Me desperté con el tiempo justo. Tuve que vestirme rápidamente y salir corriendo hacia el instituto por lo que no tuve tiempo de cotillear con mamá sobre la cena de ayer. Fui sola hasta clase porque Emma y las demás nunca esperaban a nadie.
Cuando entré en el instituto los pasillos ya estaban vacíos. Toqué a la puerta de mi clase y la profesora me permitió entrar no sin antes decirme que la próxima vez me quedaré fuera. Mi sorpresa vino cuando el imbécil de ayer estaba sentado al lado de mi asiento. Me sonrió al verme, tentando a su suerte. Miré hacia las mesas de atrás pero todas estaban ocupadas.
-¿Se sienta ya, señorita? -Insistió la profesora. Pasé cabreada por su lado y me senté. Las mesas estaban siempre colocadas de dos en dos, por lo que el espacio entre esa cosa y yo era muy reducido. Cogí la mesa y la separé lo máximo posible. -¿Se puede saber qué está haciendo? -Él seguía con esa sonrisa estúpida en la boca.
-Simplemente quiero sentarme sola.
-Pues simplemente aquí se trabaja por parejas, así que coloque su mesa donde estaba, hágame el favor. -Odiaba esa sensación, el hecho de tener que enfrentarme a una profesora por un imbécil como él. Ya había tenido alguna de estas anteriormente y acababa muy mal para mí.
-Lo siento, profesora pero tengo un problema con este individuo. Prefiero estar apartada. -Me miró incrédulo. Sabía lo que pensaba. No era tan difícil descifrar a los chicos. Su mente de orangután pensó "oh, vaya, no ha llegado todavía, seguro que si me siento aquí luego se picará conmigo y será super gracioso, ja, ja, que gracioso soy" y ahora estaría pensando "¿en serio, puta loca? ¿qué problema tienes en la cabeza?". Me daba igual, sinceramente.
-De acuerdo, después hablaremos sobre ello. ¿Podemos seguir con la clase? -Asentí segura de mí misma.
Había tenido muchos problemas con los profesores. Muchos de ellos se negaban a dejar que yo me separara de mi compañero por cualquier problema que hubiese. Te hacían decir en voz alta lo que ocurría, como si tus intimidades no valieran nada. Recuerdo que una vez un compañero se pasó con una amiga mía. La obligaron a decir en voz alta por qué no quería sentarse con él y, como era normal, ella tenía miedo y vergüenza de decirlo, por lo que se tuvo que quedar a su lado. Así de buenos eran los profesores.
Al finalizar la clase él salió rápidamente por la puerta. Intenté esquivar a la profesora pero me taladró a preguntas. Simplemente le conté que había discutido con él y que no quería estar a su lado. Lo entendió perfectamente, punto para ella.
Para mi sorpresa, él me esperó en las taquillas.
-¿Se puede saber qué problema tienes conmigo? -Le ignoré así que me siguió por los pasillos.
-No tengo ningún problema contigo sino con todos los de tu especie.
-¿Cómo? ¿Con los de mi especie?
-Sí, con los hombres.
-Vaya, así que eres de esas. -Me paré en seco.
-De esas, ¿qué?
-Pues de las radicales que pensáis que todos somos iguales. Si te digo la verdad eres la primera que conozco.
-Pues entonces sobra lo de "esas".
-Pues mira, no sé que te han hecho los "hombres" pero no creo que haga falta ser tan gilipollas.
-Me la suda lo que pienses. ¿No te has dado cuenta? -Y en ese momento odié mi vida. Noté como se me desató la venda. Me la había puesto tan deprisa que no la había sujetado bien. Resbaló por mi barriga y se me cayó gran parte. La cogí deprisa, muerta de la vergüenza y me fui corriendo al baño.
MIERDA, MIERDA, MIERDA. ÉL LO HABÍA VISTO. ESTABA SEGURA. Se quedó paralizado al verlo. Dios. Vale, tranquilidad. Puede pensar que lo tenía vendado por una herida en el pecho o... Suspiré con fuerza. Los baños estaban llenos. Me metí en uno de ellos y cerré la puerta con pestillo. Me desnudé ahí mismo y apreté más fuerte que nunca, ignorando por completo el escozor que sentía. Hice varios nudos en las esquinas e intenté que la cinta se volviera a adherir a mi piel. Me senté en la taza del váter no sé durante cuánto tiempo y me intenté relajar. Fue horrible. Odiaba mi vida. Odiaba esta sensación.
En cuanto el cuarto de baño se vació decidí irme a casa. Si Marcus lo hacía yo también podía. Cuando llegué a casa la vecina estaba en el jardín. Intenté hacer como de costumbre, pasar por delante y darle los buenos días sin que pareciera sospechosa.
-Hola, Jane. ¿Qué haces aquí tan pronto?
-Hola, señora Adams. -Me acerqué a ella nerviosa.- Bueno, es que no me encontraba muy bien.
-Espero que no estés haciendo pellas. -Me reí exageradamente con ella.
-No, por favor. Eso nunca.
-Oye, Zoe me ha dicho que le vas a dar clases.
-Oh, bueno, yo...
-Me alegro muchísimo. Es un gusto tener unos vecinos tan buenos.
-Sí, pero...
-Además a Zoe le vendrá muy bien. -Bajó un poco la voz.- Últimamente está muy sola. Lleva dos meses sin ir al instituto. Creo que tuvo algún problema con algún compañero... ya sabes como son los niños a esa edad. Pero no quiere hablar de ello, así que no le saques el tema.
-Oh, vaya... No lo sabía.
-Sí, cariño. Por eso nunca va a clase. -Me supo fatal, ni siquiera me había dado cuenta de que ya no me cruzaba con ella cada mañana.- Le vendrá genial tener a alguien que le haga compañía y más si es una chica tan buena como tú. Me he dado cuenta de que no tienes novio ni sales de fiesta.
-Bueno no, no tengo novio y...
-Mucho mejor así. Las fiestas solo traen cosas malas y hay que ver la de niños que se drogan y hacen cosas malas... Dios, menos mal que mi Zoe no es así. -Sonreí forzadamente. Así era esa familia, tan correcta siempre.
-Bueno, tengo que irme.
-Entonces, ¿empezáis hoy?
-Eh... bueno... sí, claro. Si me encuentro mejor...
-Por supuesto, cielo. ¿A las siete te va bien?
-Claro, dígaselo a Zoe. Que se pase por casa a esa hora.
-Estupendo. Cuídate y no faltes a clase, bonita.
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Ocho Mujeres
Teen FictionHace un tiempo la vida de Jane se complicó. Su odio hacia los hombres provocó que la considerasen una feminista radical y en realidad esconde un gran secreto. Stacy, en otro lugar de la ciudad, es considerada una chica zorra y Zoe, al contrario, hij...