CAPÍTULO 8

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Pocos segundos después agarré mi maleta de mano y me bajé del carruaje. Vi como la carroza se alejaba y me dejaba totalmente sola en medio de una amplia calle sin mucha gente. Busqué a mi hermano con la mirada, pero había desaparecido completamente.

Me sentía algo perdida, no sabía que debía de hacer en ese momento y, definitivamente, hubiera sido una buena opción preguntarselo a Jir antes de que se hubiera bajado del carruaje, pero no lo hice, ni se me pasó por la cabeza hasta ese instante.

Miré a mi alrededor, y lo primero que vi fue una hierba bien cuidada que era acompañada de piedra que bajaba y subía esa misma calle tan amplia en la que me encontraba. Había algunos árboles que eran exageradamente brutales, y se encontraban delante de mí, donde por cierto había algunas mesas de pícnic, que ahora estaban totalmente desiertas.

Me giré y levanté la cabeza con lentitud para poder ver perfectamente el descomunal edificio. Obviamente, no era cualquier edificio, era el edificio donde pasaría unas cuantas horas de mi vida casi un año, donde recibiría clases y aprendería. Estaba demasiado emocionada con aquello, sería la primera vez que asistiría a una clase con más alumnos que no fueran mis hermanos y con una profesora de verdad que no fueran los esclavos de la mansión.

Di unos cuantos pasos hacia atrás, admirando el edificio pero, sobre todo, para poder leer el pequeño cartel que estaba situado a lo alto del edificio; "Instituto de Magia y Guerreros". Una sonrisa de emoción apareció en mi rostro.

Por una vez en mi vida me sentía libre. No iba acompañada de mi padre, ni de mis hermanos, ni de ningún esclavo u guardias armados para mi protección. Estaba sola. Y, aunque no era una cosa que me encantaba, era simplemente maravillosa. No sentía ninguna presión por parte de mi padre o tenía que fingir sonrisas cansadas. Ahora podía ser como yo era verdaderamente, porque nadie podría impedirmelo.

Cuando me recompuse, bajé de nuevo la mirada, directamente hacia la puerta que tenía justo delante de mí, y sin pensarmelo mucho, entré al Instituto.

La puerta estaba hecha de madera de pino. Cuando entré al interior del edificio, un cálido aroma me invadió completamente. Había una recepción gigante y silenciosa, con algún grupo de jóvenes sentados en una amplia mesa de estudio a un lado de la sala, a mi izquierda.

Parecía una biblioteca, pero no lo era. Avancé sin levantar ninguna mirada de nadie, cosa que me sorprendió y me pareció extraña, no estaba para nada acostumbrada a eso, pero podría acostumbrarme a no ser el centro de atención perfectamente.

Al ser una princesa célebre, las miradas siempre me las ganaba sin ningún tipo de esfuerzo pero claro, ese era un Instituto donde asistian nobles de muchos lugares del mundo, obviamente no sería el centro de atención, y eso me gustaba, era como un pequeño descanso.

Llegué hasta el amplio mostrador, que estaba al lado opuesto de las pequeñas mesas de estudio. Detrás del mostrador había una mujer joven, supuse que tendría unos veinte años, más o menos, llevaba el pelo recogido en una larga cola negra y unas gafas modernas sobre su nariz. Pero creo que no se había dado cuenta ni de mi presencia, así que decidí hablar.

— Hola —susurré por el silencio que invadía la sala. La mujer levantó la cabeza lentamente, y me clavó su mirada miel con algo de miedo, que trató de ocultar al instante.

Por su forma de actuar y su puesto de trabajo, deduje que era una esclava, tal vez, vendida, raptada o, vete a saber. Le sonreí un poco tensa.

— Hola, ¿en qué puedo ayudarla? —contestó con educación, aburrida.

— Soy Brenda Walton, acabo de llegar y me gustaría saber dónde me debo alojar.

La recepcionista al oír mi nombre se colocó irguió en su asiento, cambiando su tono de voz radicalmente. No entendí muy bien porque lo hizo ya que, supuse que recibía a un montón de nobleza durante el día, ¿tenía algo de especial yo? Lo dejé pasar, sonriendole.

— Oh, señorita Walton, es un autentico placer conocerla —se levantó de su silla con una sonrisa y me extendió la mano.

Yo miré confundida su mano, no era muy común que las esclavas hicieran aquello. Volví a mirar sus ojos de color miel y le pregunté su nombre, esperando, tal vez, que la conociera, aunque creía no haberla visto jamás.

— Aina señorita —dijo con rapidez. Definitivamente, no la conocía—, me llamo Aina —bajó su mano, agachando su cabeza un poco temerosa y decepcionada por alguna razón. Conocía bien ese temor y esa manera de agachar la cabeza, pero a mi no debía temerme.

— ¿Eres una esclava? —pregunté, pero la respuesta era clara. Ella asintió, aún mirando hacia el suelo—. Lo siento —dije.

Era una princesa, obviamente no sabía cómo podía sentirse realmente una esclava, pero había visto en directo como las trataban y me había dolido tener que observarlo alguna vez por otra nobleza. Ella me miró confusa, entendí al instante que no esperaba que la tratara con tanto respeto, pero yo no era como mi padre o otros nobles con poder.

— No pasa nada, señorita —su sonrisa volvió a sus labios y, por un momento, se me hizo familiar, pero lo dejé pasar cuando se giró y comenzó a buscar algo por un mueble enorme con cajones pequeños—. Aquí está —dijo ella mientras agarraba alguna cosa del interior de uno de los cajones. Alargué el cuello para poder ver algo, pero volví a posicionarme en mi lugar cuando se giró de nuevo hacia mí—. Tome señorita Walton, esta es la llave de su casa. Está situada a unas cuatro pequeñas colinas de aquí —me sonrió y me entregó la llave.

Bajó de nuevo la cabeza, mirando al suelo, con sumisión. Yo le dediqué una sonrisa de lado y le agradecí su trato.

Salí de allí, pero me quedé quieta en la puerta del Instituto de Magia y Guerreros, mirando el camino de piedra que subía y bajaba la calle, después el pequeño espacio de picnic, vacío, con árboles solitarios alrededor y arbustos verdes y marrones. Pero entonces, detrás de todos esos brutales árboles que rodeaban aquel espacio, pude ver lo que estaba buscando; las colinas.

Se extendían bastante más lejos de donde yo estaba en ese momento, pero tenía ganas de ver mi nueva casa que, momentos antes pensaba que se ubicaba en el centro del recinto, cerca de los muros, pero no estaba para nada cerca allí, estaba mucho más lejos del centro de ese pequeño lugar.

Agarré con entusiasmo la tela negra de mi sencillo vestido, cerrando mi mano en un puño y me dirigí hacia mi nuevo hogar. Así que, comencé a subir la calle, siguiendo el camino de piedra que había en el suelo.

Cuando caminé un rato y fui dejando atrás el enorme edificio del Instituto, vi que el camino se cortaba y que solamente le seguía hierba y árboles que se extendían en un bosque que, en ese momento, tenía delante. Miré a mi alrededor algo perdida y, vi una colina a lo lejos, entonces recordé las palabras de Aina; "Está situada a unas cuatro pequeñas colinas de aquí".

Me puse a caminar de nuevo, con ganas de ver mi propia casa por los nueve meses que tenía por delante. 

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