CAPÍTULO 9

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Acababa de pesar las cuatro colinas de las que me había hablado Aina pero seguía sin ver mi alojamiento. Las colinas estaban algo separadas entre ellas y eso estaba causando que me planteara quitarme los zapatos de tacón bajo que tanto daño me causaban después de haber estado, tal vez, poco más de media hora caminando.

Quité el sudor que caía de mi frente con suavidad cuando, después de caminar un poco más, vi, por fin, mi colina, a unos sesenta metros de mí, más o menos. Fue en ese momento en el que me recompuse y corrí un poco, ignorando por un momento mi dolor de pies, pero las ganas y la emoción hacía que se me olvidara aquello.

Cuando, por fin, logré subir la colina, algo empinada y cansada, pude ver perfectamente la casa. No era gran cosa, pero era lo suficientemente grande para mi sola. Jadeé inconscientemente al admirar la espléndida casa de piedra y madera que tenía delante.

Subí unos escalones de piedra hasta llegar a la puerta principal de la pequeña casa. Justo en el centro de la puerta de madera estaba grabado el número cinco, el mismo número que contenía la llave que me había dado Aina, la esclava y recepcionista del Instituto. Así que, estaba confirmado, esa era mi casa. Nerviosa, metí la llave en la cerradura, pero antes de poder hacer algo más me di cuenta de que ya estaba entreabierta.

Pasé la mano por la puerta y la abrí con lentitud. Vi un pasillo vacío con una lámpara antigua en la pared, una en cada lado del estrecho pasillo. Lo recorrí sin mucha prisa y llegué a un amplio salón silencioso, con una chimenea en el centro, pegada a la pared, junto a dos enormes ventanales. Habían dos sofás espaciosos de piel de color beige alrededor de la chimenea y entre estos dos grandes sofás, también habían un par de sillones con el color a juego. Aunque, en realidad, lo primero que vi al cruzar ese pequeño pasillo fue una escalera amplia de piedra con una bonita baranda blanca.

Agarré con fuerza mi maleta de mano, nerviosa ahora por ver mi nueva habitación, la que ocuparía por unos nueve meses. Por un momento, se pasó por mi mente la imagen de la puerta de la pequeña casa abierta, pero la aparté rápidamente de mi cabeza cuando supuse que podría haber sido un despiste del auriga al llevar mis maletas con mis pertenencias a mi colina. Así que no estaba asustada, estaba demasiado encantada por esa maravillosa casa.

Subí las escaleras de caracol y vi un pequeño recibimiento con un sofá a mi derecha, una mesa de centro enana delante de esta y una ventana que ocupaba bastante espacio de la pared de mi izquierda, justo delante del sofá. Después de eso, mi vista se clavó en las cuatro puertas que rodeaban el diminuto recibimiento. Una de las puertas que vi primero fue la que estaba justo frente a mí, es decir, frente a las escaleras. A los lados de esa puerta había otras dos puertas, es decir, una al lado de la ventana y otra a uno de los lados del sofá, mientras que la cuarta puerta que había, se encontraba cerca de mí, en el otro lado del sofá.

Parecía que todo estaba como demasiado apegado, pero era totalmente normal, era una casa pequeña y no me molestaba en absoluto. Aunque lo que no entendía eran las cuatro puertas, ¿cuántas habitaciones iba a tener para mí sola, cuatro?

Jadeé un poco asustada al escuchar una voz detrás de una de las puertas. Antes de que pudiera hacer algo, alguien abrió la puerta que estaba al otro lado del sofá y yo, asustada, retrocedí un escalón de las escaleras de caracol, sin perder el equilibrio. Se suponía que estaría yo sola, ¿quién demonios había en esa casa?

Me relajé algo al ver que eran tres muchachas de mi edad pero, ¿qué estaban haciendo ahí?

— Vaya, hola, tú debes de nuestra última compañera de casa, ¿no? —preguntó una de las muchachas que acababan de salir de una habitación. Tenía los ojos verdes y el cabello largo y castaño.

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