CAPÍTULO 16

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Me desperté ante el alba, alterada y sudada mientras jadeaba. Nunca había experimentado ese sueño, era completamente nuevo y extraño.

Me senté en la cama, aún un poco aturdida por la horrible pesadilla, aunque tampoco sabía muy bien porqué me había afectado tanto, es decir, era un simple sueño en el que aparecía yo y otras personas y después, alguien totalmente desconocido para mí porque no veía su rostro, era atacado con un hechizo.

Fuera lo que fuera me afectó. En realidad, siempre me afectaban mis paronirias, pero en ese caso ese sentimiento aumentó. Había estado acostumbrada a dormir y luego soñar con algo horrible pero repetitivo y constante, nunca nada nuevo y, supuse que por eso me había afectado más de la cuenta.

Supuse también que fue porque en el sueño que estaba acostumbrada a "vivir", a la que atacaban siempre era a mí, pero en ese caso no sucedía de esa manera. La persona atacada era otra, pero no sabía quién podía ser, no había podido ver su rostro porque el propio sueño me lo ocultaba, como todos los demás pero, igualmente, apenas recordaba ni cómo era aquel lugar y paisaje como para poder pensar si en algún momento había estado ahí y mi mente había atado ese lugar a una fantasía extraña.

Miré el reloj despertador y, como a menudo cuando tenía una de esas pesadillas, no había sonado. De hecho, aún quedaban quince minutos, y los aproveché buenamente.

Me levanté de la cama, intentando despejarme de alguna manera, cosa que no conseguí, porque el recuerdo del sueño llegaba a mi cabeza una y otra vez, molestandome sin censura.

Comencé a vestirme y prepararme, hasta que al cabo de un rato, escuché como las muchachas iban levantándose ruidosamente y vistiéndose. Nos saludamos alegremente, y me senté en la silla del escritorio de Angela y Agnes a observarlas, mientras ellas discutían con Edith sobre que iba a ponerse ese día.

Al final, me tuvieron que pedir la decisión final a mí, que era la única que no estaba gritando y discutiendo sobre qué ponerse. Ventajas de haber tenido una pesadilla y haberse despertado quince minutos antes.

Las desventajas eran que esos horribles recuerdos no se iban de mi cabeza, hasta que las tres muchachas gritaron a la vez mi nombre y reaccioné, frunciendo el ceño y alternando la mirada entre las tres, confundida.

— ¿Cuál prefieres? —me preguntó Angela, mientras me señalaba dos vestidos que sostenía Edith con indecisión.

— Sí, Brenda, ¿cuál prefieres? —repitió Agnes, mirándome—. El vestido hortera o el vestido rosa chillón —preguntó cruzándose de brazos, ganándose una mirada enfadada de Edith y unas risas poco disimuladas de parte de Angela y de mí.

— ¿No tienes otro? —le pregunté a Edith con una sonrisa amable, pero que aunque lo  había intentado disimular, le daba la razón a Agnes, eran simplemente horrendos.

La ropa de los hermanos Lauder, tampoco es que fuera muy llamativa, en realidad, era bastante sencilla y bonita, pero Edith tenía vestidos que tendrían una mejor estampa después de haberlos pasado por fuego. Mientras que Kai, vestía bastante bien, pero no llamaba demasiado la atención, su ropa era muy parecida a su, todavía algo desconocida para mí, personalidad; tranquila, educada y bonita.

Después de un largo rato de dar vueltas por todas las habitaciones, Edith eligió un vestido de Angela que le quedaba perfectamente. Salimos de la casa de la colina con el tiempo suficiente para que, esta vez, nos diera tiempo a desayunar.

Un rato después, cuando aún seguíamos caminando, de la segunda casa de la colina, salió un grupo de jóvenes princesas, el cual ni nos vio y caminó con calma hasta llegar al comedor, con nosotras detrás.

Al entrar al comedor, una sensación de alivio invadió mi cuerpo, viendo todas las mesas llenas de comida. Paseé un poco la vista entre la gente del comedor, mientras un olor exquisito a tostadas y más comida recién hecha invadía mi olfato. Por alguna razón, había estado buscando con la mirada al grupo de mi hermano, pero no lo encontré.

Mientras desayunábamos en nuestra mesa redonda del día anterior, no presté atención a la conversación de mis amigas y volví a invadirme en mis oscuros recuerdos de esa misma noche. Hasta que la maravillosa Edith, clavó sus ojos verdes en mí y me tocó el brazo, mientras me hablaba.

— ¿Estás bien? —me preguntó y la miré—. No has hablado a penas desde que salimos de casa —tensó sus labios, preocupada.

— Tranquila, estoy bien — mentí— . Es que madrugar no es lo mío —volví a mentir.

No me gustaba hacerlo, pero supuse que mi preocupación no era tan importante y que a ella, simplemente le daría igual, así que guardé silencio, y enfadada empujé, definitivamente, mis molestos recuerdos sobre el sueño horrible hasta que quedó guardado en un rincón de mi mente, dejándome vía libre para poder centrarme en mis amigas y en mis siguientes clases y, dejándome vivir feliz por un rato.

Simplemente, pensé que su respuesta sería que los sueños no son capaces de hacerse realidad y que mis preocupaciones eran tonterías sin sentido. Y, la verdad, es que no estaba muy segura si la amable y alegre Edith sería capaz de contestarme de esa manera, pero igualmente, era cierto, no sabía por que siempre me preocupaba tanto en aquellas pesadillas.

Fui de nuevo consciente de la realidad de mi alrededor y escuché las risas divertidas de la guerrera Edith y la bruja Angela ante mi comentario. Pero pronto, la risa de Angela, que estaba justo sentada en la silla de delante de mí, se convirtió en una sonrisa picara.

— Acaban de llegar —nos informó.

— ¿Quiénes? —preguntó Edith, que como yo, estaba de espaldas a la puerta del enorme comedor, mientras que Angela, miraba a alguien detrás de nosotras.

— Pues el príncipe líder —contestó ella, y al instante supe a quiénes se refería—, el príncipe amable, el príncipe tímido, el príncipe atrevido y, según Brenda, el duquesito.

Supe casi de inmediato a que, Angela, se refería a Jir, Kai, Blaise, Alaric y Adonis, respectivamente, y no pude evitar reír al escuchar esos motes, no mucho más extraños y originales que el que yo le había asignado a Adonis, que había pensado Ángels ella sola, sin siquiera decirnos nada. Agnes y Edith también rieron, causando que nuestra rosa se contagiara a Angela.

— No serías capaz de decirles esos motes a los muchachos en sus caras —la desafió Agnes.

— Bueno, en realidad —contestó Angela—, no creo que fuera tan peligroso, de todos modos, el peor mote ya se lo ha dicho Brenda a Adonis.

Comenzamos a reír y, mientras acabábamos de desayunar, discutimos sobre cuál de los cinco motes era peor. Al final, acabamos en risas y gritos, pero sin ningún ganador al peor mote.

Algo después, cuando la hora del desayuno finalizó, fuimos hasta los bancos de picnic de delante del edificio donde estaríamos cuatro horas encerradas estudiando asignaturas nuevas, al menos para mí.

Hablamos sobre el horario de asignaturas y aulas que tendríamos aquel día, hasta que llegamos a la conclusión de que las dos primeras horas, tendría clase de química con mi estupenda compañera de casa y, ahora, de clase, Agnes Dunlop.

En realidad, no sabía si aquello era bueno o malo. No sabía si le caía muy bien, pero era el momento idóneo para descubrirlo, al fin y al cabo, tendría que compartir casa y aula con ella durante todo un curso, era mejor que nos lleváramos bien, además, ¿porqué le caería yo mal? No me había dado tiempo, aún, de hacer alguna tontería.

Minutos después, llegó la hora de hacer frente a la primera clase del día y, la verdad, lo único que quería es que fuera bien, porque Edith me había metido algo de inquietud con sus comentarios sobre lo antipático que era el profesor.

De todas maneras no me quedaba otra que hacerle frente, así que, Agnes y yo nos despedimos de nuestras otras dos amigas, y nos marchamos hacia nuestra clase correspondiente: química.

La suerte estaba echada.

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