Jane

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Hola, soy Jane y a mis diecisiete años todos me consideran una puta feminazi. Sí, así es. Os lo cuento con toda la crudeza del mundo porque en realidad me la suda lo que piensen. Nadie entiende mis motivos ni lo harán nunca. Simplemente les odio. Odio a los tíos. Es algo superior a mí. Incluso mis amigas piensan que soy una feminazi. Algunas incluso intentan hacerme cambiar de opinión pero no tienen nada que hacer y obviamente la cosa empeora cuando llega un tío que intenta descubrir por qué soy tan gilipollas a sus ojos. Se creen tan listos... como si fueran capaces de descifrar un enigma o algo así.

Empezábamos el primer año de bachiller. Tenía la gran suerte de coincidir con gran parte de mis mejores amigas en la misma clase. Cuando sonó la alarma la apagué con desgana y me quedé entre las sábanas mirando mis primeras notificaciones de la mañana. Mis amigas solían acostarse bastante tarde y Dios, como llenaban el puto grupo de Whatsapp... 200 mensajes que no quise ni leer. ¿Resumen, por favor? Cotilleé también el Instagram. Yo no solía subir muchas fotos, de hecho tenía mi cuenta cerrada a cal y canto. Solo seguía a mis amigas y a un par de influencers que subían recetas de comida. No, no era de esas a las que le importaba el número de likes o que miraban consejos de belleza.

-¡Jane! ¡Llegarás tarde! -Gruñí al escuchar los gritos de mi madre.

Me levanté y fui directa al baño cuando el estúpido de mi hermano se adelantó.

-¡Marcus! ¡Joder! -Golpeé la puerta cuando la cerró en mis narices y se rió.

-La próxima vez sé más rápida.

A él tampoco le soportaba. Tenía dos años más que yo y siempre habíamos tenido esa relación de amor-odio hasta el año pasado. Él empezó la universidad y yo me volví una pasota por no hablar de lo pesado que se había vuelto con las tías. De repente las hormonas se le revolucionaron e intentaba ligar con cualquiera. Le solía hacer el gesto de vomitar unas diez veces al día. Era asqueroso. Por no hablar de su cambio físico. Se había vuelto un cachas y eso a ellas las volvía locas. No podía entender cómo éramos tan diferentes.

Volví a mi habitación, cerré la puerta con pestillo, eché la cortina y cogí los pantalones de chándal que tenía tirados en el suelo. Mi habitación era una pocilga pero era MI pocilga. Estaba orgullosa de mi desastre. Abrí el armario y elegí una camiseta de manga corta de la talla XXL que me quedaba de vestido. Mis vestidos y faldas habían acabado en el último cajón, cogiendo polvo. Cogí la cinta aislante que había bajo mi colchón y cubrí mi sujetador con fuerza. Una vez mis tetas eran inexistentes me puse la camiseta. No me juzguéis. Odiaba que se me notaran las tetas. Me puse mis Buffalo favoritas que hacían que mi look pareciera algo planificado y salí de nuevo al pasillo.

-¡Marcus! ¡Sal ahora mismo! -Abrió la puerta y me miró de arriba a abajo.- ¿Qué narices miras? -Le miré con asco.

-¿Te has vuelto una cantante de rap o algo por el estilo?

-¿Nunca te cansas de hacer el mismo chiste malo? -Le empujé y me metí en el baño dándole con la puerta en las narices.

Me miré en el espejo y me recogí mi pelo negro en una coleta alta. Me lavé la cara, meé y bajé a la cocina.

-Buenos días. -Murmuré. Sobre la mesa ya estaba todo el desayuno listo. Me serví dos gofres y los hundí en sirope de chocolate.

-Eso es asqueroso. -Declaró mi querido hermano.

-Tu si que eres asqueroso. -Mamá se giró y soltó un suspiro.

-Cariño, ¿otra vez ese chándal? ¿No podrías ponerte algo más bonito?

-¿Acaso me estás diciendo que por el hecho de ser mujer tengo que llevar faldas cortas y ajustadas y tops por encima del ombligo? Marcus también va en chándal y no le dices nada. -Zas, esa nunca fallaba.

Ocho MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora