CAPÍTULO 40

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Al salir de la mansión, lo primero que vimos fue a unos cuantos caballos preciosos, preparados para ser montados, esperándonos.

Las mujeres nos ayudaron a montar y, cuando todos estuvimos bien sujetos por unas cuerdas de cuero que rodeaban nuestras cinturas por el cuello de los caballos, la mujer del moño negro dio una orden y los caballos comenzaron a correr y correr.

Cada vez cabalgaban con más velocidad, dejando atrás la mansión, a mis amigos esclavos, a Alice, a mi padre y a todos aquellos que alguna vez me habían salvado de las garras de mi padre.

Esta vez dejaba a todos ellos caer al gran vacío con una sorpresa rodeada de demonios al final: el rey de Utopía.

La culpa me comía por dentro mientras el caballo que montaba cabalgaba con más intensidad. Los había abandonado, cuando muchos de ellos me habían cubierto y salvado más de una vez de un gran festín de golpes.

Intenté evadirme de todo aquello, pensando en que estarían bien; en que Alice estaría bien.

Los caballos continuaron con su magnífico recorrido a una velocidad irreal, hasta que salimos de los terrenos de la mansión y, en cuestión de segundos, salimos también de la ciudad, hasta llegar al bosque, por el qué habíamos salido el día anterior después de escapar de la reina Briana.

Pero no nos dirigíamos a aquel camino que llevaba a Liliput, sino que íbamos por otro camino paralelo, más oscuro y más denso.

La misma mujer de cabello negro dio otra orden y casi me caí del caballo cuando vi una especie de portal, que apareció delante de nosotros a su orden, el cual nos engulló en su interior a todos en cuestión de segundos.

Al atravesar el portal, creo que se me quedó la boca abierta inconscientemente al ver que estábamos en otro bosque muy diferente al que estábamos hacía un momento.

¡Nos acabábamos de teletransportar!

Los caballos corrieron y corrieron durante un rato, continuando con el mismo ritmo demasiado veloz, como para que pudieran soportarlo durante mucho tiempo aunque fueran caballos de élite.

Finalmente, una de las gemelas rubias gritó una orden hacia los percherones negros y estos pararon de correr, disminuyendo poco a poco su velocidad desmesurada.

Cuando, al fin, cesaron el paso, me temblaba todo el cuerpo por culpa de los movimientos bruscos que hacía el animal al galopar.

— Bien —habló la mujer de cabello negro al bajar del caballo—, Puk y Jadis llevad a los caballos a descansar —se dirigió ella a las gemelas—. Circe, supervisa la zona —le ordenó a la mujer que parecía más mayor—. Los demás, seguidme —nos miró.

Todos obedecimos sumisamente a las órdenes de aquella mujer. Nosotros la seguimos mientras las otras tres mujeres se iban alejando de nosotros por el interior del bosque.

— ¿Nos puedes decir ya quiénes sois o en este lugar tampoco podéis dar explicaciones? —vaciló mi hermano.

La mujer de cabello negro recogido giró un poco la cabeza y miró de reojo a Jir, con una sonrisa de medio lado en sus labios. Se colocó correctamente una chaqueta de piel que llevaba sobre sus hombros y habló.

— Mi nombre es Alison —se presentó—, soy la general del ejército del pueblo de las brujas —nos miró y se puso a caminar de espaldas mientras nos observaba bien—. Es allí a dónde vamos.

Un pueblo de brujas...

La mente se me iluminó: la reina Briana me había hablado de un pueblo de brujas. Aquel pueblo le había hecho caer una maldición a ella y a toda su familia.

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