CAPÍTULO 53

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Salimos, por fin, de entre los árboles del bosque y avanzamos hacia el castillo, el cual teníamos delante, y en el que había estado hacía dos días hablando con la reina y en el que mis amigos habían vivido durante unas semanas.

Había algunos carros de madera con hombres, que deduje que eran trabajadores. Algunos preparaban a los caballos, para hacer tirar de las endebles carrozas, y otros se encargaban de poner dentro del carro comida, mantas o ropajes, que llevaban los hombres en las manos perfectamente doblados.

—Brenda —me llamó con suavidad Angela.

— Perdón, ya voy —dije cuando me di cuenta de que me había quedado atrás, distraída con lo que estaba viendo.

Angela se rió ante mi despiste y se acercó a mí con una sonrisa amable. Al llegar hasta mí, me agarró del brazo y entrelazó el suyo con el mío. Comenzamos a caminar juntas mientras mirábamos a nuestro alrededor.

—¿Te acuerdas de esos dos días en los que no nos vimos? —me preguntó ella. Asentí.

Sabía que se refería a los dos días en los que todos mis amigos, y mis hermanos, estaban en el castillo, y Adonis y yo no nos vimos con ninguno de ellos.

Y, no es que me extrañara o enfadara no verlos durante dos días, sino que me había molestado que ellos nos dijeran, a Adonis y a mí, que bajarían a la choza de mi compañero para pasar el día todos juntos, y no los vi hasta el día que, prácticamente, Alison me llevó casi obligada al castillo porque la reina Diana me esperaba.

— Te debíamos una explicación y te la íbamos a dar todos juntos. Pero algo extraño está ocurriendo aquí, y si no te lo cuento ya, la culpa me comerá por dentro.

No pude evitar reír, me encantaba su inocencia y su dramatismo. Ella rió conmigo y luego habló, soltándome el brazo y mirándome directamente.

— No pudimos ir a veros por qué la reina vino a vernos a nosotros y nos dijo que estábamos obligados a trabajar en el castillo, como todos los demás, si es que queríamos dormir en algún lado de su territorio —me explicó.

» Así que, no nos quedó otro remedio que aceptar, y a partir de ahí, las brujas y los magos que viven aquí, en el castillo, no pararon de ponernos faenas para hacer. Lo siento, de verdad, queríamos ir a veros, pero no pudimos.

» Era como si la gente se aprovechara de nosotros para no hacer su trabajo y, así, hacerlo nosotros —explicó con el ceño fruncido, como si fuera una cría ofendida.

Yo sonreí mientras la miraba con cariño. Agarré su brazo, haciendo que parara de caminar en seco y, sin darle la oportunidad de quejarse, la abracé mientras reía.

— No te preocupes, Angela, no pasa nada. Gracias por decírmelo.

— Vosotras sin prisa, eh —nos dijo Kai, sarcástico, mientras se acercaba a nosotras con rapidez.

– Pues claro que no. ¿Tú no has escuchado nunca que los últimos serán los primeros? —le preguntó Angela a Alaric, que también se aproximaba a nosotras junto al hombre lobo, y luego rió.

— Pues como no queráis ser las primeras en morir en esta guerra, no sé de qué vais a querer serlo —rió mi amigo moreno y después nos dispusimos a caminar de nuevo, hacia el castillo.

— Yo quiero ser la primera en irme de aquí, por ejemplo. Si va haber una guerra, yo no quiero participar en ella.

– Tranquila, Angela, aún no sabemos de qué va todo esto. Pero seguramente nos protegerán. No tendremos que luchar, no pueden obligarnos —intenté tranquilizarla.

Ella asintió, aunque no parecía muy convencida.

Llegamos a las puertas del castillo y Alaric, Kai, Angela y yo volvimos a unirnos a nuestro grupo de amigos.

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