CAPÍTULO 11

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Los rayos de luz pertenecientes al sol que atravesaba las puertas de cristal del pequeño balcón y de la ventana, causaron que me despertara, alargando mi brazo hacia la mesita de noche de al lado de la cama, hasta que agarré el reloj despertador y miré la hora con los ojos entrecerrados por el sueño y la molesta luz natural. Las siete y media. Me levanté de golpe y fui, torpemente, hacia el armario, buscando cualquier vestido decente para el primer día de clase.

Después de vestirme, fui al cuarto de baño, donde me acicalé e intenté peinar, lo mejor que pude, mis desastrosos cabellos castaños que estaban enredados y despeinados después de toda la noche. Salí del lavabo cuando me peiné y mi cabello quedó medianamente decente, a mi parecer y, directamente, piqué a la primera puerta que vi, la cual quedaba justo al lado de la mía. Estaba cerrada, pero después de llamar, escuché unos pasos al otro lado, acercándose a la puerta, hasta que Edith la abrió bruscamente, con más fuerza de la que se necesitaba, cosa que me sorprendió.

— Hola Brenda —me saludó amablemente pero algo alterada, parecía estresada mientras se echaba a un lado—. Pasa —ofreció mientras se ponía los zapatos de tacón de pie como podía.

— Buenos días —dije, paseando mi mirada verde por su pequeña habitación, más o menos, igual que la mía, tal vez, algo más estrecha.

Tenía una cama justo detrás de la puerta, un escritorio a unos cuantos metros de los pies del catre de colchas oscuras y, un pequeño balcón, al igual que el mío, justo enfrente de la puerta de la habitación. El armario era verdaderamente enorme, estaba empotrado en la pared de delante de la cama, este ocupaba la mayor parte de la pared, pero en un rincón, al lado de la entrada a la recámara, había un espejo completo.

— Deberíamos estar en el comedor a las ocho en punto —habló de nuevo Edith—, ¡son las ocho menos diez! —dijo peinándose su larga melena castaña, mientras se sentaba en su escritorio y se miraba en un espejo diminuto—. Ves a ver si Angela y Agnes están despiertas, por favor.

Me miró a través del espejo rogándome con los ojos verdes y, justo ese momento, recordé a mi hermana, el día anterior cuando me peinaba para la fiesta mientras conversábamos y la miraba a través del espejo de su tocador. Si ya la estaba comenzando a extrañar en ese momento, no podía imaginar dentro de unos meses.

— Voy —asentí y salí de la habitación.

La única opción que me quedaba para ver donde estaban mis otras dos amigas era la puerta cerrada que estaba al lado de las escaleras de caracol. Me dirigí a ella, pasando por el espacio que había entre el sofá y la mesita baja que estaba enfrente.

Abrí la puerta sin siquiera pedir permiso, deduje que Edith, con lo alterada que estaba, tal vez, me mataría si en ese momento me ponía a picar a la puerta y no encargarme de despertar a Angela y Agnes. Cosa de la que me libré, porque estaban despiertas y... literalmente, más histéricas que Edith.

La habitación era un caos total; estaba más desordenada de lo que estaba acostumbrada a encontrarme con mi propia habitación. Las dos camas estaban deshechas y los otros dos escritorios llenos de libros y papeles, unos encima de otros, totalmente desordenados en una pila infinita.

Encontrarme con la mirada de Angela fue algo que me costó impedir una sonrisa alucinada, nunca había visto a alguien con tanta prisa y tan inquieta como lo estaba ella. Angela, era un puñado de nervios que corría de un lado a otro de la habitación.

— Por todos los dioses —nombró ella—, ¡qué nos hemos dormido! Vamos a llegar tarde el primer día. Oh, ¡somos un desastre! —gritó, lo más dramática que pudo mientras intentaba recoger un poco el escritorio y metía sin cuidado los libros en su mochila.

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