CAPÍTULO 34

117 8 3
                                    

Me temblaban las piernas.

Llevábamos corriendo un buen rato, y aunque las clases que nos había impartido Spiculus fueran duras, creo que escapar de un pueblo que nos quiere encerrar para no sé qué, aseguraba una presión distinta que las broncas y gritos de mi profesor de lucha cuando no corríamos al ritmo que él quería.

Cuando nos aseguramos de que ya no había rastro de los guardias vestidos militarmente, paramos de correr, exhaustos. Me apoyé en un árbol, colocando mis manos en mis piernas delgadas y endebles, mientras respiraba agitadamente.

Cuando me recuperé un poco de la carrera, paseé mi mirada verde y cansada por mis amigos: Alaric estaba sentado en los pies de un árbol, sudado, con los cabellos castaños igual de mojados que los de Blaise, que estaba de pie, a mi lado, intentando recuperar el aliento, mientras se tocaba su cabello negro con calor y desagrado.

Mientras veía el panorama me hice un moño desordenado y mal hecho con apenas fuerza.

Jir también estaba de pie, delante de mí, tomando el aire con las manos apoyadas en su cintura, casi agotado. Angela, por otro lado, estaba recogiendo su media melena de color castaña en una pequeña cola.

Edith también se hacía un moño con su cabello castaño, que podría haber sido igual que el mío, pero la diferencia era que ella se lo hizo casi a la perfección, mientras que notaba como el mío caía poco a poco de la cola, imperfecto.

La verdad es que Edith no parecía muy cansada.

Y, Agnes, en cambio, estaba intentando recuperar el oxígeno, sentada bajo otro árbol, y su cabello negro estaba perfectamente recogido desde antes de que nos pusiéramos a correr, por una cola larga y lisa.

Sin embargo, a excepción de todos mis amigos que tenía alrededor, rozando la muerte por falta de aire, Kai se encontraba de pie, mirando el precioso paisaje que nos rodeaba.

Estaba perfectamente. No sudaba. No intentaba recuperar el aire. Estaba extrañamente igual de bien que antes de que iniciaramos la carrera de escape.

Ese muchacho cada vez era más misterioso.

Pero, entonces, se me pasó por la cabeza que, tal vez, Kai estaba muy bien entrenado y que no le costaba correr tanto como a nosotros. O, al menos, me intenté convencer de que fuera aquella hipótesis.

— ¡Ha sido una pasada! —comenzó a decir Alaric— Pensaba que íbamos a morir ahí dentro —rió él con dificultad aún por la falta de aire en sus pulmones.

— Seguramente moriremos —habló Agnes—. Nadie sale vivo de ese pueblo, si la reina Briana nos quiere muertos, nos encontrará —informó ella, quitándole la euforia a Alaric, y las pocas esperanzas de los demás.

Aún así, omitimos lo que acababa de decir Agnes y comencemos a comer algo que aún teníamos en nuestras mochilas, que por suerte no nos quitaron cuando nos encerraron.

Seguramente estaban tan convencidos que no íbamos a poder salir de aquella sala, que no se molestaron ni en quitarnos las cosas que llevábamos encima.

Después de comer nos pusimos en marcha de nuevo. Alaric y Kai se ubicaron lo más rápido que pudieron entre disputas, y los seguimos por el inmenso bosque verde de camino a la gran ciudad.

Al caminar, cómo los demás iban charlando entre ellos con tranquilidad o, simplemente, se concentraban en no perdernos, yo me evadí de aquel lugar, para irme a uno mucho más lejos.

Comencé a pensar en las ganas que tenía de ver a mi hermana, en cómo estaría, en todas las cosas que podrían haberle pasado. Necesitaba verla lo más temprano posible. Necesitaba saber que estaba bien.

LA ROSA NEGRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora