevo, a alguien acercarse por el pasillo hasta nosotros y yo me puse en pie lo más rápido que pude, desenvainando mi daga, al igual que mi hermana, pero nos calmamos de vuelta, cuando vimos que era Alice de nuevo.

Ella metió su mano dentro de un bolsillo, que estaba cosido en un viejo delantal azul oscuro, pero que casi había perdido el color, y de ahí sacó una llave vieja y un poco corroída por su antigüedad. Nos la enseñó, mientras la balanceaba moviendo un hilo fino, en el que colgaba la misma llave, sobre su dedo índice y pulgar.

Jir y yo compartimos una mirada con el ceño fruncido, hasta que al cabo de unos segundos más de reflexión, llegué a la conclusión de a quién pertenecía aquella llave y para qué servía.

Si alguien descubría que esa llave estaba en manos de una esclava cualquiera, como solían denominar a Alice, no me quería ni imaginar qué le pasaría.

No sabía cómo había conseguido la llave, y tampoco estaba segura de si lo quería saber, pero a Alice siempre se le había dado bien ser discreta y era inteligente, así que sabía que se las había apañado bien para conseguir aquello.

Mi amiga de ojos azules y cabello de media melena castaño y ondulado, se acercó a nosotros y nos pasó de largo, caminando directamente hacia la escotilla de hierro negro.

Seguidamente, se arrodilló y metió la llave en una cerradura que había en la puerta de la misma escotilla, y entonces levantó la cabeza. Nos miró con una sonrisa divertida en los labios.

— ¡Por Tenor! Somos unos inútiles —le dije a Jir mientras me mordía los labios para no reírme, cuando me di cuenta de que no nos habíamos acordado de que había una cerradura en la escotilla y, por esa razón, no podíamos abrir la puerta de esta.

— Ya está abierta —nos informó Alice guardándose la llave en su bolsillo—. Ya podéis entrar, yo me quedaré con Alissa—nos aseguró. Jir y yo nos miramos unos segundos y luego volvimos a mirar a Alice, asintiendo—. No tardéis.

Mi hermano y yo nos acercamos a la escotilla, la cual ya estaba abierta de par en par, gracias a Alice. Pero aunque estuviera tan abierta, lo único que podíamos ver era oscuridad.

Por un momento me acobardé. No estaba segura de si pudiera entrar ahí dentro por mi propia voluntad después de todo lo que había sufrido ahí abajo, y seguramente lo que me faltaba por llorar, gritar y resistir a lo largo de mi vida en aquel lugar.

Pero mis amigos estaban en su interior. Estaban en el interior del lugar más catastrófico y maligno que había conocido jamás. Y, si estaban ahí era, mayormente, por mi culpa, así que debía ir a buscarlos.

Debía rescatarlos de las garras de mi padre; de las garras de aquel lugar frío y oscuro, lleno de maldad y terror.

Así que, me armé de valor y miré una última vez a mi hermana y a mi amiga y, luego, Jir y yo nos metimos en el oscuro sótano de las pesadillas.

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