CAPÍTULO 52

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Solté las manos de Adonis y de Edith para poder colocar parte de mi cabello castaño detrás de mis orejas y, así, poder contemplar mucho mejor el maravilloso pueblo de Zenda, donde acabábamos de llegar con la magia de Allison.

Sin embargo, el pueblo aún estaba algo alejado de nosotros, ya que nos encontrábamos en el bosque que lo rodeaba, pero aún así podía ver Zenda, diminuto por la lejanía.

Esta vez, el pueblo de las brujas estaba invadido de nieve pura. El viento helado y suave nos pasaba por el rostro y seguía su camino, la nieve amontonada, que había en los árboles, se caía y seguidamente aterrizaba en el suelo, junto a mis pies.

De entre los árboles, vacíos de hojas y con apariencia muerta por la temperatura y la estación en la que nos encontrábamos, salió Circe, la bruja que era una de de las guardianas más importantes para la reina Diana. Nos recibió con el cabello castaño-oscuro, con algunas canas visibles, alborotado por culpa del viento, y con sus preciosos ojos marrones tan grandes, pero algo rojos por el frío.

Deduje que estaba ahí porque nos estaba esperando y, tal vez también por que sabía que llegaríamos en ese lugar y en ese momento, porque Allison y ella ya lo tendrían hablado, aunque en realidad, no lo sabía a ciencia cierta.

— Veo que venís todos. Me alegra saber que nadie ha muerto en la salida... Sin embargo, no me alegra ver rostros nuevos —dijo Circe, a modo de saludo, mientras miraba a Ada y a Eliphas con desconfianza.

— Yo también me alegro de verte —le dijo el profesor de química a la bruja mayor, mientras se pasaba la mano por su cabello engrasado y le sonreía.

Pude notar tensión entre ellos, estaba claro que se conocían, pero que no tenían muy buena relación también se podía deducir.

— Lo siento, Circe. Luego te lo explicaré todo —intervino Alison ante la mirada de repulsión que la bruja de ojos marrones le lanzaba al delgado profesor.

Circe no se molestó en mirar a Alison, solamente ignoró su comentario y dio media vuelta, comenzando a caminar hacia el pueblo, entre los árboles, que descansaban en invierno.

Miré a mis amigos, los cuales tenían la misma confusión en sus rostros que yo. Después de unos segundos, Alison y Eliphas comenzaron a caminar, siguiendo los pasos de Circe, marcados en la nieve blanca, y nosotros caminamos detrás de ellos, mientras murmurábamos que era lo que podría estar pasando entre Circe y Eliphas.

— ¿Cómo estás? —le pregunté a Adonis, con la voz tan suave como los pequeños copos de nieve que caían sin prisa a nuestro alrededor.

— Bien —me contestó con voz despreocupada y ronca, pero obviamente su cabeza gacha y sus ojos destellados en tristeza, hicieron que no lo creyera.

— Duquesito, esa gente no te conoce en absoluto, no sabe cómo eres, ni por lo que has tenido que pasar. Yo sé cómo eres verdaderamente, y por tú humilde corazón y tú manera de ser en realidad, es por lo que te quiero tanto.

Hice una pausa. Respiré hondo, mientras lo observaba con cautela y continué.

» No te debes preocupar por las barbaridades que la gente te llame, basta con lo que tú creas y sepas que eres. En tú vida sólo vale tú opinión de ti mismo. Las opiniones de los demás solo son aportaciones que eliges tú mismo si entran en tú vida o no. 

Rocé mi dedo pulgar sobre la curvatura de su mano y un escalofrío invadió su cuerpo, haciéndome sonreír un poco por haber conseguido ponerlo nervioso. Levanté la mirada hasta  encontrarme con su espléndido perfil. Su ceja perfectamente perfilada, su nariz rosada por el frío, al igual que sus pómulos. Y sus labios curvados en una perfecta sonrisa, que me causaba sonreír como una atontada, admirándolo.

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