CAPÍTULO 50

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Me desperté por culpa del sol brillante y por Adonis, el cual besó mi frente y me preguntó cómo me encontraba, mientras yo me desperezaba en el colchón.

— Bien, supongo —contesté, recordando de inmediato aquella pesadilla.

En realidad, había tenido pesadillas peores, pero algo dentro de mí estaba inquieto, como si aquello fuera tan peligroso que me aterrara inconscientemente. Como si alguna parte de mi supiera el significado de aquella especie de pesadilla leve.

Tal vez, una parte de mi sabía el significado del sueño, sino no hubiera podido soñar nada de eso, pero todavía no hallaba respuestas de eso.

Me levanté de la cama. Ya no había nadie en la habitación, nada más que Adonis y yo. Él estaba sentado en la cama mirándome, parecía que llevaba un buen rato despierto.

— ¿Dónde están los demás? —pregunté sin saber qué hora era.

— Están todos abajo. Les he dicho que te dejaran un rato más descansando por lo que te ha pasado esta noche, pero tranquila, no les he dicho nada de tu sueño —explicó con la voz tranquila.

Le agradecí aquello. Por lo menos esta vez no había contado nada sobre mí a alguien.

Me dirigí hacia el armario y, cuando lo abrí, me dieron ganas de llorar, mientras condenaba el mal gusto, en algunos casos, que tenía hacía apenas unas semanas. Todo lo que había en el interior del armario de madera, eran vestidos de todos los colores. Tampoco había botas claro, todo eran tacones bajos.

No me arrepentía de haberme vestido de tal manera durante toda mi vida, solamente odiaba a mi padre y sus ridículas normas, como toda la gente importante y adinerada. Ellos decían que las mujeres tenían que vestir formales, con vestidos valiosos y tacones llamativos.

Pero, maldecía a mi padre por no haber permitido que sus hijas eligieran como vestirse. Porque era obvio que me sentía mucho más agusto con la ropa con la que vestía ahora.

Escuché como Adonis reía detrás de mí. Me di la vuelta enfurecida.

— No tiene gracia. Me tengo que cambiar de ropa y ¡no tengo ropa! —dije mientras cruzaba mis brazos enfadada. Él sonrió.

— ¿Estás segura de qué no tienes ropa? —me preguntó con una sonrisa socarrona.

— No, no tengo.

Él levantó una de sus perfectas cejas, y se acercó a mi armario. Miró entre mi ropa y luego se giró para mirarme a mí.

— Elige uno —me ordenó. Estaba a punto de protestar, cuando él colocó su dedo índice entre mis labios y repitió—: Elige uno.

Empujé a Adonis para que se apartara del armario, pero sólo conseguí una risita de su parte, ya que, no tuve la fuerza suficiente para moverlo.

Así que, cuando él decidió quitarse de en medio del armario, pude tocar los vestidos y admirarlos, algunos eran verdaderamente bellos y, sobre todo, costosos. Al final, elegí uno y se lo ofrecí a Adonis.

¿Acaso lo iba a utilizar él? Porque yo estaba segura que no me lo pondría.

— ¿Qué piensas hacer con él? —pregunté y, solamente, me gané una sonrisa torcida y divertida de su parte.

A continuación, salió de la habitación, dejándome sola en esa inmensa pieza. Fui al lavabo y me acicalé, pero antes de salir de la habitación, no pude resistirme en ir hacia el balcón.

Abrí las puertas de cristal, que tan delicadas se veían, y salí al balcón, disfrutando de las vistas que tenía a mi alrededor.

— Vaya, esto me recuerda a un momento especial —me dijo Kai, saliendo de detrás de unos árboles, mientras jugaba con un par de cerezas rojizas, entre sus manos.

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