Después de un rato, la fiesta llegó a su fin y los invitados se marcharon, incluidos mi tío John y mi primo Adonis, con los cuales había evitado despedirme por pura vergüenza. Me había cambiado de ropa lo más rápido que había podido porque había recordado, más tarde de lo que me hubiera gustado, que todavía no había acabado de hacer mi maleta de mano.
Pero cuando acabé de hacerlo y de recoger las pocas cosas que estaban desordenadas en mi habitación, me miré al espejo. El vestido que llevaba puesto en ese momento era mucho más cómodo que el apretado y largo que había utilizado hacía un rato en la fiesta. Había optado por dejar el recogido que me había hecho mi hermana para no estropearlo tan pronto, y la maleta de mano hacía que algo en mi interior se removiera, algo como la tristeza.
Me dirigí a la puerta de la habitación decidida a salir, pero no pude. Me giré de golpe, y observé durante unos segundos mi habitación, mi refugio. Había pasado mucho tiempo en esa habitación durante toda mi vida, tal vez más del que me hubiera gustado, pero ahora que me iba no podía evitar sentirme rara al saber que no volvería a dormir en mi cama durante un tiempo lejano. La echaría de menos. Echaría de menos mi hogar, claro. Pero ahora me tocaba emprender la primera aventura de mi vida; el Instituto.
Recorrí el pasillo en total silencio, excepto por mis pasos, que con el tacón bajo que llevaba puesto oía como la madera crujía debajo de mí.
Bajé la escalera, esta vez yo sola, y vi que en el enorme salón no había nadie, pero aún así, escuché a alguien hablar no muy lejos de ahí. Deduje rápidamente donde estaban y giré hacia mi izquierda cuando terminé de bajar las escaleras, dirigiéndome directamente hacia el salón.
Lo primero que vi fue a mi padre que estaba sentado en un sillón de piel junto a mi hermana que se encontraba en otro sillón idéntico justo delante del de mi padre. En cambio, Jir que estaba al lado de mi padre, estaba de pie, junto a la chimenea apagada.
Desde que la fiesta había llegado a su fin, mi padre estaba un poco raro y más serio de lo normal, lo había visto en algún momento hablando con un par de guardias militares, que no supe muy bien la razón de su presencia, y después vi como se quedaban en los jardines de la mansión, para controlar que no sucediera nada, pero no me dio esa impresión, parecía más bien que vigilaban o buscaban a alguien atentamente, aunque tampoco me quedé demasiado mirándolos, porque Alissa me arrastró hasta la fiesta de nuevo.
Justo cuando iba a saludar a mis hermanos y a mi padre, que parecían no haberse inmutado con mi presencia, Alice entró al salón por una de las dos enormes puertas que daban a la cocina pero que, esta estaba situada detrás de mi padre. Alice sujetaba una pequeña tabla de madera en la que contenía cuatro tazas blancas y doradas y una tetera a juego que en medio tenía la rosa negra dibujada a la perfección.
— Aquí tiene, señor Walton —le dijo con educación Alice a mi padre mientras dejaba la bandeja encima de una mesita que había en medio de los sillones y el sofá.
Mi amiga hizo una reverencia, la cual mi padre ignoró completamente, y después desapareció de nuevo por la puerta de hierro de la cocina. Yo me acerqué sin prisa a ellos y dejé en el suelo, a un lado de la mesita, mi equipaje de mano.
— Bueno, ¿cuándo nos vamos? —pregunté mientras miraba directamente el rostro de mi padre, que poco a poco, bajó unos cuantos papeles que estaba leyendo con tranquilidad, para mirarme.
— Había pensado en que antes de partir —comenzó a decir mi padre, mirándome—, Jir y tú podríais tomaros una taza de té con vuestra hermana y conmigo, ¿os parece bien? —preguntó, pero en realidad, no esperaba respuesta, él sabía que aceptaríamos, y no porque nos apeteciera tomarnos una taza de té junto a él especialmente.
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LA ROSA NEGRA
FantasyBrenda, una princesa guerrera, empieza su primer año de Instituto en el centro de Magia y Guerreros. Allí conocerá a sus primeros amigos, como a su primer amor, pero junto a eso también se desencadenará una continuidad de trágicos acontecimientos co...