CAPÍTULO 55

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Me desperté con dolor de cabeza, sudada y con un par de lágrimas en las mejillas. Me las quité mientras veía la claridad del amanecer, que entraba por la ventana sin cortinas.

Lo que acababa de soñar era demasiado extraño.

Estaba acostumbrada a soñar con episodios que me sucederían más adelante en mi vida, como si mi cerebro quisiera mandarme advertencias de cosas peligrosas que me pudieran suceder.

Pero a lo que no estaba acostumbrada, y fue lo que me dejó desconcertada, fue que ese sueño, no podría ser uno de esos que yo soñaba con antelación como advertencias de mi futuro, porque aquello más bien fue como un recuerdo, ya que yo ya había vivido aquello.

Pero lo que más me extrañaba era que no sabía la razón por la que había soñado con aquel recuerdo. Es decir, la mayoría de veces que tenía una pesadilla o que soñaba con alguna cosa, estos se hacían realidad, pero no tenía sentido soñar con algo que me había sucedido hacía seis años, ¿verdad?

Recordaba que fue lo que pasó ese mismo día en el que recogía flores para mi madre y después pude sentir el aroma de ella a mi alrededor, pero por alguna razón cuando me giraba para poder verla, ella no estaba.

Las mariposas habían sido mis animales favoritos desde siempre, porque a mi madre les fascinaban. Pero lo que me devastaba más sobre ese sueño, fue la misma razón por la que las lágrimas habían caído sobre mis mejillas mientras dormía: cuando me desmayé, luego desperté en mi habitación de la mansión, tumbada en mi cama. Y delante de mí y sentado en los pies de mi lujosa cama, estaba mi padre, que me miraba serio, como siempre.

Pocas veces había podido disfrutar de una sonrisa suya. Entonces, él me preguntó si me encontraba bien y, después de contestarle, mi padre me dio la noticia de que mi madre había muerto.

Fue la primera vez que se me rompió el corazón.

Mi padre, después de explicarme que había muerto por una enfermedad, se marchó de mi habitación, dejándome sola y rota.

A los pocos días enfermé, pero era normal: comía menos y las noches me las pasaba en vela, mientras me asomaba por la ventana de mi habitación a mirar el jardín donde me había ocurrido aquello con las mariposas, cosa que nunca pude encontrarle ninguna explicación, hasta que decidí dejar de atormentarme y no volver a recordar ese día.

Y después de haberlo apartado de mi cabeza y enviarlo de un golpe a las profundidades de mis peores recuerdos, hoy había vuelto a mí. Lo peor de todo es que no sabía si era, de nuevo, una advertencia o solamente un recuerdo para pasar el peor día de mi vida: la batalla final con ese recuerdo en mi cabeza.

Comencé a sollozar mientras me giraba en el incómodo catre, mirando hacía la pared. Luego noté como mi compañero se movía en la cama e intenté que mi llanto cesara, para que no me escuchara, por la dolorosa pérdida de mi madre y el momento que me iba a tocar vivir ese maldito día.

— ¿Princesa, estás bien? —me preguntó Adonis, con su voz ronca de recién levantado, mientras me tocaba el brazo con delicadeza, sin verme el rostro ya que estaba de espaldas. Pero yo no contesté, sabía que si hablaba, comenzaría a llorar otra vez— ¿Es porque no quieres asistir a la batalla final? —preguntó de nuevo.

Por una parte no quería ir a esa batalla, pero por otra, el sueño me había dejado destrozada.

Había llegado a un momento de mi vida que estaba comenzando a admitir que los Dioses no querían que viviera felizmente, sino amargada por alguna razón que yo desconocía. No había pasado un día desde hacía bastante tiempo en el que yo fuera verdaderamente feliz. Y no creo que pudiera volver a serlo nunca.

— Si no quieres ir a la batalla final, no te debes preocupar, ¿quieres que nos fuguemos unos días de aquí hasta que tu padre se vaya del pueblo? —me preguntó y yo sonreí débilmente entre lágrimas—. Te lo pregunto de verdad —me dijo al no recibir ninguna respuesta de mi parte—. No me costaría nada decirle a alguien que nos avise cuando tu padre se marche de aquí.

— No se marchará hasta que se celebre esa batalla final. Además, ¿te has vuelto demente?, ¿crees que nadie nos vería si escapamos juntos de aquí? —le pregunté. Seguidamente, me giré y le miré a los ojos.

— Si me lo propongo —comenzó a decir mientras apoyaba su codo en el colchón y luego descansaba su cabeza en su mano, sin apartar su mirada marrón de la mía—, te aseguro que ni Allison, ni Circe, que son las mejores guardianas de este pueblo, nos verían irnos —me guiñó el ojo.

Abrí la boca para contestarle después de reírme, pero antes de hacerlo, alguien golpeó la puerta de mi habitación. Inmediatamente me levanté de la cama, pasando por encima de Adonis, el cual aprovechó y me besó la mejilla rápidamente. Le sonreí ante esa acción y le devolví el beso en su mejilla mientras me quitaba de encima de él y me ponía en pie.

Me quité las lágrimas que humedecían mi rostro y después abrí medianamente la puerta. Vi a Kai, vestido con la armadura negra de dibujos que decoraban los brazos y la tripa de esta y, justamente cuando le iba a saludar, él me agarró de la muñeca y habló:

LA ROSA NEGRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora