CAPÍTULO 44

99 8 0
                                    

Pasaron unos cuantos días.

Entrenaba durante el día con Spiculus, y las tardes me las pasaba en la enfermería con mis hermanos y mis amigos, haciéndole compañía a mi hermano, que había mejorado bastante en poco tiempo gracias a la amabilidad de las brujas.

Después de pasar unas horas con Jir, Adonis y yo paseamos por su encantador pueblo, que estaba repleto de brujas y magos muy amables que, cada vez que tenían la oportunidad, me saludaban.

Y, aunque fuera princesa en el reino, no me saludaban por mi título, sino por la gran búsqueda que había hecho su pueblo para dar conmigo. Me conocían por ser alguien importante para Adonis; por haber pasado días y días buscándome para traerme hasta Zenda, hasta que lo lograron.

— Gracias a Taahira —nombró a su Diosa una bruja de media melena castaña y con los ojos miel fijos en mí—, por haber tenido la oportunidad de conocerte, muchacha —me dijo la mujer al ver mi rostro confuso.

» Estoy segura de qué te cuidará –se dirigió la bruja a Adonis. Calculé que rondaría los treinta años—, he rezado mucho a la Diosa Taahira para que os podáis reencontrar y viváis felices —agarró mi mano, y pude sentir sus cayos en sus palmas— Estoy segura de que seréis felices, veo el amor en vuestros ojos futuros.

La mujer nos sonrió por última vez mientras se nos quedaba mirando durante unos pocos segundos, examinándonos hasta el alma, hasta que se marchó, dejándome con una mueca de confusión extrema por su actitud tan exageradamente extraña.

Adonis, al verme el rostro, soltó una carcajada. Seguidamente, me agarró la mano y continuamos caminando por las calles amplias del pueblo.

— Esa mujer —comenzó a explicarme Adonis—, Ania, es una de las videntes del pueblo. Es un poco extraña la verdad, pero es una buena persona. Su familia es muy trabajadora, se pasan el día en el campo cosechando.

» También es una buena amiga de mi madre. Seguramente, Ania habrá ido ahora a mi casa, a contarle cada detalle sobre ti a mi madre –rió y yo inmediatamente lo miré con los ojos como platos, nerviosa, mientras él me miraba divertido.

» Tranquila, Ania es buena, no le contará nada malo de ti  —Adonis agarró más fuerte mi mano, haciendo que elevara la vista hasta sus encantadores ojos marrones—. Aunque no creo que se pueda contar nada malo de ti. No hay nada malo en ti, princesa —me dijo y yo rodé los ojos.

– Eres un adulador —reí y él me sonrió encantado.

Continuamos caminando y charlando agradablemente mientras el duquesito me enseñaba su pueblo, el cual era bastante grande para estar escondido entre los árboles de un bosque desconocido para mí.

Mientras admiraba las vistas, observé de lejos el castillo que se contemplaba en la cima del pueblo. Y, entonces, algo se me pasó por la cabeza: aún no había tenido el placer, o la suerte, de conocer a la reina. Aunque me habían avisado de que lo haría pronto, y eso me hacía estremecer de nervios.

Mientras continuaba paseando la mirada por mi alrededor, mis ojos cayeron en un momento dado hacia abajo, en la mano de Adonis y la mía entrelazadas.

Aquello me hizo viajar mentalmente a aquella misma mañana, donde, después de levantarnos y mientras desayunábamos en la pequeña cocina de su choza, me había pedido ser su compañera.

Me pilló por sorpresa y, aunque pensé que éramos muy jóvenes e inmaduros como para comprometernos de alguna manera, acepté bastante ilusionada y contenta.

Al no tener anillos, Adonis hizo algo que para nada me esperaba, pero que se me hizo bastante gracioso.

Agarró la punta de una manta de color beige, que estaba puesta encima del sofá donde nos encontrábamos, y rompió un trozo. Lo miré fascinada por las venas que se le marcaban en los brazos cuando hacía fuerza.

LA ROSA NEGRA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora