CAPÍTULO 35

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Me desperté tapada hasta el cuello.

La habitación era fría: no había calefacción y el aire helado de las calles de la ciudad se colaba por los lados de la ventana y por debajo de la puerta chirriante de la habitación.

Me di la vuelta en la cama, poniéndome recta, mirando al techo y deshaciendo el ovillo que había hecho con mi cuerpo mientras dormía.

Comencé a frotarme la cara y los ojos con mis manos y mis dedos congelados, luego me estiré y bostecé cómo cada mañana hacía al levantarme, hasta que me di cuenta de que había alguien a mi lado, en la cama, mirándome fijamente.

Giré la cara y me encontré con Kai. Había estado tan cómoda durmiendo, Kai me había respetado tanto, que no me había dado cuenta de su presencia a mi lado en el catre.

— Buenos días —murmuró mientras me sonreía tiernamente.

— Buenos días —repetí, sonriéndole con cariño.

Seguidamente me senté en la cama mientras abrazaba la manta de la cama con frío. Miré a Kai de nuevo, que estaba totalmente recto tumbado, sin ninguna manta sobre él. Ni siquiera tiritaba, ni se le veía incómodo por el frío.

— ¿No tienes frío? —le pregunté, arqueando una ceja, extrañada.

Nada más escuchar mi pregunta, Kai se levantó de la cama en menos de un segundo. Tan rápido que solté un jadeo por su velocidad feroz. Se puso tenso y me clavó los ojos azules.

— No —contestó con seriedad. Su sonrisa encantadora y su mirada tierna se habían esfumado. Simplemente me miraba tenso e inquieto—, estoy bien.

Ante su reacción, lo miré unos segundos, examinándolo. Intentando encontrar en él la razón por la que me mentía siempre, porque en ese justo momento me acababa de mentir, y eso me irritaba demasiado.

Aunque, por alguna razón que no llegaba a entender, nunca me podía enfadar del todo con él. Le tenía demasiado aprecio como para hacerlo.

Lo miré con más atención: el cabello negro lo tenía parcialmente despeinado, el rostro estaba perfecto, los musculos tensos y su mirada ahora fría, al igual que la habitación.

Me levanté de la cama, abroché mi pantalón correctamente y, sin dirigirle la palabra, me marché al cuarto de baño. Era bastante pequeño: había una ducha, un lavamanos y un lavabo. Todo a conjunto de color amarillo pastel de las paredes, un poco feo la verdad, pero no me fijé emasiado en el color.

Apoyé las manos en el lavamanos y me miré el rostro en el reflejo del espejo que tenía delante. Estaba despeinada y los labios morados por el frío. Abrí el grifo y metí mis finas y pequeñas manos frías bajo el agua.

Para mi sorpresa, el agua estaba aún más  fría. Estaba congelada. Meter las manos debajo de ese grifo era como meterlas en el interior de algún lago congelado.

Me lavé el rostro como pude, intentando no gritar por el frío que tenía y la molestia que me hacía sentir el frío y las malas condiciones en las que tenían Engla y Erik su hostal.

Una vez salí del cuarto de baño y ya estaba arreglada, con un intento de cola de caballo en mi cabeza, y sin sentir ni el rostro y casi ni las lengua por el agua helada, me encontré con que estaba sola, de nuevo.

Cada vez que salía del cuarto de baño, Kai había desaparecido.

Sin embargo, de repente alguien tocó la puerta de la habitación.

— ¡Oh, buenos días! —saludé con alegría cuando abrí la puerta y me encontré con Edith.

— ¡Buenos días, amiga mía! —me saludó ella, sonriente—. Están todos abajo desayunando, yo he venido a recogerte —me informó.

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