CAPÍTULO 22

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Pasaron unos cuantos días después de aquella tarde con Adonis. La relación de amistad con él y los amigos de mi hermano, era cada vez mejor.

Todos eran muy simpáticos y divertidos, al igual que mis amigas, aunque Agnes seguía igual de extraña: a veces me hablaba, otras veces me ignoraba y otras me intentaba humillar diciendo algo de mal gusto.

Una de aquellas mañanas besadas por el alba y el precioso sol al descubierto, me desperté más temprano de lo habitual, últimamente apenas dormía por culpa de Adonis. No podía parar de pensar en él por alguna razón que desconocía y me desconcertaba.

Cada vez hablábamos más y cada vez éramos más buenos amigos y, claramente, cada vez mi hermano era más insoportable con nuestra amistad y miradas divertidas qué Adonis y yo nos lanzábamos delante de él, con el simple propósito de molestarle y luego reírnos juntos de sus muecas molestas.

Cuando las muchachas y yo estuvimos listas esa mañana, nos dispusimos a ir hasta el comedor para desayunar. Y, cuando entramos en este, vimos que nuestra mesa habitual estaba ocupada por aquel grupo de jóvenes, el mismo con el que me había discutido el primer día de Instituto.

Desde aquel entonces, aquel grupo irritante no había parado de intentar sacarme de quicio, para volver a enfrentarme a ellos, pero seguí las órdenes de Jir y los ignoré completamente.

La muchacha castaña con la que me había discutido aquel día, a la que había agarrado de la muñeca, me miraba con una sonrisa desafiante junto a sus ojos marrones provocadores.

Sin poder soportar más mi falsa simpatía con ella y no aguantar más su maldita sonrisa, comencé a caminar con decisión hacia mi mesa ocupada, para arrancarle la cabeza a aquella muchacha insoportable de ojos marrones, cuando alguien me agarró de la cintura, me elevó por los aires y me sacó del comedor.

— ¿Qué demonios haces? —le pregunté con furia a Jir cuando me bajo de su hombro.

— Solo te está provocando —me dijo él seriamente, refiriéndose a aquella joven.

Nos quedamos unos segundos en silencio, hasta que me crucé los brazos enfadada y mi hermano, en un suspiro, habló.

— Si quieres, puedes sentarte en mi mesa —me ofreció sin mucho ánimo con aquella idea.

— Muy amable por tu parte, hermanito —sonreí burlonamente.

— Pero —dijo él y yo ya me temí lo peor—, antes me tienes que contar que hay entre Adonis y tú —soltó, clavando sus ojos azules en los míos, esperando con paciencia una respuesta.

Sabía bien que llegaría la famosa pregunta de hermano celoso. La verdad, es que ya había tardado demasiado en hablar sobre mi sana relación con Adonis, aunque suponía que él ya habría interrogado duramente a su amigo, pero parecía que no le había funcionado bien, porque sino no estaría pidiéndome explicaciones a mí.

— ¿Qué crees que hay? —pregunté en un suspiro, ocultando mi diversión. Miré su rostro con atención, estaba ansioso y me miraba lo más serio que podía, lanzándome miradas enfadadas con sus ojos azules. Después, tocó su cabello castaño, impaciente por mi respuesta aún no recibida—. El duquesito y yo solamente somos buenos amigos —dije al final—. Además, lo que pase en mi vida, no te incumbe en absoluto.

Y sin más, le dejé ahí parado, con la palabra en la boca y de espaldas a la puerta del comedor. Entré en este y me dirigí directamente a la mesa redonda, el lugar reservado por mi hermano y su grupo de amigos. Allí estaban también mis amigos: Angela, Edith, Agnes, Kai, Alaric, Blaise y Adonis.

Cuando llegué al lugar, el único sitio que había libre para poder sentarme, era el que estaba al lado de Adonis, así que me senté ahí  sin dudarlo ni un momento, saludando a todos los que ya estaban sentados y comían con buenos modales.

Pero Kai ni siquiera me miró y tampoco me saludó. Llevaba de esa manera una semana, desde el día que Adonis y yo habíamos salido juntos y habíamos peleado con dos extraños en mitad de la calle. No llegaba a comprender qué era lo que le ocurría conmigo, ¿qué le había hecho?

A veces era tan extraño que me desconcertaba, no podía llegar a entenderlo. Algo se me escapaba de las manos pero no sabía el qué, y él tampoco me daba explicaciones.

Analicé de nuevo, cómo había hecho últimamente, todos los momentos que había pasado con Kai, para poder descubrir o comprender porqué estaba de esa manera conmigo, pero no recordaba ningún momento en el que yo podría haber hecho alguna cosa para que le molestara realmente y se enfadara de tal manera que ni se molestara en dirigirme la palabra.

Había pensado en preguntarle a su hermana, Edith, o a Jir, o alguno de sus amigos, como a Adonis que era el muchacho con el que tenía más confianza, pero no lo hice. No sabía si ellos tenían alguna respuesta que pudieran darme con certeza o, tal vez, simplemente no me lo dirían por lealtad a su amigo. Así que, no dije absolutamente nada sobre el comportamiento de Kai a mis amigos.

— ¿Cómo te encuentras, princesa? —me preguntó Adonis sonriendo, sacándome de mis pensamientos.

— Bien, de hecho ya no me duele la cabeza —dije sinceramente—. ¿Tu herida qué tal está?

Gracias a las maravillosas manos artísticas de Angela, me había maquillado naturalmente perfecta, para que nadie notara mi herida. Y, por suerte, la hinchazón de mi lado izquierdo del rostro se había esfumado al día siguiente de aquella pelea.

La verdad es que, durante aquella semana, mi herida en la mandíbula había mejorado bastante y la herida en la sien de Adonis parecía estar mucho mejor.

A él le había resultado mucho más sencillo contar historias falsas a las personas que le preguntaban sobre su notable herida. Su don para mentir y que la gente le creyera con facilidad le hacía mucho más fácil el poder engañar a la gente como quería.

Ni siquiera sabía ciertamente que engaño había contado por ahí sobre su herida, lo único que sabía era que le había funcionado con éxito y que nadie había dudado de su palabra, ni mucho menos habían visto mi herida también.

Esos días mi relación con Adonis había mejorado demasiado rápido por el hecho de que él había sido el único que me había preguntado todos los días cómo me encontraba y eso, de alguna manera, me gustaba, porque a lo largo de mi vida, pocas personas se habían preocupado tantísimo de mí como lo había hecho él esos últimos días.

— Perfectamente —dijo él y se pegó un poco más a mí, arrastrándose por el banco de la mesa, hasta quedar pegado a mí.

Le sonreí mientras apartaba la mirada tímidamente, su atrevimiento a veces me ponía nerviosa. Poco después noté y vi como alguien apoyaba su mano en mi hombro y en el de Adonis, haciendo que nos separáramos, dejando un espacio para que alguien pudiera sentarse entre nosotros.

Mi hermano rápidamente quitó sus manos sobre nosotros y se acomodó en medio de ambos, comenzando a desayunar en silencio, sin mirarnos y escuchando sin mucha emoción a nuestros amigos. Acto seguido escuché una pequeña risa divertida de Kai, el cual tenía justo delante.

Adonis y yo no volvimos a hablar en el tiempo restante del desayuno. Nos entretuvimos escuchando conversaciones y hablando con los demás. E ignoré las risas divertidas de Kai cuando Jir nos dedicaba muecas de mal gusto a Adonis y a mí al compartir miradas aburridas.

Cuando acabamos de desayunar, nos fuimos todos juntos hasta el Instituto. Hablé un rato con Angela de cosas sin importancia, hasta que entramos a la recepción y miramos, cada uno, nuestro horarios para asistir a una clase o a otra.

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