CAPÍTULO 24

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Me pasé lo que quedó de día sentada en mi escritorio, medianamente ordenado, e intentando no pensar en los extraños comportamientos de Jir y Kai cuando Adonis y yo estábamos juntos, y sobre todo en las misteriosas advertencias de Kai, que inevitablemente venían a mi cabeza de vez en cuando, distrayéndome de mis quehaceres.

Después de un largo rato, logré centrarme del todo y copié los perfectos apuntes que me había prestado aquel muchacho anónimo de clase de Historia, tenía una letra preciosa e, intrigada, busqué entre sus hojas, para ver si en alguno de ellos ponía su nombre, pero nada, no había ningún nombre, y me comía la curiosidad saber cómo se llamaba el joven de ojos azules verdosos y tímidos.

De repente, mientras aún estaba sumergida en mis pensamientos, mirando a través de la ventana de la habitación, que estaba justo delante del escritorio, la puerta de la habitación se abrió bruscamente. Me giré algo asustada por el sobresalto del momento, ya que, hacía un instante, mi habitación se encontraba en total silencio, el cual estimulaba mi cerebro, haciéndolo descansar. Era espectacularmente relajante.

Cuando vi a las muchachas, que acababan de invadir mi habitación, observé que llevaban bastante comida y cosméticos para la piel sujeta entre sus manos. Las miré una pizca sorprendida por la inesperada y curiosa visita, esperando una respuesta a todo aquello, paciente, cosa que me otorgó Edith al ver mi mueca confusa.

— Te dijimos que este fin de semana iba a ser nuestro día de doncellas —comenzó a decir mi amiga de cabello castaño. No pude reprimir enarcar una ceja: aún no era fin de semana.

— Y —continuó, en cambio, Angela— hemos cambiado de idea. Hoy será nuestra noche de doncellas —ambas muchachas, Angela y Edith, me sonrieron cómplices, mientras que, por otro lado, Agnes rodaba los ojos marrones con los brazos cruzados, como si estuviera totalmente obligada a participar en aquello.

Yo paseé mi mirada verde entre las muchachas, divertida. Sinceramente, se me había olvidado por completo nuestro día de doncellas, y deduje que al final, esa noche sería la nuestra, porque el fin de semana Angela se debía marchar a visitar a su hermano menor que, por cierto, era el único que tenía, porque estaba enfermo.

Me hicieron abandonar mis asuntos institucionales para ponerles atención y pasar un largo rato juntas. Decidimos quedarnos en mi habitación para celebrar la noche de doncellas, aunque no fuera del todo noche porque aún quedaban restos de luz del sol.

Nos pasamos un largo rato disfrutando de nuestra charla, sentadas en el suelo de madera, en forma de círculo mientras comíamos algunas chucherías.

— No es cierto —rio Angela.

— Sí, sí lo es, lo vi —carcajeó Edith bruscamente, totalmente divertida mientras Agnes y yo reíamos.

— Angela, admite que te pusiste nerviosa y casi caes por el barranco —dijo Agnes aguantando la risa. Angela negó con la cabeza y reímos de nuevo.

— Vamos Angela —insistió Edith sonriendo con una divertida malicia, pero ella volvió a negar con la cabeza, simulando una mueca seria que casi no pudo resistir.

— Angela, es cierto, yo también lo vi —dije, refiriéndome a hacia un par de días, cuando volvíamos hacia la casa de la colina y los muchachos nos acompañaron—. Admite que casi te caes porque Alaric te estaba hablando y pararemos de reír.

— ¡No pienso admitirlo! —nos informó ella, haciendo que volvamos a reír por su tozudez.

Al final no lo admitió, pero sus risas poco disimuladas la delataban. Comenzamos a hablar sobre el Instituto y el maravilloso centro, sus asignaturas, profesores malhumorados y simpáticos, los alumnos, etc. La verdad es que me encantaba pasar tiempo con ellas, eran muy agradables, y cuando Agnes estaba de buen humor era aún mejor.

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