CAPÍTULO 39

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Bajamos las escaleras de hierro, pegadas a la pared roñosa del sótano.

Cuando acabé de bajar los escalones, me encontré con el cuerpo de Jir, un poco visible por un pequeño rayo de luz que caía sobre nosotros desde la superficie de la que habíamos venido.

Mi hermano se giró al sentirme junto a él, ya que, al bajar me había chocado contra su cuerpo. Me miró fijamente mientras pensaba en alguna cosa. Me lo quedé mirando extrañada, hasta que al final me dijo:

— Sería mejor si nos diéramos las manos, para no perdernos el uno al otro —me sugirió—. Todo está muy oscuro.

— ¿Acaso tienes miedo, hermanito? —me reí burlonamente de su actitud sorprendentemente miedica. Él me miró con desagrado.

Saqué de mi bolsillo la linterna que anteriormente había utilizado para encontrar a mi hermana pequeña en su habitación oscura, y la encendí, iluminando toda una sala enorme, en la cual vimos perfectamente el espantoso panorama:

Nuestros amigos estaban atados de pies y manos y amordazados.

Estaban de pie, con los brazos hacia arriba, que colgaban de un hierro alto, en el cual estaban atadas sus manos. Algunos nos vieron, pero otros como Kai y Edith, parecían profundamente dormidos, o eso esperaba.

Jir y yo nos acercamos a nuestros amigos, y mientras yo iluminaba a mi hermano, él desencadenaba a los demás con unas herramientas que había en una mesa cercana a nosotros en la misma sala.

Era igual a como la recordaba: oscura, fría, silenciosa. Horrible y aterradora. Sí, esa habitación era horrible y aterradora. Tan vacía; tan malvada.

Había una mesa a un lado de la habitación, dónde se encontraban todas las armas de tortura que alguien se pudiera imaginar, las cuales pertenecían a mi padre, y que las utilizaba con personas que habían incumplido sus propias leyes en su reino.

Aunque, por suerte, mi hermano y yo, nunca probamos esas armas, siempre probamos las propias armas de nuestro padre: sus manos y puños.

Instantes después me di cuenta de que había comenzado a temblar y a sudar inconscientemente, mientras miraba a mi alrededor y me llegaban recuerdos fatales que había vivido en ese lugar tan escalofriante.

Estaba aterrada y completamente invadida por mis horrorosos recuerdos, hasta que alguien me agarró de la mano con fuerza y me habló;

— Deja de mover la mano, o no podré desencadenarlos —me dijo mi hermano mientras ponía a su gusto la linterna que yo sostenía en mi mano, para que él pudiera ver algo en aquel agujero negro.

Intenté relajarme un poco después de aquello y me concentré en mi hermano y en mis amigos, que ahora estaban un poco aterrados. Lo pude notar en sus rostros, y era normal: si por algún hipotético caso no nos encontráramos en esa situación en la que estábamos viviendo, ese lugar les hubiera causado escalofríos igualmente, aunque solamente fueran a dar un paseo.

Al cabo de unos minutos, cuando Jir desencadenó a todos, nos aproximamos a Kai y Edith e intentemos despertarlos, pero por mucho que nos esforzaramos estos aún no abrían sus ojos.

— ¿Estarán muertos? —preguntó Blaise.

— Pero, ¿cómo van a estar muertos? —rodó los ojos verdes Alaric—. Tienen un pulso perfecto. Además, ¿es qué no escuchaste lo que el guardia demente dijo?—contestó bruscamente, mientras se apartaba su cabello castaño y sudado de la frente.

Jir y yo arqueamos una ceja a modo de pregunta, sin entender a qué se refería nuestro amigo. Agnes, al ver nuestra clara duda, contestó por Alaric.

— El guardia demente que nos trajo hasta aquí ordenó a otro par que durmieran a los lobos peligrosos. Y, entonces, otro puñado de guardias vino e intoxicaron con alguna cosa extraña a Edith y Kai —nos explicó.

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