Parte 1

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Hola! subo esta historia terminada para que puedan disfrutarla. No olviden comentarla y votarla para darle mas apoyo y que se conozca más. Saludos!!

Capítulo 1

Mireya estiró las piernas y los brazos al mismo tiempo que bostezaba. Había tenido una noche dura, pero placentera. No podía quejarse de lo maravilloso y adictivo que era el sexo con mujeres. O más bien, lo genial que se sentía estar en los brazos de su amada. No era lo mismo irse con una amiga a tener relaciones, que hacerlo con Alice, la sensual ejecutiva de un metro setenta que dormía a su lado.

Se volvió hacia ella y vio su espalda desnuda. Le encantaban los pequeños lunares sobre su piel blanca. El cabello castaño se derramaba como un río de cobre sobre las almohadas de color rosado. Sonriendo, Mireya se acercó y empezó a darle besitos en el hombro para despertarla.

—¿Bebé? Es hora de levantarte. No seas floja.

Alice bostezó y abrió los ojos. Se estiró igual que una leona y se giró hacia su novia. Apenas podía verla con los ojos medio abiertos.

—Hola, mi vida.

—¿Dormiste bien?

—Sí —estiró un brazo para rodearla y le dio unos cuantos besos de buenos días en los labios—. ¿Y tú?

—Me duele el culo.

Alice rió y se puso de pie con un gesto de pereza. Estaba desnuda. Mireya se encantó con la redondez de sus nalgas y su cintura estrecha.

—Cielos —dijo Alice al ver el reloj—. Son las nueve de la mañana. Tengo que ir a la oficina.

—Pensé que podríamos pasar tiempo juntas.

—Lo siento, Mireya —dijo mientras se ponía una bata sobre los hombros—. Debes irte a casa. Tu esposo y tus hijas te esperan. No quiero que empiecen a sospechar de que tienes aventuras.

A Mireya no le complació escuchar eso. Volver a su fingida vida era la peor parte del día, y sobre todo porque eso significaba que tendría que hacer como si no conociera a Alice. Y era difícil.

—Ven. Vamos a ducharnos.

—¿Me haces un oral rapidito? —Preguntó Mireya con una pícara sonrisa.

—Te hice mucho oral anoche.

—Por fa...

Alice suspiró y miró a su novia con una sonrisita encandilada. Era difícil no verla y querer comérsela a besos.

—Está bien, está bien.

***

Después de una ducha de treinta minutos y un par de orgasmos, las dos subieron al auto y se resignaron para regresar a sus vidas comunes y solitarias. Se veían cada fin de semana, hacían el amor, convivían y se amaban para recargar fuerzas y empezar la semana.

—¿Y cuándo les dirás sobre nosotras? Hemos salido por tres años.

—Será pronto —respondió Mireya después de hacer una minúscula mueca de desencanto. Tocar el tema de su infidelidad no era de sus pasatiempos favoritos—. Mi esposo ya empieza a sospechar que tengo una aventura. Supongo que está usando su instinto de hombre.

—¿Y no se molesta?

—No debería. Nos casamos por acuerdo de nuestros papás. Fue uno de esos matrimonios arreglados. Diego sabe que entre nosotros no hay ese amor de pareja que vuelve locos a las personas.

—Bueno, tienen dos hijas. Supongo que él sí que se tomará el matrimonio en serio.

—Puede ser —reflexionó la mujer—. Él se lleva mejor con las niñas. Son su adoración. Conmigo son un poco más distantes.

—Entiendo. De cualquier manera, si quieres terminar con él y aceptar que por fin quieres una relación sería conmigo, tienes que decirle. Tres años es mucho tiempo. Dile o le diré yo un día de estos.

—¿Es una amenaza? —Preguntó Mireya viéndola con una sonrisa ladina.

—Te quiero de verdad —dijo acariciándole la rodilla—. Me gustaría convivir más con tu familia. Parece que le agrado a tus hijas y seguro que me aceptarían.

—Sólo quiero que me esperes.

—¿Entonces todo está bien con nosotras?

—Lo está —Mireya se extrañó por ese comentario y aprovechó que Alice hizo un alto en el semáforo para inclinarse hacia ella y besarla.

***

Mireya bajó y se despidió de su amante. Cruzó el jardín y entró justo cuando su familia estaba desayunando. Diego estaba frente a la estufa preparando la comida para sus hijas.

—Hola, buenos días —saludó Mireya.

—¡Mamá! —Exclamó Lucy, una simpática niña de ocho años que era como la versión miniatura de Mireya. La gente decía que tenían los mismos ojos y la misma nariz chata y coqueta.

—¿Cómo estás, linda?

—¡Bien!

—¿Cómo te fue en el trabajo? —Preguntó Diego tras mirar a su esposa por encima del hombro—. Luces cansada. Pensé que vendrías a dormir anoche.

—Me quedé en casa de una compañera para terminar un estúpido informe.

—¿En serio?

Era obvio que el hombre empezaba a sospechar. Mireya podría aprovechar esa percepción para decirle qué estaba pasando, pero prefirió callar. Todavía no era el momento de decirle la verdad sobre Alice.

—Sí. Ya sabes cómo es Alice. Dirige a su gente con mano de hierro, la muy cabrona.

—Entiendo. ¿Vas a comer algo?

—No tengo mucho apetito —dijo al ver que Clarisa bajaba por las escaleras.

—¿Qué onda, ma? —Saludó la chica. Acababa de cumplir los dieciocho años y seguía comportándose como una adolescente molesta con su madre. Mireya no la criticaba por eso.

—Oye —gruñó Diego—. No se saluda así a mamá.

—Perdón —Dijo y luego fingió su voz—. Hola, madre. ¡Qué alegría que hayas regresado a casa! ¿Cómo te fue? Debes estar cansada.

—¡Tampoco seas sarcástica! —advirtió Diego.

Clarisa dejó de seguir con la pulla y volvió a subir a su habitación. No quería ver a su madre en ese momento. A veces se enojaba con ella sin razón aparente y si bien sabía que en ocasiones actuaba con inmadurez, le costaba dejar de hacerlo.

Mireya sabía que la chica también sospechaba de sus aventuras, y rezó para que no la descubriera antes de que ella misma reuniera el valor para decírselo a su esposo.

***

Alice entró a su oficina y se dejó caer sobre su reclinable silla de cuero.

—¿Noche dura? —Preguntó Elena, su asistente.

—Sí. Pasé todo el fin de semana con Mireya.

—¿Hasta cuándo será su amante, jefa? —La mujer dejó el teclado y se quitó los lentes—. Lleva años saliendo con esa chica.

—Todo a su tiempo, todo a su tiempo.

Abrió el cajón de su escritorio y sacó una cajita de terciopelo.

—¿Qué es eso? —Preguntó Elena.

—¿Qué crees tú? Un anillo. Le pediré a Mireya que se case conmigo.

Elena se puso pálida y se tapó la cara con las manos.

—¡¿De verdad?!

—Sí.

—¡¿Cuándo?!

Alice suspiró.

—De momento, tendrá que esperar.

Guardó el anillo en el cajón y se reclinó en su asiento. Tenía fe en que las cosas mejorarían pronto. Tenía que ser paciente y esperar. Mireya no la defraudaría.


[Terminado] A mamá le gustan las mujeres [Historia Lésbica]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora