Capítulo 21

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A veces los recuerdos son la peor forma de tortura. No son los juegos, los mutos, la sangre, ni las armas. Sino el recuerdo de eso, cómo aún puedo sentir el agua entrando en mis pulmones cuando Blake intentaba ahogarme y como después de eso yo lo maté. Puedo escuchar los gritos de Vega, oler la sangre de Einar sobre mi piel luego de matarlo.

Hay una vocecita en mi cabeza que no me permite olvidarlos. Porque los recuerdo a todos y preferiría no hacerlo, sería mucho más fácil continuar con mi vida sin me olvidara de ellos.

No puedo.

Se los debo.

No puedo olvidarme de ellos, porque no era su culpa haber quedado cosechados y ser enviados a los juegos.

Y me tortura cada día, cada noche desde que regresé. Los veo en cada esquina de mi nueva casa, los veo cada vez que entro al mar, los veo en mis pesadillas. No puedo seguir como si nada hubiese pasado, porque ellos pasaron.

No pienso olvidar...

—¿Venus?

Los golpes en la puerta me desconcentran. Llevo acostada en la misma posición desde la noche, pero no dormí. El techo de mi nueva casa fue más interesante de ver en su lugar.

—En un minuto salgo, Gia —respondo.

—De acuerdo... —menciona con inseguridad en su voz.

Me doy vuelta hasta que mi cara queda pegada contra la almohada. Me arrepentí a los pocos segundos que mi padre podía vivir en esta casa, pero me recuerdo que lo hago por Gia no por él. Si fuera por mi se estaría pudriendo en el taller y sería feliz de no volver a verlo nunca más.

Pero para Gia todavía es su papá y no puedo hacer eso.

Giro y aparto las sábanas para levantarme de la cama. Me arden los ojos de tanto llorar y me duele la cabeza por no haber dormido en toda la noche... en toda la semana, en realidad. Pero en el momento que cierro los ojos los recuerdos me golpean y ya asusté una vez a Gia con mis gritos, así que la solución fue no dormir.

No sé cuánto voy a aguantar de esa manera.

Suspiro.

Me dirijo al baño de mi habitación, me lavo la cara y cepillo mi pelo. Las ojeras bajo mis ojos me delatan y todavía no recuperé todo el peso que perdí en los juegos, mis pómulos están marcados y los huesos de mi clavícula sobresalen un poco.

Cambio mi ropa por unos shorts y camiseta blanca. Tomo una gran inhalación y procedo a bajar las escaleras hacia el comedor.

—¡Vee! —Gia me abraza cuando llego.

Desde que volví en cada oportunidad que tiene me abraza, creo que el miedo de volverme a perder es mayor que saber que todo ese tormento ya pasó.

No la culpo, yo no la soltaría ni por un momento si hubiera sido al revés.

—Hola, Gia —le devuelvo el abrazo con una sonrisa y luego se separa.

—¿Tienes hambre? —toma mi mano y nos conduce a la cocina—. Hay fruta fresca y papá hizo pan.

Un escalofrío me recorre cuando veo a mi padre sentado en la mesa de la cocina desayunando. Hace una semana Gia y él están viviendo aquí y está siendo más tortura de la que puedo soportar.

No vino a recibirme cuando bajé del tren y Gia fue a decirle que podía vivir en esta casa, ni un agradecimiento escuché de su parte, o una palabra de aliento o una felicitación o un mínimo de arrepentimiento. Nada

Solo silencio.

Y vive en mi casa como si siempre hubiera sido suya y no que la tenemos hace una semana porque su hija mató a personas para conseguirla.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora