CAPÍTULO 46

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Era el castillo más grande que había visto jamás. Aunque tampoco había visto muchos en mi corta vida.

Había una muralla, con cuatro almenas, una en cada esquina. Todo estaba hecho de piedra y maderas oscuras y gastadas por el tiempo. Desde fuera, se podían ver los cuatro torreones circulares que sobresalían por la muralla.

Miraba con atención aquella fortaleza que tenía delante cuando me volteé a mirar a Alison, ya que veía de reojo cómo me miraba y se reía a la vez. 

— Cierra la boca, anda –me dijo riéndose un poco todavía. Y entonces me di cuenta de que tenía la boca abierta mientras observaba el castillo.

La miré un poco avergonzada por la situación y comenzamos a caminar de nuevo.

A medida que nos íbamos acercando, cada vez más, al rastrillo, rezaba más rápido y repetidamente para que la reina, que me esperaba en ese momento, no fuera igual de maliciosa y tan mala monarca como fue la reina Briana con su pueblo, con mis amigos y conmigo.

Cuando los magos, que vigilaban todo el pueblo desde la torre de caballería, nos vieron, a la orden de Alison, abrieron el rastrillo tirando de una palanca, para dejarnos pasar dentro.

Cruzamos la pequeña pasarela y me giré insegura cuando escuché cómo bajaban de nuevo el rastrillo, los mismos guardias que la habían levantado.

Después de eso, miré de nuevo hacia delante, y me encontré con el patio de armas, el cual se encontraba lleno de gente de todas las edades, desde bebés en brazos de las brujas, las cuales paseaban tranquilamente comprando en los puestos que habían colocados sin orden, hasta el más mayor, que se encontraba sentado en una silla de madera endeble, mientras miraba y le daba instrucciones a un niño, que calculé que tendría unos siete años, de cómo debía ordeñar a la vaca que tenía delante de él.

Habían niños, desde unos seis años hasta mi edad, más o menos, entrenando, con armas de todo tipo, desde una pequeña navaja hasta la más grande espada. Y, claramente, con varitas preciosas.

Mientras recorría con mi mirada verde como la hierba, el patio de armas, vi los puestos de frutas, verduras, carne y más y más armas. Todos los tenderetes estaban atendidos por hombres y mujeres vestidos pobremente, y a algunos trabajadores que sacaban agua de un pozo estrecho.

También vi, al otro lado de los puestos, a muchos animales, como cerdos, vacas, ovejas y gallinas, todos encerrados en establos de madera. La verdad es que no estaba acostumbrada a ver a aquellos animales de granja, ya que al vivir como una princesa, no estaba acostumbrada a estar en lugares como aquel.

Aunque, recordaba, que mi madre nos había llevado a mis hermanos y a mi alguna vez a una granja, para enseñarnos a los animales, y mi padre se empeñó en enseñarnos las funciones que hacían aquellos animales para nosotros.

Aún recuerdo que mi madre no quería que mi padre nos enseñara, a mis hermanos y a mí, lo que les hacían a los animales de aquella granja para poder complacernos alimentariamente. Así que, después de un rato, mi madre consiguió convencer a mi padre para que no nos enseñara la matanza que les hacían a los cerdos y terneras.

Aquel día mi madre tuvo suerte y pudo convencerlo, aunque siempre había sido muy persuasiva, pero creo que a ella le resultaba bastante sencillo convencer a mi padre de cualquier cosa que se le ocurriera. Mi padre siempre la había tratado como la reina que era.

Por eso aún no llegaba a comprender cómo pudo cambiar tanto después de su muerte. Le afectó demasiado. Pero no creo que tuviera que pagarlo con sus hijos, nosotros también sufríamos.

Seguí mirando, hasta que de repente, me encontré con la preciosa mirada azul celeste de Kai, que me sonreía con alegría. A mi se me escapó una sonrisita al verle, ya que hacía un par de días que no lo veía.

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