Capitulo 2: Un chico solitario

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En un territorio bastante lejano, prácticamente en la dirección opuesta a Misuvia, la noche había caído hace bastantes horas. Cierto pokémon, mas bien pequeño y de color verde, estaba mirando el horizonte desde el alfeizar de una ventana en una vivienda bastante ostentosa.

La oscuridad cubría todo con su profundo velo, solamente unos lejanos destellos de luces brillaban en la distancia y una densa niebla apareció lentamente desde el bosque, cubriendo el hermoso jardín de la preciosa casa. Era el momento perfecto para su partida.

El pequeño pokémon de tipo planta ajustó su bufanda, sujetó con firmeza su escaso equipaje y saltó por la ventana. Con gran discreción, el pokémon se desplazó por los jardines, pasando de escondrijo a escondrijo, tal y como practicaba durante el día mientras camuflaba sus planes con la inocente apariencia de juegos infantiles de escondite. No tardó mucho en llegar al muro y al enorme portón que suponía el mayor obstáculo para sus planes. Tras observar la estructura con detenimiento durante los últimos días, por fin se le ocurrió una idea para salvar dicho obstáculo.

El pokémon tomó impulso y dio un potente salto hacia una de las columnas que decoraban la enorme pared. Usando rápidamente la columna como apoyo, volvió a brincar, dio un giro y se impulsó más arriba. Logró divisar el borde superior del muro y extendió sus brazos para asirse del borde. Sin embargo, el impulso no fue suficiente, y el pokémon tipo planta comenzó a desplomarse hacia el suelo. Sin perder la calma, el pokémon reaccionó con rapidez y desplegó sus látigos cepa, que aunque todavía eran diminutos, tenían el vigor y la extensión necesaria para llegar al borde y sostener su propio peso. Con un último esfuerzo, el pokémon planta se impulsó con sus látigos y logró alcanzar el muro, ubicándose en el borde superior y manteniendo el equilibrio con sus extremidades.

Finalmente, tras varios meses de planificación y de ensayos, había logrado superar ese obstáculo final. Pero no era momento de regocijarse.

Calle abajo se encontraba apostado un Victreebell haciendo vigilancia de la casa y sus suntuosos terrenos. El pequeño pokémon no contaba con ese detalle, pero decidió no prestarle mayor importancia y se desplazó por el borde del muro en dirección contraria del centinela, lo más lejos que pudo antes de dejarse caer, por fin, a salvo de sus captores o de cualquier testigo inesperado.

Sin tiempo que perder, el joven Snivy volvió a acomodarse su bufanda y se internó con rapidez en el neblinoso bosque sin siquiera mirar atrás una sola vez. El viaje que tanto tiempo había anhelado emprender, por fin se estaba haciendo realidad.

Dentro de la casa, un par de ojos miraban con melancolía como el pequeño Snivy se marchaba mientras la certeza de no volverlo a ver alguna vez con vida se instalaba en el alma de la silenciosa espectadora, que con un par de lágrimas en sus ojos pudo ver al pokémon perderse entre la oscuridad de la noche y las plantas del bosque.

Ya no había vuelta atrás. Con pasos decididos y firmes, el Snivy se internó en medio de la espesura del bosque durante varios metros. Planeaba mantenerse en las cercanías de los caminos, pero la misma niebla que había facilitado su huida ahora se convertía en un obstáculo más que superar. En pocos minutos, el joven pokémon planta se desorientó y terminó vagando sin rumbo en medio del denso mar de árboles.

A pesar de su extravío, no se asustó. Todavía se encontraba en territorios urbanos y la posibilidad de encontrarse con algún salvaje eran mínimas. Lo que en verdad le preocupaba, era ser sorprendido al amanecer por algún guardia, así que, sin tiempo que perder, intentó poner la mayor cantidad de terreno posible entre él y sus posibles perseguidores, haciendo lo único sensato, continuar caminando en línea recta. No se quedó tranquilo hasta que la última de las luces que se veían a la distancia se hubo apagado por completo, tragada por la oscuridad nocturna del bosque de Bergrim.

Esto le trajo una serie de pensamientos al joven prófugo, pues no pudo evitar pensar en lo que dejaba atrás. Si bien no era feliz, era su hogar, y saber que posiblemente no volvería a ser recibido en el lugar le causaba sentimientos encontrados. Sin embargo, no había nada mas que hacer. Lo hecho, hecho estaba, y ya había considerado todas las posiblidades. Sabía que sería duro dejar todo atrás y escapar, pero debía hacerlo si quería seguir sus sueños.  Acomodando su peculiar bufanda en su sitio alrededor de su delicado cuello, el Snivy buscó la fuerza necesaria para continuar con su marcha sin volver a mirar atrás, dispuesto a todo con tal de que no lo atraparan.

Tras unas horas de marcha, la niebla comenzó a disiparse, permitiendo al pokémon planta encontrar nuevamente el camino. Ya había logrado alejarse lo suficiente para no temer una inminente persecución por parte de los guardias, pero de todos modos debía estar alerta.

La vía por la que caminaba tenía toda la pinta de ser un paraje rural bastante abandonado. Los adoquines del suelo tenían fisuras por doquier y muchos de ellos tenían claros indicios de no haber recibido la mantención mínima desde hace varios años. A los lados del camino se encontraban los restos de una cerca de madera que mantenía la espesura del bosque a una distancia prudencial del camino, o eso intentó hasta que la vegetación la reclamó, cubriéndola con sus enredaderas y con su manto de musgo. 

Un movimiento en la espesura puso en alerta al Snivy. Algo se movía entre los matorrales a solo unos pocos metros y el pokémon planta decidió quedarse quieto, esperando que lo que fuese aquello, se marchara sin mayores inconvenientes. Cuando el pokemon sierpe se preguntaba si aquello se había alejado, un súbito gruñido surgió a sus espaldas. Reaccionando con rapidez, el Snivy se giró y desenfundó sus pequeños látigos para defenderse del ataque. 

Su agresor era un Rattata, y con tan solo ver su mirada, el Snivy comprendió que se trataba de un salvaje. La criatura usó su placaje contra el Snivy, sin tener mucho éxito. Los látigo cepa del pokémon planta lo mantenían a una distancia prudente. El Snivy sabía que nunca podría razonar con un pokémon salvaje enfurecido, así que la mejor opción era escapar de él o dejarlo fuera de combate.

El Rattata no perdió el tiempo y continuó embistiendo al Snivy con sus placajes, acosándolo constantemente durante varios minutos. Tras varios intentos de huida, el Snivy finalmente comprendió que aquel pokémon salvaje no lo dejaría tranquilo, por lo que finalmente adoptó una determinación, y aunque esta no le gustaba mucho, no tenía otra alternativa.

Con ayuda de sus látigos cepa, logró desviar al Rattata contra un tronco cercano, donde el pokémon salvaje se golpeó duramente. Sin tiempo que perder, el Snivy azotó con rapidez al Rattata un par de veces, lastimándolo en el lomo y dejando un par de dolorosas marcas en el salvaje. Eso fue suficiente para dejar fuera de combate a su agresor. El Snivy retrajo sus látigos, se acomodó su bufanda y se alejó a toda prisa del lugar, antes de que mas pokémon salvajes se acercaran al escuchar el chillido de dolor de su compañero herido, ya sea para vengarlo o para aprovecharse de su debilidad. En cualquier caso, lo mejor era salir de ahí cuanto antes.

El Snivy sabía que el camino sería duro y ya estaba mentalmente preparado para usar la violencia en caso de ser necesario. No podía darse el lujo de ser amable o temeroso de la naturaleza. Solo tenía que mostrarse decidido y confiar en su propia fuerza, astucia y habilidad para solucionar cualquier contratiempo que el bosque le presentase. 

[...]

Cuando el sol comenzaba a asomarse en el horizonte, varias horas después de su partida en aquel emocionante viaje, el Snivy se encontraba ya bastante lejos de su hogar, en un sector del bosque bastante distinto, donde incluso existían plantas que jamás había visto antes y que no pudo reconocer. 

Las zonas despejadas de árboles y arbustos eran mucho más amplias y una pequeña pradera libre de árboles se veía en el horizonte. Cansado por su marcha nocturna, el joven Snivy se trepó a uno de los árboles junto al borde del camino y después de revisar si no había algún salvaje escondido en las cercanías, decidió descansar.

Al atardecer continuaría su marcha. Para un prófugo como él, mientras no alcanzara la frontera de su reino natal y llegara a los territorios de alguno de los reinos vecinos,  caminar a plena luz del día sería una acción bastante arriesgada. Lo mejor sería viajar de noche, al amparo de la oscuridad, al igual que lo hacían los malhechores. Teniendo ese y otros pensamientos más en mente, el pequeño pokémon planta se durmió acomodado sobre una rama. 

Pokémon Ausvandel: La academia PlateadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora