CAPÍTULO 49

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Llevaba un rato ahí sentada, mirando la chimenea apagada delante de mí, mientras me planteaba seriamente si todo lo que me había ocurrido en tan poco tiempo podía ser real.

Pero mis pensamientos alborotados se esfumaron cuando sentí como una parte del sofá se hundía y el peso de la persona, que se acababa de sentar a mi lado, hacía que yo me elevara un poco.

— Lo siento —dije afectada después de unos segundos, dándole el pésame al pelirrojo que se acababa de sentar a mi lado.

— Gracias por haberte quedado conmigo y con mi hija, y haber intentado salvarle la vida —me agradeció y, seguidamente, giró su rostro para poder verme. Hice lo mismo—. Estaré eternamente agradecido contigo. Eres una gran persona, jovencita —me dijo y una sonrisa triste invadió su rostro.

— Era lo mínimo que podía hacer al ver esa situación —dije con sinceridad—. Estoy segura de que cualquiera que hubiera visto aquello hubiera reaccionado de la misma manera que lo hice yo.

— No, no todo el mundo tiene un corazón tan humilde como el tuyo, muchacha —dijo, volviendo a mirar hacia la chimenea.

— ¿Puedo saber cuál es tu nombre? —pregunté después de un rato en silencio entre nosotros.

— Einar. Me llamo Einar —me contestó con la voz calmada.

Giré la cabeza para poder verle y él también me miró de nuevo. Quería preguntarle algo que rondaba por mi curiosa cabeza, pero no quería hurgar en la herida.

Aunque, como si leyera mi mente, Erin miró de nuevo hacia la chimenea y apoyó los brazos en sus rodillas, pensando qué decir, hasta que escuché su voz temblorosa y entrecortada.

— Llevábamos dos días encerrados en casa, por pura seguridad, y parecía que ya no había ninguna amenaza por las calles de Alley Street —en su voz se notaba el arrepentimiento ante aquello—, así que decidí ir a dar una vuelta con mi hija.

Vi su perfil. Su mandíbula estaba apretada y derramaban pura rabia, mientras se mordía el labio inferior, arrepentido.

» Estaba jugando con ella cuando comenzó a correr y correr. Yo iba detrás, caminando mientras le decía que debíamos volver a casa, porque ya se había escondido el sol. Pero ella no me escuchó y se metió en ese maldito callejón. Yo grité su nombre, diciéndole que teníamos que volver a casa, pero ella no contestó —Erin se tocó el cabello rojizo frustrado.

» Aceleré mi paso, preocupado al no escuchar su dulce voz. Y cuando llegué a ese callejón... cuando la vi tirada en el suelo, con un baño de sangre a su alrededor...

Hizo una pausa mientras se quitaba las lágrimas, que comenzaban a caer sobre sus mejillas rosadas por la rabia, y tomaba aire.

» Mientras mis ojos se empañaban por las lágrimas y corría hacia mi hija, podía oír las odiosas risas de ellos —deduje que se refería a los enanos—. Entonces, descubrí dos cosas: que ellos aún estaban ahí, y ahora se porqué: por ti —me dijo y luego continuó—. Y que Malala, mi hija, estaba muerta.

Mis vellos se pusieron de punta. La boca seca. Y la culpabilidad persiguiéndome.

Sintiéndome culpable de tantas cosas, como la muerte de aquella niña inocente, que la mataron mientras esos enanos me buscaban a mi. La misma culpa de lo que mi padre le hizo a mi hermana mientras Jir y yo estuvimos ausentes en casa. Y, la misma culpa de que ahora mi hermana no me dirigiera la palabra, por no haberme preocupado por ella en dos semanas, después de haber estado catorce años de mi vida protegiéndola.

— Deberías ir a descansar, Brenda —me aconsejó la voz grave de Jir.

Me giré y lo vi ahí de pie, mirándome con concentración, como si me estuviera examinando, pero claro, con su mirada tan fría, no podía descubrir lo que en realidad estaba intentando ver.

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