CAPÍTULO 31

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Al cabo de un rato, Kai y yo continuábamos en el árbol, sentados y charlando calmadamente hasta que, al fin, alguien se despertó.

Jir se acercó a nosotros y, a medida que estaba más próximo a nosotros, me miraba más incrédulo e incluso se frotaba los ojos sin creérselo del todo, como si aún estuviera soñando, algo seguramente aburrido y soso, como él.

— ¿Y esa vestimenta? —preguntó, sin embargo, Edith, levantándose del suelo, dejando a Agnes sola durmiendo plácidamente. Aunque, delante de ella venía Jir, sin apartarnos la mirada a Kai y a mí, casi analizándonos fijamente.

— Pensaba que no aceptarías la ropa de Kai —me dijo Jir, mientras peinaba su cabello castaño con su gran mano, despreocupado.

— ¿Le has dejado tu ropa, hermano? —le preguntó Edith a Kai, riendo.

Sinceramente no esperaba esas reacciones tan extrañamente agradables. Me esperaba algo más como una bronca y grandes reproches de parte de mi hermano y muecas de desagrado e insultos por mis ideales bajos de parte de mi amiga.

Pero parecía, por alguna razón totalmente agradable, que me apoyaban y que les daba exactamente igual como me vistiera. Y, la verdad, es que eso era sumamente relajante y necesario para soltar el aire que no sabía que estaba sosteniendo.

Kai, por otro lado, parecía algo tenso después de la pregunta burlona que le había lanzado su hermana, pero la ignoró con dureza.

Ninguno de los dos contestamos a nuestros respectivos hermanos, solamente nos levantamos del suelo y buscamos algo para desayunar mientras veía cómo los demás se iban despertando y levantando sin prisa.

Un rato después, preparamos lo necesario para desayunar delante de la fogata apagada, que se había convertido en nuestro lugar de reuniones y tertulias, aunque tampoco iba a durar mucho más.

A mis amigas también les prestaron algo de ropa. Los muchachos, sorprendentemente, habían pensado en todo y cada uno de los detalles de aquella aventura demente e imprevista.

Y, lo mejor de todo es que nos lo permitían y no nos juzgaban por vestir como ellos.

Ninguno de nosotros, ni los muchachos ni las jóvenes, habían replicado en ningún momento sobre la vestimenta que nos habíamos puesto de ellos, es más, Blaise le prestó la ropa a Agnes, Alaric a Angela, Kai también a Edith, y Jir, simplemente se dedicó a desayunar y observar, cómo los demás, la pasarela que hacíamos las cuatro para enseñar cómo nos quedaba la ropa prestada por ellos.

Me sentí mucho más cómoda de lo que pensaba.

Mientras desayunábamos nos reíamos de cómo nos quedaba estéticamente la ropa enorme de los muchachos. Luego nos quejamos grupalmente sobre el frío nocturno y los ruidos de algunos búhos libres por la noche. Después de comentar y desayunar, nos pusimos en marcha de nuevo.

Caminamos durante horas y, menos por el cansancio de no descansar demasiado, el resto me lo había pasado de maravilla. Había hablado con todos mis amigos, entreteniéndonos para que nuestro camino pesado se hiciera algo más ameno y, también, observando y disfrutando de las vistas que me rodeaban constantemente.

Tardamos unas cuantas horas en llegar a la entrada de un pequeño pueblo, el mismo que había visto el día anterior desde la altura del muro anaranjado del recinto. Amenizamos el paso al igual que el manjar que nos entreteníamos en comer como primer y único plato de medio día: frutos secos.

Me sorprendió que no hubiera ningún tipo de seguridad. Ni muros, ni guardias, ni nada. Absolutamente nada. Solo un pequeño llano desierto, casi sin vida, en el que únicamente había un cartel, a un lado del camino, junto al único árbol en buenas condiciones de lo que podía observar más adelante desde mi lugar.

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