Caminamos de nuevo por el pueblo, esta vez con paso más ligero.
Ya había anochecido un poco, pero eso no parecía impedimento para que los enanos pasearán por las calles. Mientras perseguíamos a los guardias, veía a algunos enanos caminar hacia algún lugar en concreto, como nosotros.
Todos nos dirigíamos a algún lugar, pero no me di cuenta de que íbamos hacia aquella especie de castillo de metal pintado de dorado, hasta que estuvimos justo enfrente de este, y hacíamos una pequeña fila donde algunos enanos entraban antes que nosotros, y después nosotros los perseguíamos, como si fuéramos montañas rodeadas de florecillas de todo tipo.
Al entrar al enorme edificio nos llevaron hasta un gran comedor. En lo primero que me fijé fue que estaba repleto de mesas y sillas para niños pequeños. Realmente parecían de juguete, pero pronto me di cuenta a quién pertenecían verdaderamente.
Se estaban comenzando a sentar los pueblerinos enanos, mientras que apartadas de esas mesas pequeñas, habían mesas rectangulares más grandes con sillas de madera pintadas de color rojo y gris, a conjunto de las paredes que eran de esos mismos colores.
Los guardias, que nos habían guiado hasta allí, y que no nos habían dirigido más la palabra, nos hicieron sentarnos en una de esas mesas rectangulares de madera vieja y endeble. Al lado de esta, habían mesas completamente iguales, donde se sentaban los guardas reales del pueblo.
Poco después, en el comedor se hizo el silencio. La puerta doble que se situaba al final de la habitación en la que nos encontrábamos se abrió, y de esta salió la reina, caminando firmemente hasta llegar a una mesa, la cual era más alta que la de todos, lo cual era bastante gracioso, por que ella no podía subir ni a una silla por sí sola.
Ella, como sus pueblerinos enanos, me llegaba por la cintura. Era algo amargo y molesto el pensar que hasta el momento en el que había descubierto la existencia de esos enanos, no había tenido muchas ocasiones en ser más alta que alguien.
Los guardias apoyaron unas pequeñas escaleras al lado del trono, que se hallaba a un lado del comedor, al final del todo, elevado, seguramente para poder observarlo todo a la perfección.
La reina Briana subió por aquellas escaleras hechas a su medida y, cuando se acomodó en su asiento, dio un par de palmadas, y como si aquello se tratara de una orden, mujeres y hombres salieron de otra puerta. Las manos de estos, iban llenas de platos de comida, las cuales iban repartiendo con agilidad por las mesas, hasta que llegaron a la nuestra.
No fue mucha la ración que nos repartieron, pero era suficiente. Parecía que era un trozo de ciervo, deduje que los guardias de ese pueblo salían de este para cazar, ya que, no creo que fueran a la ciudad a comprar. También recordé que, anteriormente, había visto que, detrás de las pequeñas casas de los enanos, habían pequeños jardines y cosechas.
De esa manera vivían la gente de Liliput, supuse: los enanos cosechaban y los guardias cazaban, y entre todos podían comer todos los días.
Cuando todos los respectivos asistentes a la cena tuvieron los platos en la mesa, los camareros se sentaron en una mesa y, entonces, miraron a la reina, en busca de su aprobación, cosa que mis amigos y yo solamente miramos curiosos y expectantes.
La reina miró a sus trabajadores de cocina con la aprobación que esperaban y luego inclinó su cabeza seriamente, causando que su cabello rojizo se deslizara un poco hacía adelante. Seguidamente, dio unas cuantas palmadas de nuevo y todos comenzaron a hablar y cenar.
Desde mi asiento, que estaba bien apartado de la reina, podía ver perfectamente cómo esta, tenía una mayor ración que la de los demás. Al menos tenía dos platos bien cargados de carne y verdura. Me enfadé un poco ante aquella injusticia.
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LA ROSA NEGRA
FantasyBrenda, una princesa guerrera, empieza su primer año de Instituto en el centro de Magia y Guerreros. Allí conocerá a sus primeros amigos, como a su primer amor, pero junto a eso también se desencadenará una continuidad de trágicos acontecimientos co...