CAPÍTULO 30

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Comenzamos a caminar por el denso bosque mientras observaba los pequeños nidos de pájaros en los árboles robustos y dorados por culpa del invierno, que cada vez se hacía más presente.

Caminamos y caminamos sin cesar. Ya no conseguía ver el muro del Instituto, pero sí el edificio enorme de este.

Llevábamos caminando alrededor de dos horas, eso significaba que mi primera clase de ese día; lucha, había finalizado. Posiblemente, el profesor Spiculus ya habría preguntado a mis compañeros de aula la ausencia de Jir, Kai, Edith y yo.

No sabía ciertamente cuánto tiempo pasaría hasta que se enteraran de que nos habíamos marchado del Instituto, pero aquel pequeño periodo en el que los profesores se preguntaran sobre dónde está nuestro paradero dentro del recinto hasta que lleguen a la conclusión de que ya no estamos dentro de este, nos daba el tiempo necesario para escapar sin prisas.

De un momento a otro, todos pararon de caminar, obligándome a escapar de mis pensamientos y chocar con Agnes, que estaba justo delante de mí. Intenté quejarme por haber cesado el paso sin previo aviso, también pensaba que Agnes me gritaría por haberla pisado, pero Edith, que estaba a mi lado, me tapó con rapidez la boca, mientras que Blaise, que estaba delante de mí junto a Agnes, se daba la vuelta y colocaba su dedo índice sobre sus finos labios, dándonos a entender que mantuviéramos la boca cerrada, cosa que obedecimos de inmediato.

Los muchachos, que estaban delante de nosotras, se quitaron de en medio sigilosamente, permitiéndonos ver la preciosa vista.

Era un precioso animal indefenso y flacucho, de patas largas y orejas algo anchas y largas. Estaba pastando algunas bayas que se encontraban esparcidas por la hierba del inmenso suelo verde del bosque. Edith liberó mi boca de su mano, dejándome abrirla un poco al observar aquella criatura preciosa.

— Es un cervatillo —nos informó Kai en un susurro tan bajo que apenas pude oírle—. Son inofensivos.

Me quedé sin aliento. Había visto muchos cervatillos y ciervos en cuentos infantiles de la biblioteca de la mansión, pero jamás había visto uno en persona. Era, simplemente, espectacular. Su piel marrón y, visiblemente, suave al tacto, me tentaba tocarle, pero al parecer tan asustadizo, o eso lo que yo pensé según los libros que había leído sobre aquellos animales, no me atreví ni a dar un solo paso.

Parecía que estaba solo, ya que no había ningún movimiento ni otro animal a la vista, pero al cabo de unos pocos segundos, comenzaron a llegar más ciervos, los cuales se colocaron alrededor del cervatillo para comer, tapándome así la vista del bonito y endeble cervatillo.

Parecía que los ciervos no se habían dado cuenta de nuestra presencia, más que nada porque estábamos detrás de unos arbustos bastante amplios, pero la llegada de un ciervo descomunal, con unas cornamentas enormes, nos hizo darnos cuenta de que habíamos sido capturados por él, ya que, se nos quedó mirando fijamente nada más salir de detrás de un par de árboles queriendo acercarse a su manada.

Miré a mis amigos, esperando alguna respuesta de que debíamos hacer en aquel momento, ya que, el hecho de que un animal enorme y, seguramente, mucho más fuerte que nosotros, no estuviera mirando, no sabía si era demasiado bueno. Pero, cuando mi vista se topó con Kai, no pude evitar fruncir el ceño casi sin darme cuenta.

Estaba rígido. No paraba de mirar a todos los ciervos. Y, aunque parecía normal, porque todos estaban haciendo lo mismo, Kai lo hacía de una manera extraña.

Tenía la mirada tan perdida en los ciervos como Edith. Los ojos azules y verdes de ambos, me atrevería a comentar que estaban algo inquietos, como todo su ser. Nunca los había visto de aquella forma y, aunque se me hizo de lo más extraño simplemente pensé en que, tal vez, les fascinaba tanto aquella especie que no podían dejar de admirarla.

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