Capítulo 58

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—En algún momento supe que pasaría... que me derrumbaría —me enderezo contra la pared—. Pero creí que cuando eso pasara, ya todo esto habría terminado, que seríamos libres y que podría descansar en paz, hacer lo que quisiera, intentar recoger los pedazos que dejó los juegos, y el Capitolio, y mi distrito.

Peeta me mira fijamente sin emitir palabra, está a varios centímetros de distancia de donde me encuentro pero puedo notar que se está conteniendo en acercarse, a establecer contacto físico.

—Fui estúpida al pensar eso, y ahora todo se repite. Siempre se repite.

—Vee, no eres estúpida —afirma con voz entrecortada—. Eres la persona más valiente, inteligente y fuerte que conozco. Y ¿sabes qué también eres? —inquiere—. Eres humana. Puedes mostrar tus emociones, y derrumbarte. No estás sola, tú mismo lo dijiste.

Sus dedos tiemblan, un recordatorio de todas las torturas que sufrió.

—¿Quieres oír esa historia?

—Sólo si tu quieres contarme.

Mi vista se concentra en sus manos, mis dedos juegan con el borde del vestido, intentando bajarlo sin éxito.

Tomo una bocanada de aire y comienzo. Le cuento todo, le relato mi vida en el distrito antes de la muerte de mi madre, la crisis económica que sufrimos, cómo mi padre resolvió ese problema.

Sí, le cuento que me vendió.

También hablo de los rumores, mis juegos y lo que sucedió posterior a estos, la propuesta de Snow y lo que estuve haciendo los últimos años.

Peeta tensa la mandíbula, juega frenéticamente con sus manos y maldice por lo bajo cuando me escucha.

—Así que, ni siquiera siendo prisionera pude escapar de eso —suelto con una carcajada baja—. Incluso aquí el presidente Snow tiene un cliente para mí... y luego de eso. Bueno, ya sabes qué pasó —no quiero decirlo.

—Sí, lo sé... y lo voy a matar —agrega.

—No, no harás nada —me levanto del suelo, mis piernas tiemblan pero consigo mantenerme firme antes que Peeta tenga la intención de ayudarme—. ¿Sabes por qué? Porque si haces algo, será peor. Peor para ti, para Johanna, para mí. Será peor para el distrito trece y para toda la rebelión. No podemos hacer eso.

—Venus... estamos hablando de tu vida, del privilegio que te sacaron, de lo que te obligaron hacer y continuaron haciendo incluso cuando te negaste.

—Créeme, lo sé —me trago las lágrimas—. Pero no voy a hacer nada, no cuando estamos tan cerca.

—¿Cerca de qué?

—El hombre de ayer...

Medito en lo que hago a continuación. Me cuesta todo mi esfuerzo acercarme a Peeta y más aún posar mis labios en su oreja para que me escuche. Un escalofrío me recorre y las ganas de vomitar me invaden pero luego recuerdo que es Peeta. No me hará nada, nunca me haría nada... ¿cierto?

—El hombre de ayer me dijo que el Capitolio planea atacar al distrito trece —susurro—. Pasará mañana, y si no hacemos algo todos allí morirán.

Peeta se aleja un par de centímetros, siento su aliento sobre mi rostro e inconscientemente doy dos pasos hacia atrás.

—Lo siento... yo, solo...

—Lo entiendo, aunque nunca te lastimaría, Venus. Eres mi amiga, tú me cuidaste estando aquí... —da un paso hacia delante—. Déjame cuidarte a ti ahora.

—No creo que pueda —digo sincera.

—Claro que puedes.

Peeta me mira, buscando una aprobación. Muerdo con fuerza mi lengua hasta que siento el sabor metálico dentro de mi boca. Hago un leve asentimiento con la cabeza y él cierra la distancia entre nuestros cuerpos. Me rodea lentamente con sus brazos, temiendo que salga corriendo y me estrecha con fuerza.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora