CAPÍTULO 43

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Caos y orden.

Emma Walsh

Cuando salí de la habitación de Erick, tuve que sentarme en una de las sillas de espera que había en el pasillo y soltar todo lo que llevaba dentro. Las lágrimas empezaron a caer con rapidez sobre mis mejillas, sentía que cada lágrima quemaba sobre mi piel.

No entendía que era lo que estaba haciendo mal, pensaba que, si ayudaba a Erick con esto, me ayudaría a mí también para sentirme mejor conmigo misma después de todo lo que había pasado, pero me sentía peor.

Me molestaba que pensara que todo lo que le había pasado era insignificante y que estaba bien..., pero él no se había visto desde mis ojos, esa imagen de Erick herido me rondaría la cabeza durante muchos meses.

No me cuadraba ese Erick dulce, bueno y atento que conocí, con el chico que vi aquella mañana lleno de cables y el que he viso esta mañana al intentar ayudarle. Lo más doloroso es que se piense que está solo en esto, cuando no lo está, me tiene a mí, a nuestros amigos, a sus hermanos, su madre, pero por alguna extraña razón, eso no le parecía suficiente.

No me había dado cuenta de que mis lágrimas caían cada vez con más fuerza y que también poco a poco me oprimía en pecho, hasta que una enfermera me tocó el hombro.

— ¿Te encuentras bien? —Dijo una enfermera, mayor y bajita con unos graciosos ojos azules.

— Si, perdona por el espectáculo... —Dije avergonzada, levantándome de la silla.

— No te preocupes. —Me sonrió. — ¿Necesitas que te ayude en algo?

— No creo, pero muchas gracias. —Dije, dándole una sonrisa de boca cerrada. —Yo... ya me iba.

— Está bien, y recuerda niña, llorar no es algo que te deba avergonzar.

— Gracias. —Ya me había dado la vuelta para irme cuando recordé algo. —Disculpe, disculpe. —Dije llamando a la enfermera.

— ¿Qué ocurre cielo?

— Si me podrías ayudar con algo. —Dije rebuscando en mi bolso una de las tarjetas del bufete de abogados de papá. — ¿Podría llevarle esto al paciente de la 346?

— Claro.

— Dígale que hasta las tres están abiertos, pero que si no llama no pasará nada, que yo solo quería ayudar.

— Se lo daré.

— Muchas gracias. —Dije sonriendo a la enfermera que se dirigía a la habitación de Erick.

Salí del hospital, y me fui hacia el parking donde había dejado mi coche aparcado. En realidad, el coche era mío y de Ivy, pero al no estar ella aquí, pasaba a ser mío.

Antes de irme a casa, pasé por el supermercado a comprar varias cosas que hacían falta en casa.

Esta mañana, me había tenido que levantar más pronto de lo que quería ya que Candice, quería que la peinara y llevara al colegio, así que a las ocho de la mañana estaba haciéndole dos trenzas y media hora más tarde, Rubens, Alec, Candice y Alex, estábamos metidos en mi coche para ir al colegio. El colegio de los chicos, estaba cerca de casa, pero como tenía que sacar el coche para ir al hospital, los acerqué.

Cuando llegué a casa vi que el coche de Alex, seguía aparcado justo donde lo había visto esta mañana, dejé el mío detrás y entré en casa.

— ¿Hola? —Pregunté al no escuchar nada.

— En el patio trasero. —Gritó Alex.

— Dejé las bolsas del supermercado en la mesa de la cocina y me asomé al patio trasero.

Quererte sin quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora