CAPÍTULO 43

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Todavía era incapaz de creer que Adonis estaba de vuelta, conmigo y con nuestros amigos.

No podía razonar todo lo que me había ocurrido aquel mismo día, que podría ser perfectamente el peor de mi vida, por parte de mi padre y todo lo sucedido, como el mejor de todos por la vuelta de Adonis, saber que estaba bien y, sobre todo vivo, ya que en la Prisión Militar no muchos logran salir con vida, me llenaba de alegría.

Así que, por esa razón, era por la que mi cabeza inquieta no cesaba de funcionar, intentando buscar alguna explicación de cómo había conseguido un muchacho de diecisiete años escapar de la Prisión más controlada de todo nuestro reino.

Pero todas mis hipótesis eran fallidas, por el único hecho de que no tenían ni el más mínimo sentido para mí. De todas maneras, tampoco es que pudiera concentrarme del todo al pensar teniendo a Adonis a mi lado, guiandome hacia la enfermería.

Como todo un caballero, me guió de lo más gentil hasta la enfermería del pueblo, con los demás a nuestro alrededor, siguiéndonos y comentando alucinados el reencuentro de Adonis con algún comienzo de bromas por parte de Alaric y Blaise.

De camino al sanatorio, le conté a Adonis todo lo que había ocurrido en mi vida desde que a él se lo llevaron del Instituto de Magia y Guerreros.

Desgraciadamente, no pude escuchar demasiado su voz, ya que la única que hablaba entre ambos era yo, que con cambios de humor, le contaba lo sucedido todo aquel tiempo, mientras él me miraba expectante y reía de vez en cuando suavemente.

Había cambiado.

Me miraba de otra forma.

Al llegar a dónde mi hermana se hallaba, preguntamos en una recepción de colores vivos el lugar donde mi hermano descansaba y una enfermera de lo más simpática nos llevó hasta una pequeña habitación iluminada por la luz del sol que entraba por una ventana con vistas a un bosque que rodeaba el pueblo de Zenda.

Nada más entrar, fijé mi mirada preocupada en mi hermano, el cual se encontraba plácidamente consciente. Bastante tranquilo, como si no le hubiera sucedido absolutamente nada, mientras que a mí casi se me detiene el corazón al ver la terrible escena en el Bosque Laberinto.

Nunca cambiaría... siempre se quedaría con aquel muro frío y pasota. Como si le diera igual la vida; como si le diera exactamente igual hasta la suya propia.

Sin embargo, le dio una buena alegría ver a Adonis de nuevo.

Se saludaron como de costumbre: con un apretón de manos. Ambos eran algo serios cuando estaban juntos, aunque se llevaran bien. Mi hermano era bastante protector conmigo y ya me dejó claro que no le gustaba que su amigo y yo nos llevaramos tan bien.

Así que, siempre mantenían una mediana distancia cuando yo estaba delante, aunque después se llevaban genial. Siempre hablaban y reían juntos, pero cuando llegaba yo Jir se comportaba algo más serio, mientras que Adonis se incomodaba un poco, aunque pareciera lo contrario.

Me dolía saber que, de alguna manera, yo era culpable de esa pequeña brecha en su amistad, pero ninguno de los dos estaba molesto con el otro. Simplemente, mantenían las distancias porque a mi hermano no le gustaba la relación que Adonis tenía conmigo y él, comprensiblemente, aceptaba la actitud de Jir.

— Estoy bien —aseguró mi hermano—, solo me ha atravesado el pecho un hechizo —dijo sarcasticamente y reí, en parte no fue porque me hicera gracia su comentario, sino por la alegría de verlo en buen estado y con su humor negro de vuelta, sin un rasguño visible.

En realidad, por muy odioso que fuera mi hermano, no sabría que hacer sin él.

— Pero gracias a la magia de aquella bruja... —pausó— ¿Alison? Sí, Alison... ella me ha salvado la vida.

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