CAPÍTULO 10

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Poco después salí de mi habitación con algo de ropa en mis manos y vi que Edith, Angela y Agnes seguían sentadas en el sofá, hablando.

- ¿Dónde está el cuarto de baño? -interrumpí, aunque ya me estaban mirando al salir de la habitación.

- Ahí -contestó Edith, señalando la puerta que estaba en medio de la puerta de mi habitación y de la ventana del pasillo. Le agradecí a Edith y entré al baño.

Cuando entré, me quedé helada con lo pequeño que era, no estaba acostumbrada a que los cuartos de baño fueran así de diminutos, pero tampoco me molestaba. Las baldosas eran de color azul zafiro y había una ventana casi tocando el techo del baño, apenas podía llegar a tocarlo y mucho menos podía ver algo a través de ella desde mi baja altura, a parte del cielo azul cada vez más débil por el atarder que se acercaba.

Después de ducharme y ponerme un vestido verde oscuro sin mangas, pero no muy llamativo, salí del baño. Para mi sorpresa, no vi a nadie. Bajé las escaleras y, entonces, me encontré a las tres muchachas en el salón, esperándome, o eso parecía.

Noté que se habían cambiado de ropa, antes llevaban vestidos llamativos y realmente se notaba que eran de la realeza, pero ahora parecían más cómodas con esos vestidos más discretos y sencillos, como el mío.

Edith llevaba un vestido color fucsia con un lazo que envolvía su cintura. Parecía una muñeca, era verdaderamente preciosa y se notaba que cuidaba su piel, el vestido le quedaba, simplemente, genial. Angela, en cambio, llevaba un vestido azul tierra que le hacían juego con sus ojos y, Agnes llevaba un vestido gris con la espalda un poco descubierta.

- ¡Estás guapísima, Brenda! -me dijo Amgela

- Sobre todo por los cabellos despeinados -rió Agnes, burlándose.

- Es que, normalmente, no me suelo peinar, siempre me ayuda mi hermana -dije relajada, pero mirando con desagrado a Agnes.

- ¿Quieres que te ayude? Se me da bien hacer peinados -me ofreció Edith con una sonrisa deslumbrante.

- Bueno, si no es molestia, me ayudarías bastante -sonreí.

Edith me hizo una cola alta perfecta, que me recordó a las cientos de veces que mi hermana menor me había ayudado a peinarme, y después salimos de casa, viendo la preciosa puesta de sol en el horizonte.

- ¿Sabéis dónde está el comedor? -preguntó Angela, aún algo tímida.

Era el primer año de Instituto de las cuatro, así que, si nos perdíamos, supuse que sería normal, aunque esperaba que alguna de las otras dos tuvieran alguna idea sobre dónde estaba el comedor, porque el estómago estaba comenzando a rogarme que le diera comida.

Contesté a Angela, negando, mientras me concentraba en no salir rodando colina abajo. Aunque no estaba exageradamente empinada, caminar con unos zapatos de tacón bajo, no era la mejor opción para bajar eso.

- Yo tampoco -dijo Edith, y yo solo esperé que Agnes sí supiera guiarnos, porque sino, moriría de hambre en breve.

- Tenéis suerte de tenerme -dijo ella con una sonrisa superior. No sabía si burlarme de su sonrisa o simplemente devolvérsela amablemente por saber dónde estaba-. Yo os guiaré.

Cruzamos las colinas hasta que vimos el mismo camino cortado que yo recorrí hacía unas horas. El mismo camino de piedra que bajaba toda la calle, pasando por el Instituto, las amplias calles repletas de tiendas y pisos, normalmente de esclavas o algún estudiante con poco dinero, y llegando hasta la entrada cerrada por las enormes puertas de hierro y vigiladas por los serios guardias.

Pero, en vez de bajar la calle y seguir el camino de piedra, pasamos de largo el camino cortado, caminando recto, hasta llegar a un pequeño edificio minutos después.

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