CAPÍTULO 4

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Si no es la cama, será la bañera.

Erick Reed

 — De verdad que no hacía falta que me acompañaras. —le dije a Gress que caminaba tranquilo a mi lado.

— Tampoco tengo nada que hacer y no tengo muy claro que sepas como llegar hasta tu habitación.

— La verdad es que no, he llegado aquí esta mañana gracias a la intuición y un poco de ayuda de mi teléfono.

— Ven vamos por aquí. —Gress me había apartado del camino y me llevó por otro que daba a una puerta trasera de nuestro edificio —así llegamos antes.

— Menos mal que me estás acompañando.

— ¿No habías dicho hace un segundo que no hacía falta?

— Retiro lo dicho.

Pasamos por la gran recepción donde Mary nos saludó alegremente con la mano.

— Le has caído bien.

— ¿A quién?

— A quien va a ser, a Mary. Espera... ¿A quién creías que me refería? —una sonrisa que no me gustó nada se dibujó en su cara. —¿A alguna de las chicas del grupo?

— No, que va, o sea espero haberles caído bien, pero no pensaba en ellas. —esperé no haber sonado muy nervioso.

— Bueno, si tú lo dices. —Gress subió al ascensor y tecleó el número 7. — ¿No subes?

— Si claro. —subí al ascensor y me puse a su lado en silencio.

— Estoy seguro de que sí.

— ¿Cómo?

— Que, seguro que les has caído bien, por lo menos parecían interesadas en venir a la fiesta a conocerte.

Eso me tranquilizó un poco más, ya que no quería que estuvieran incomodas por mi presencia.

— Eso espero. —por un instante quise preguntar más, pero no lo hice, en cambio el sí me preguntó por mi vida.

— ¿Por qué te viniste aquí? —preguntó directamente. —Perdona mi poca discreción y el haber sido muy directo a lo mejor no quieres hablar de ello. —Creo que notó mi cara de incomodidad a su pregunta.

— No te preocupes. —dije negando con la cabeza. —Me vine aquí por cambiar de aires. —Contesté secamente.

— Pues espero que te gusten estos aires y te quedes aquí. —el ascensor se abrió y dio camino a un pasillo con un gran ventanal al final y con dos sofás.

— Bienvenido a nuestro maravilloso pasillo. Te aseguro que es el mejor de todos, de once habitaciones que hay aquí solo están ocupadas cuatro. —me señaló que habitaciones eran. —bueno, con la tuya cinco. ¿Qué número es?

— La 212.

— Genial, estas justo delante de la nuestra. —señaló la puerta de enfrente.

— Pues vamos a entrar y vemos como es mi habitación ¿No? —murmuré.

Metí la llave en la cerradura y giré dos veces. Gress empujó la puerta con una mano y un gran rayo de luz nos cegó.

— Dios mío, ¿Nos quieren dejar ciegos?

Dejé mis llaves en un pequeño mueble que había a la entrada y mis ojos se abrieron como platos al ver tal habitación.

— Joder, si es mejor que la de mi casa. —dije asombrado. —Es bonita, ¿verdad? —le pregunté a Gress que llevaba un rato peleándose con la cortina.

Quererte sin quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora