Lo digo por los dos.

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#Killian

Me cagó en la p*ta. Esto era lo mejor que había probado nunca, joder. Con esta mujer había perdido completamente los papeles de un momento a otro y ya no sabía hasta donde llegaban los límites o si siquiera existían cuando se trataba de ella. Lo único que sé es que desde el primer instante en el que comenzó a mover sus caderas como si su cuerpo fuese el de una serpiente sin huesos, me tuvo rondando en los dedos de su mano.

¿Desde cuando sabía bailar así? ¿Quién le había enseñado a bailar como las árabes?

Me martiricé pensando en eso mismo, y por lo tanto, la obligué a entrar a los baños con su cuerpo pegado al mío por el camino hasta llegar a la entrada de estos y meterla en el cubículo de los tíos, donde todo el mundo estaba claramente liándose entre ellos. Tíos foll*ndose a tías en los retretes, chicas agachadas haciéndole mam*das a los tíos...
Sin embargo y para mí sorpresa, a ninguno de los dos nos importó. Estábamos tan tremendamente calientes, que lo único que nos tomó tiempo, fue decidir en cuál de los retretes que quedaban libres nos íbamos a meter. Ella tiró de mí antes de poder decidir, dejándome como un perrito faldero y con la p*lla tiesa al aire siguiéndola rápidamente. La empujé en cuanto tuve oportunidad y cerré la puerta tras de mí para obligarla a sentarse sobre el v*ter y besarme el c*pullo. No duda un segundo en ceder.

- Tú descaro no tiene límites.

No me contesta, sólo abre aún más su boca para castigarme con ella.

- Verdammter teufel - gruño.

La separo de mi cuerpo tan rápido como puedo y la levanto para pegar su cara a la put* puerta del diminuto cúbico en el que nos encontramos. La muy z*rra sonríe cuando ve el estado en el que me tiene, y por eso subo si cuidado ninguno su vestido con mis manos y me introduzco en ella haciéndole gritar más que cualquier otra mujer que esté en este lugar ahora mismo. También sacó sus t*tas del vestido con ferocidad y las estrujó con mis manos si dejar de moverme a toda hostia.

- ¡Sí! ¡Sí! - grita la mujer de mi vida.

- Eres la mujer más descarada que he visto en toda mi vida - le digo al oído mientras no dejo que el ritmo de mis estocadas se minimicen.

- Y me gusta serlo.

Lo sé, cariño. Lo sé.

Es por eso que me gustas tanto. Porque sabes lo que eres. Sabes lo que tienes. Y sabes como jugar con ello.

- ¡No tienes ningún escrúpulo!

ZAS.

- ¡No te importa que te estén mirando!

ZAS

- ¡Dios! - la escucho decir mientras veo cómo una fina capa de sudor comienza a entreverse por su preciosa cara.

- ¡Solo quieres que te mime!

¡ZAS!

- ¡Qué te insulte!

- ¡Sí!

¡ZAS!

Echo mi cabeza para atrás yo también del placer, y le doy una palmada sobre sus lab*os menores cuando siento que se va a venir. Me c*rro en cuanto noto como sus jadeos aumentan. Sus paredes me aprietan, y de un momento a otro sé que ambos estamos alcanzando la cima juntos. La cojo fuertemente en mis brazos para evitar que se caiga, mientras yo sigo moviéndome cada vez más lentamente en ella.

Ninguno dice nada durante unos minutos. La dejo descansar sobre la taza del retrete y me agacho con un trozo de papel en la mano para limpiarle sin pudor alguno. Ella mira cada uno de mis movimientos mientras se acomoda el vestido. Ninguno de los dos siente vergüenza alguna. Incluso le dejo un beso cuando me pongo en pie y salgo hasta los lavabos para limpiarme las manos con jabón en el último grifo que queda libre. Ella sale segundos más tarde detrás de mí repitiendo mis actos en total silencio, y haciendo como si no estuviéramos rodeados de más de una docena de adolescentes saltándose normas y leyes como si cualquier cosa.

Minutos más tarde, los dos estamos subidos en la moto camino a su departamento. Tal y como ella quiso. Pero en cambio, conduzco por primera vez en mi vida desde que sé manejar una moto, bajo la velocidad máxima. Aprovechado esta noche por el camino, mientras maldigo en mi interior por ver el cielo empezando a clarear y haciendo desaparecer estrellas.
Me desvío cuando la noto tranquila y relajada detrás de mí. Casi puedo jurar que lleva los ojos cerrados y tiene la guardia baja por primera vez desde que nos conocemos.

- Julieta... bájate.

- ¿Dónde estamos? - pregunta abriendo los ojos.

Se queda callada cuando se da cuenta del sitio al que la he traído. Yo me bajo de la moto y me giro para observar su rostro mientras  me deshago primero de mi casco y luego del suyo. La ayudo a bajarse de la harley aunque sé que no hace falta, la cojo otra vez de la mano sintiendo escalofríos por todo el pu*o cuerpo, y avanzo con ella hasta la puerta que he trucado más de mil veces para abrirla en cuestión de segundos.

- Voy a encender la chimenea.

Me agacho frente a la chimenea que encendí la última vez que la traje, y enseguida agradezco que todavía quede leña de aquella vez. La siento moverse por la habitación como si cualquier cosa. Sé que no se esperaba una despedida por mi parte, y menos que la trajera hasta aquí.

- ¿Por qué has vuelto a traerme a esta casa? - escucho detrás de mí.

Me aseguro de mover bien la pequeña llama de fuego, y al segundo prende. Cuando me giro para verla, la veo sentada en el sofá con las piernas juntas y estiradas. Infinita mente atractiva, guapa, y jodidamente seductora.

- La última vez que vine aquí contigo estabas en ese sofá con mi sudadera.

- Killian contéstame, se está haciendo de día.

- Solo quería aprovechar contigo hasta que saliera el sol.

Inesperadamente, la pelinegra se pone de pie y se acerca hasta mi. Me da coge la cara entre las manos y me da un beso sincero. Con ansías. Con ganas. Y cuando apoya su frente con la mía y la oigo suspirar totalmente derrotada, sé lo que se está guardando.

- Te quiero Julieta, ya lo digo yo por los dos.

Y a continuación, lo único que se abre paso entre nosotros además de un vacío abismal, son sus lágrimas.

JUGANDO CON EL DIABLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora