Ep.Especial 3: La misión en el lago Jurasarg - parte1-

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Greyland (reino del sur de Adarve)

Las ominosas nubes grises que cubrían los cielos oscurecían el ambiente, pese a que todavía quedaban algunas horas para el anochecer. Violentas ráfagas de viento azotaban los maderos de una solitaria cabaña, trayendo consigo grandes cantidades de nieve suelta y granizos que producían un constante golpeteo, sumándose a los crujidos propios de la madera.

Pese al frío que acompañaba a los vientos, para los habitantes del reino de Greyland, aquella era una tarde bastante tolerable en comparación a los helados días del invierno que habían quedado atrás.

La cabaña se encontraba algo apartada de los poblados vecinos, ubicada en un claro en medio del bosque nevado, con las imponentes montañas Gélize de fondo y la vista de las heladas aguas del lago Jurasarg a un par de kilómetros de allí. El único nexo con la civilización en aquellos parajes tan solitarios lo constituía la ruta 224, también llamada la senda de los forasteros, pues por aquel camino solían llegar la mayoría de los pokémon provenientes de tierras lejanas y mucho más hospitalarias. Viajeros de los reinos de Misuvia, Fleymir e incluso del mismísimo imperio Auriol, llegaban de tanto en tanto por aquel penoso camino de tierra que se adentraba entre los bosques congelados y las praderas estériles.

En el interior de esta vivienda en tan peculiar ubicación, se encontraba su única ocupante y dueña, una criatura etérea y de color mayoritariamente blanco como la nieve, completamente ensimismada en su labor culinaria. Tarareando una melodía alegre, la cocinera añadía especias a placer y revolvía el contenido de una olla que reposaba sobre un fogón. Con sumo cuidado, introdujo un cucharón y dio un pequeño sorbo, inspeccionando la sazón de su obra.

—¡Esto va muy bien! —exclamó la pokémon con una sonrisa—. Aunque quizás debería añadirle una pizca de sal.

El tosco sonido de alguien golpeando la puerta con brusquedad interrumpió sus pensamientos. Pensando en quién podría ser, la tipo fantasma se dirigió hacia la puerta de la cabaña, no sin antes dar un rápido vistazo por una de las ventanas, hábito necesario para todos aquellos que se atrevían a vivir en soledad. Se sorprendió de ver a un par de completos desconocidos, pues se trataban de pokémon que jamás había visto antes por los alrededores, y cuyo aspecto no coincidía con ningún pokémon que pudiese reconocer.

De inmediato, las sospechas brotaron en la mente de la Froslass, pues era perfectamente posible que se tratase de un par de saqueadores que venían a robarle. Sin embargo, al mirarlos con mayor detenimiento pudo comprobar que ambos pokémon estaban ateridos de frío, vestidos con un horrible abrigo de lana y se veían en bastante mal estado en general. Definitivamente no parecían ser nativos de Greyland.

Decidiendo que no eran una amenaza, la fantasma abrió la puerta y antes de permitirles decir cualquier cosa, los hizo pasar al interior de la cabaña, donde les indicó sentarse a un lado del fogón junto al cual preparaba la comida.

—Vamos, siéntense un momento junto al fuego —les dijo la Froslass con amabilidad —. Necesitarán calentarse un poco.

—Gracias... Muy a...mable de su par...parte...— murmuró uno de los recién llegados tan pronto dejó de tiritar por el frío.

—Ni lo menciones. Ahora, por favor, quítense sus abrigos, que están empezando a empapar el suelo y puede apagar el fuego. Los dejaré secando en aquella pared.

Uniendo la acción a la palabra, la fantasma tomó las prendas y las colgó en una esquina de la habitación. Se trataba de abrigos de lana de Wooloo, bastante desgastados, por cierto, que estaban completamente humedecidos por la nieve.

Una vez colocó una cubeta para recoger el agua que goteaba de la ropa, la fantasma se giró para observar con mayor detenimiento a sus visitantes.

Aquel que había hablado con los dientes castañeando era una criatura dracónica cuyo estilizado y esbelto cuerpo azulado todavía tiritaba por el frío, agachándose bastante para acercarse al fuego mientras se sacudía los rastros de nieve que todavía quedaban sobre su lomo. El otro pokémon era un tanto más pequeño, y a pesar de no mostrar mayores problemas producto del frío, se instaló de todos modos en las cercanías del fuego. Se trataba de una criatura felina, de pelaje azulado y negro, con un par de ojos brillantes que contemplaban con gran interés todo lo que le rodeaba.

Pokémon Ausvandel: La academia PlateadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora