Paz.
Eso es lo que siento en estos momentos, teniendo en cuenta el lugar donde vivimos no es el sentimiento que más se ajusta. Aún así, la siento. Al menos por estos minutos. Donde mis pies sienten la arena mojada y la brisa cálida mueve mi pelo.
Este es mi hogar. Y no hablo del distrito, y mucho menos de mi casa. Sino este preciso instante. El mar y yo. El agua entrando en contacto con mi piel y liberándome de toda tensión que podría cargar. Y vaya que es mucha.
De a poco me adentro más en el agua. Está fría y tiemblo por un momento por el cambio brusco de temperatura de mi piel bañada por el sol y las olas. Camino hasta cubrir por completo mi cuerpo, dejando solo mi cabeza fuera.
Inhalo.
Suelto el aire.
Quisiera quedarme todo el día aquí, sin preocupaciones, sin cosas por hacer, sin mi padre. Sobre todo sin él. Pero no puedo, y es muy frustrante.
Meto la cabeza bajo el agua. Todo lo que escucho es silencio o al contrario. El ruido del océano que me llama para ir más profundo. Ojalá pudiera ir más profundo, pero no quiero.
Salgo a la superficie y tomo una bocanada de aire. Cuando creo que pasó bastante tiempo por como luce mi piel, es decir, toda arrugada, me dirijo de nuevo hacia la orilla. Me recuesto sobre una manta, bastante descuidada, en la arena.
Dejo que los rayos del sol me llenen de energía. Son apenas las siete de la mañana, pero ya está brillante y cálido como siempre. Creo que es una de las cosas buenas en el distrito, no pasamos frío. No tanto como en otros.
Suspiro.
En serio quisiera detener el tiempo.
Hoy es la cosecha, y no puedo contar la cantidad de veces que sale mi nombre este año. Y, a pesar de que tengo demasiadas posibilidades de salir cosechada, no me importa.
Lo haría una y mil veces más si eso significa salvar a mi hermana, haría todo por ella. Solo es dos años menor y ya vivió la cosecha antes, pero con la falta de mamá y lo que sucedió con...nuestro hermano, yo soy lo único que le queda. Porque definitivamente nuestro padre no cuenta. Yo no cuento con él.
Hace exactamente un año, mi hermano fue cosechado.
Hace exactamente un año firmó su sentencia de muerte.
Al parecer la suerte no estuvo de nuestro lado. No puedo recordar que alguna vez lo estuviera.
Él era mi apoyo, y ahora lo tengo que ser para mi hermana.
Lo extraño cada día, pero el dolor sigue ahí. Solo espero que cuando llegue el momento, porque sé que en algún punto va a llegar, los culpables de su muerte paguen.
—¡Sirenita, a trabajar! —gritan mi nombre —. ¡Que por ser el día que es no significa que estemos libres!
Suspiro. Se terminó la paz y comienza el infierno.
Me levanto de la manta sacudiendo la arena que se quedó pegada a mi piel. Entre al mar con ropa, pero con el sol que hay solo está húmeda, no falta mucho para que se seque por completo.
Cuando estoy un poco más presentable me giro.
Es Dennis, el socio de trabajo de mi padre y como bien dijo, a pesar de ser la cosecha eso no significa que puedo saltarme las tareas de hoy. ¿Por qué a quién le importa que esté colapsando mentalmente a los dieciséis años por unos estúpidos juegos en los que podría acabar muerta? Exacto.
Camino lo más lento que puedo hasta llegar donde se encuentra. Sinceramente, de todos los compañeros de trabajo de mi padre, Dennis es el que mejor me cae. Nunca me miró, por lo que estoy agradecida.
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La Sirena del Capitolio | Finnick Odair
FanfictionVenus Harkin nunca quiso ser el centro de atención, nunca quiso ir a los Juegos y definitivamente nunca quiso todo el sufrimiento que conllevaría eso. Porque Venus Harkin ya sufrió suficiente antes de ser cosechada. Y la única persona que compendió...