A veces

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Julieta

Le miraba, le miraba, y le volvía a mirar. Era mi amante numero cinco. Mi amante de los viernes a las cinco de la tarde. Mi amante más resuelto. Español. Alto. Moreno. Pelo engominado. Entrajado. Con bigote perfectamente acicalado. Guapo como nadie. 

Y lo más importante.

Estaba loco por mi.

- Cariño, no sé si te lo he dicho pero lo importante ahora es que asistas a los eventos que consiga organizarte esta semana para lo que queda de mes. No paro de hablarle de ti a todos mis socios, mis contactos, incluso a mis amigos más influyentes en el mundo de la danza y el teatro. Te quieren para bailar los clásicos en navidades, cerrar la opera con tu danza, exhibirte. Están todos locos por ti mi amor... todos.

- Ramiro, ¡eso que me dices no hace más que alegrarme!

-Lo haría todo por ti Julieta, lo sabes, ¡Vendería todo lo que tengo por ti! ¡No he sido nunca tan feliz con nadie! ¡Estoy loco por ti! ¡Loco!

Y dejé que con toda esa euforia y pasión que le recorría las emociones, me besara como si no hubiera un mañana mientras yo me dejaba enloquecer por sus apasionados besos y caricias. Había aprendido con el tiempo, que aunque no fueran las manos que me tocaran las mismas que yo deseaba, el poder que me otorgaban todos y cada uno de estos hombres poco a poco, me hacía sentir mucho más empedrada. Y nada. Absolutamente nada en la vida, sabía también como lo hacía el poder.

Nada.

Supe como quería que me comportase con el en ese mismo instante en la cama, hoy no me quería dócil ni sumisa, la emoción que sentía por complacerme le había subido la dopamina y con ello la testosterona, iba a a ser brusco, quería desquitarse conmigo. Y yo, yo le iba a dejar. Iba a deshacerme entre sus labios e iba a complacerle cuanto quisiera para fingir agradecimiento hacia el conjunto de unas cuantas acciones que yo misma había tejido y logrado indirectamente sobre él. Le ponía cachondo complacerme, hacerme saber lo gran hombre que podía llegar a ser. Se le ponía dura pensando en que su nueva novia además de ser guapa y exitosa, también era envidiada por todas sus ex parejas y la mayoría de socios con los que se enfadaba cada mañana en el trabajo. Así era como se sentían todos los hombres que estaban terminando de lanzar mi carrera al estrellato. Inalcanzables.

Todos menos uno.

-Antes de seguir cielito, espera, espera.

Me quedé muerta, helada de frío en aquel conjunto de encaje negro que tanto adoraba porque le recordaba a la primera vez que bailé en su mansión privada solo para él. En una barra, como hacía mucho tiempo. 

-¿Qué pasa Ra...

Nunca pude terminar esa frase. Ese hombre de bigote y pelo negro, bien cuidado y engominado, guapo a rabiar y lleno de billetes, se estaba sacando una pequeña caja de terciopelo azul del bolsillo. No. No. Esto no podía estar pasándome de nuevo, yo ya me había casado una vez. Una muy mala vez.

-Quiero que dejes de ser mi amante. Quiero parar de tener que verte a escondidas y no tenerte como te quiero tener. No soporto una sola vez más el estar contigo mirando constantemente las agujas del reloj por si te tienes que ir o no. Cambiemos eso. Ayúdame a cambiar eso, nena. Ayúdame a cambiar eso de nosotros. Quédate aquí para mi. Conmigo.

No pude contestarle. No supe tampoco como hacerlo. Después de la cantidad de hombres con los que me había cruzado, había llegado a creer que Ramiro podría llegar a ser uno de esos, ya sabéis. Uno de esos hombres guapos y de ojos penetrantes que te prometen la vida de ensueño que de verdad saben que te pueden llegar a dar. A veces, cuando estaba con él me sentía mil veces más relajada en sus brazos, que en el del resto de hombres con los que me encontraba por  las noches. Y entre esos brazos, cuando me refugiaba en ellos y me quedaba dormida rodeada por ellos, pensaba, simplemente pensaba, que quizás alguna vez... Ramiro podría ser más que suficiente para hacerme feliz y alejarme del fantasma que tanto me perseguía a través del tiempo. Uno rubio de pelo sucio y manos engrasadas, el mismo que algún día me hizo sentir que me querían de verdad, que merecía la pena luchar por mí.

Y saliendo con mi gabardina y la cabeza gacha de aquella preciosa habitación de hotel con las mejores vistas de la ciudad, bajo la mirada atónita de Ramiro, solo fui capaz de pensar en una cosa. 

¿Cómo le estaría yendo la vida a ÉL?

JUGANDO CON EL DIABLO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora