Los días fueron pasando, convirtiéndose en un mes ya que no había dirigido la palabra a Adonis.
Cada vez que estaba cerca de él, sentía sus esfuerzos en lanzarme miradas arrepentidas, y yo pacientemente lo observaba, esperándolo, pero no veía nada en sus ojos. No había nada. Parecía no tener ningún tipo de emoción o sentimiento a todo aquello, parecía que cada vez que me miraba con una mueca arrepentida me engañaba.
Aunque lo intentaba, cada vez se me hacía más difícil encontrar una explicación a todo aquello. Había estado semanas y semanas junto a él y parecía que no lo conocía en absoluto.
Fui algunas veces a la enfermería de Alley Street para visitar al muchacho anónimo. Las enfermeras me habían informado que tenía un fuerte golpe en la cabeza y, por eso, pocas veces que lo visitaba estaba consciente. Aunque, cuando estaba despierto, tampoco se molestaba en hablarme.
En el comedor evitaba sentarme en la mesa de mi hermano porque siempre estaba Adonis, el cual clavaba su mirada en mí, incomodandome. Por alguna razón Jir, Kai y deduje que Blaise y Alaric habían mantenido en silencio lo pasado hacía un mes en aquella casa de la colina, protegiendo a su amigo.
A pesar de todo, no podía evitar añorarlo. Una cosa no quitaba la otra. Echaba de menos hablar con él, reírnos juntos de la gente que pasaba cerca de nosotros mientras paseábamos por el centro estudiantil, sus muecas de preocupación cuando me veía algo distraída pensando en mi hermana, sus bromas, su actitud divertida y, a veces, gruñona junto a sus amigos pero, igualmente, no podía estar cerca de él, por mucho que lo deseara, me parecía peligroso.
Mis amigas, por otro lado, no sabían nada sobre aquel tema, y agradecí que respetaran mi decisión de no hablar cuando preguntaron solamente una vez al verme triste tumbada en el sofá del salón. Igualmente me apoyaron bastante desde la incertidumbre de mi distanciamiento con Adonis, cosa que agradecí infinitamente, ya que, al no estar mi hermana ni Alice, ellas habían sido las encargadas de sacarme sonrisas todos los días.
Me despedí de las muchachas en el vestíbulo y hallé con agilidad mi aula de matemáticas, me senté en un lugar libre de estudiantes que aún iban llegando a este y, despreocupadamente por la impuntualidad de la profesora Agatha Mintz, comencé a sacar lo necesario para la asignatura de mi mochila de cuero.
Ahora, Adonis solía sentarse lo más lejos de mí posible, deduje que era para no incomodarme, después de todo, le agradecía ese gesto amable, aunque de vez en cuando, era consciente de que me miraba durante segundos que se hacían eternos.
Pero ese día no se sentó lejos de mí. Mientras colocaba cuidadosamente mi mochila en el suelo de piedra oscura, noté como él agarraba una silla de algún lugar y la colocaba justo delante de mí, al otro lado del pupitre, sentándose ahí.
Levanté rápidamente la cabeza y lo miré confundida. Él, en cambio, parecía un poco nervioso. Apretó sus labios, como si pensara en qué decir, mientras yo lo miraba con el ceño fruncido.
— Hola, princesa —me saludó. Le dirigí una mirada con rabia: le había ordenado que no me llamara de esa manera.
Cuando estaba a punto de protestar y advertirle de nuevo que no me volviera a llamar de esa forma, él me tapó la boca, estampando su mano en mi esta. Me quedé totalmente rígida e inmovil, con los ojos como platos por aquella acción tan inesperada. Podía notar como sus suaves líneas que recorrían la palma de su mano, rozaban mis labios.
— Dejame hablar, por favor —me suplicó y yo asentí lentamente. Él, después de mi respuesta silenciada por su mano, me destapó la boca y cruzó sus manos encima de mi pupitre—. No quiero que lo nuestro acabe en estas horribles condiciones.
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LA ROSA NEGRA
FantasyBrenda, una princesa guerrera, empieza su primer año de Instituto en el centro de Magia y Guerreros. Allí conocerá a sus primeros amigos, como a su primer amor, pero junto a eso también se desencadenará una continuidad de trágicos acontecimientos co...