Zoe

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Tenía que salir de casa. Apenas eran unos metros pero eso ya me generaba un nerviosismo fuera de sí. Ni siquiera sabía que ropa ponerme. Estos dos meses había estado vistiéndome a base de pijamas. Decidí ir con naturalidad, un pantalón vaquero y una camiseta básica de color negro.

-Qué alegría me da verte así. -Me dijo mi madre nada más bajar. Se le empañaron los ojos de lágrimas.

-Vamos, mamá... no es para tanto. -La abracé incómoda.

-Es que estamos tan preocupados, cariño... Ni siquiera vas a misa. Es muy raro en ti. Queremos que te recuperes cuanto antes.

-Ya lo sé... Tengo que irme, ¿vale?

-Sí, cielo. Que vaya bien.

-Sí, mamá.

Cuando abrí la puerta me molestó más el sol de lo que pensaba. Había estado pegada a la ventana todo el día sí que no pensé que salir fuera tan doloroso. Por un segundo los ruidos se intensificaron. Los niños corrían por la calle, los padres hablaban, se reían, los pájaros cantaban... noté una presión muy grande en el pecho y cerré la puerta de nuevo.

-¿Qué ocurre, cariño?

-Nada, pensaba que se me había olvidado algo. -Mentí. Suspiré y volví a abrir la puerta.

Me acerqué a casa de Jane y de Marcus casi corriendo para no dudar. Golpeé la puerta demasiado fuerte y cuando Jane abrió me lancé hacia el interior de la casa y la obligué a cerrar. Maldije haberme comportado así en cuanto se me pasó. Jane me miraba asustada.

-Perdona... yo...

-Tranquila, ¿estás bien? ¿qué ha pasado?

-Nada, no es nada. -Me recompuse en cuanto pude y aparenté normalidad.

-Bueno, esta es mi casa.

-Es muy bonita.

-¿No habías entrado nunca, no?

-No, a la anterior sí, cuando éramos más pequeñas.

-Sí, lo recuerdo.

-¿Estás sola?

-Sí, Marcus debe estar en la universidad o haciendo cosas de tío. Ya sabes.

-Entiendo.

-Y mi madre no tardará en llegar. Pasa. Vamos a mi habitación mejor. -Subimos las escaleras y entramos a su habitación.- Disculpa el desorden, he intentado arreglarlo un poco.- Tenía una habitación enorme, más grande que la mía. En el techo había colgado algunos posters de cantantes, tenía un gran tocador que parecía no usar, ya que estaba lleno de ropa y un gran escritorio cerca de la ventana.

-Es muy bonita.

-¿Tu crees? -Por supuesto que lo creía. Era la típica habitación de adolescente normal que socializa con otras personas. La mía era pequeña, adornada con peluches de mi infancia, de un color rosa que detestaba y con una cama pequeña en la que solo cabía yo.- Bueno, siéntate. Cuéntame por donde os quedásteis en clase.

Estuvimos cerca de dos horas repasando. Lo bueno de Jane es que tenía bastante paciencia conmigo, no como la que demostraba con su hermano. Su madre había llegado y nos había preparado algo de merienda, era tan bondadosa como recordaba.

-Y ¿cuándo piensas volver a clase?

-Bueno... no lo sé. Cuando esté mejor, supongo.

-¿Quieres hablar de ello?

-Es... complicado.

-Bueno, cualquier cosa me la puedes contar.

-¿Puedo preguntarte algo?

-Claro, dime.

-¿Por qué has cambiado tanto? Es decir, antes te veía muy bien, tenías más amistades, salías más... y bueno, la ropa...

-Ya... bueno, la versión de la gente es que me he vuelto una puta feminazi.

-¿Y tu versión? Porque se puede ser feminista y llevar la vida que llevabas, ¿no?

-Sí, bueno... supongo que también es complicado.

-Entiendo... -Alguien tocó a la puerta.

-¿Qué?

-Oye, Jane, ¿has cogido... -Marcus abrió la puerta.- Ah, hola, vecinita. ¿Qué haces tú por aquí?

-Le estoy dando clases.

-¿Tú? Pero si eres una paleta.

-¿Por qué no te vas a tomar por culo, hermanito? -Intenté no reírme.

-¿Te quedas a cenar?

-No, debería irme ya.

-Puedes quedarte si quieres, a mi madre no le importará.

-Lo siento, otro día si eso.

Recogí las cosas y bajé con rapidez sin darme cuenta de lo dura que iba a ser la vuelta.

-Espera, te acompaño. -Respiré tranquila al escucharla.

-Un placer, gracias por todo. -Grité a Marcus y a su madre desde la puerta.

-¡Da saludos a tus padres, cielo! -Jane cerró la puerta con suavidad y me agarró del brazo.

-Tranquila. -Me sonrió con ternura y me acompañó a casa.

-Gracias por hacer esto.

-No hay de qué, ¿nos vemos mañana?

-Claro. Hasta mañana.

-Adiós, Zoe. -Mi madre abrió la puerta de repente y me asusté.

-Entra ya en casa.

-Hola, mamá.

-¿Qué hacía cogiéndote del brazo? ¿No te habrá enseñado cosas raras, verdad?

-¿Qué? ¡No, mamá! ¡Por Dios!

-¡No digas el nombre de Dios en vano! ¿Por qué has tardado tanto?

-Mamá, estábamos estudiando. No tienes de qué preocuparte.

-No quiero que te enseñe cosas raras, hija.

-No me ha enseñado nada raro, mamá. Jane es una buena chica.

-Eso espero... No paro de ver a su hermanito con unas y con otras... por favor, ¡a su edad haciendo esas tonterías! ¡debería estar casado y trabajando!

-Es joven, mamá. Es normal.

-¿Normal? Hija mía, ojalá no des con un chico así nunca. Quién sabe con cuántas chicas ha estado.

-Me voy a mi cuarto, mamá. 

Ocho MujeresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora