Capítulo 82

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Sentí sus labios besar por última vez mi entrepierna y luego de eso se deshizo de sus pantalones, quedando en unos Calvin Klein ajustados color azul marino. Mis piernas se sentían como gelatina, en especial entre mis muslos. 

Mis labios se encontraban entreabiertos y mi respiración aún era agitada. Era consciente de la ligera capa de sudor en mi frente, pero era lo que menos me importaba en estos momentos.

Sus labios apenas tocaron los míos en un suave beso. No era como si me molestara o diera asco después de todo, ¿estaba mal? No lo creo.

—Bésame bien —espeté.

Él rió sorprendido y se acercó de nuevo a mí, besándome como siempre lo hacía. Suspiré y acaricié su cabello, me gustaba tocarle el cabello porque siempre se encontraba muy suave.

—Bueno, ya vimos que eres bueno con ese tipo de cosas —murmuré divertida y él rió, abrazándome por la cintura y escondiendo su cara en mi cuello dejando suaves besos—. Pero ahora, ¿por qué no quitamos ese molesto bóxer que estás usando?

—Te dejo a ti hacerlo.

—Eso esperaba.

Sus manos en puños se colocaron a cada lado de mi cintura, alzándose sobre sus brazos viéndome atento. Bajé mis manos por su espalda y amaba cómo ésta se dividía, amaba sus músculos. ¿De verdad yo había conseguido a este hombre?

Acaricié su pecho y abdomen, adorando sentir sus cuadros bajo mis dedos. Besé suave sus labios, bajando mis manos hasta el elástico de sus bóxers. Respiré profundo y segundos después me armé de valor para meter mi mano, encontrándome con su erección.

Sus labios se fruncieron a la vez que dejaba salir un suspiro entrecortado, sus ojos cerrándose. Mi mano acarició cautelosamente y pronto sentí los labios de él en los míos.

Acaricié de arriba a abajo, permitiéndome conocer esa parte de su cuerpo. Sus caderas se movieron contra mi mano y esto era tan nuevo para mí como para él.

—Amber, no voy a aguantar mucho si sigues con eso —murmuró.

Lo besé de nuevo mientras mi mano aún lo acariciaba. Sus jadeos se hicieron presentes y no podía dejar de admirarlo desde debajo de él. Amaba la forma en que sus cejas se fruncían y sus músculos se tensaban.

Su mano tomó mi muñeca, deteniendo mis movimientos. Lo miré confundida, ¿hice algo mal?

—No quiero correrme, no todavía. Necesito hacerte el amor y necesito primero un maldito condón.

Sonreí y lo vi estirarse hacia la mesita de noche, sacando un paquete de tres condones. ¿Los usaríamos todos? Esperaba que sí. Mi corazón comenzó a latir rápidamente por cuarta vez en la noche y me acomodé mejor en el colchón.

Una vez que tenía el condón puesto, volvió conmigo. Sus manos pasaron a mi espalda, desabrochando el sostén y lanzándolo a alguna parte de la habitación.

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