Capítulo 36

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No lo logré. No pude salvarla. Cada día me reuní con Seneca, intentando recopilar información, algo sobre los juegos que pudiera ayudar a Pearl, pero si bien sobrevivió al terremoto, tal como Crane lo había planeado, los profesionales la asesinaron y el tributo masculino del dos se coronó como el nuevo vencedor.

—Hiciste todo lo que pudiste, Vee —Me alienta Johanna.

Su pelo negro se encuentra largo hasta la cintura. Es su segundo año como mentora y ya se encuentra afectada por todo lo que involucra estar aquí, aunque hay un brillo peligroso en sus ojos, un brillo que temo que la meterá en problemas.

—Eso, Sirenita —Haymitch comenta—. No te culpes.

El rubio se encuentra un poco más sobrio, al menos más de la acostumbrada borrachera que lleva constantemente.

Brutus y Enobaria tienen una sonrisa triunfadora en sus rostros y una altanería que me hace hervir la sangre. Ellos disfrutan esto.
Finnick toma disimuladamente mi mano y me da un fuerte apretón, sé que está conmigo y se encuentra tan afectado como yo.

—Ya sabes cómo es esto, Vee —trata de sonreír de manera burlona pero veo cómo flaquea en el intento—. No es por consuelo, pero tampoco la vida aquí es la mejor, lo sabes.

Obviamente que lo sé. Y Pearl era hermosa, con un cuerpo delicado y rasgos femeninos. Hubiese terminado igual que yo, que Finnick. Así que tal vez es mejor que esté muerta.
Ojalá todos lo estuviéramos.

Veo las ojeras de Finnick y siento la fuerza con que presiona mi mano y eso no hace más que hacerme un nudo en la garganta, en querer salir corriendo y traerlo conmigo. Alejarlo de todo esto. Ser nosotros, ser...

Pero no podemos, no puedo. No puedo permitirme un sentimiento más allá de la amistad. Porqué sí. He visto a Finnick, sus ojos, su sonrisa, sus rizos dorados y su cuerpo espectacular. Pero también vi lo emocional, las cicatrices que carga, las inseguridades y temores.

Solo quisiera que nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, en otro mundo. Tal vez...hubiésemos sido otras personas.
Finnick busca mis ojos, deja pequeñas caricias sobre mi mano y solo puedo suspirar ante el gesto.

—Agh, ya se están poniendo en modo cariñosos —Johanna hace una mueca de asco—. Es mi señal para irme, ¿vienes, borracho? —Se gira en dirección a Haymitch.

—No me importaría ver el espectáculo —se encoge de hombros con una sonrisa burlona.

—Eres de lo peor, enserio lo digo —responde—. Luego nos vemos, Vee —dice con el rostro serio pero sé que por dentro está deseando abrazarme, así que lo hago.

Johanna no es muy buena con las muestras de afecto. Yo tampoco lo era. En realidad, era un desastre con el contacto físico, pero eso fue cambiando, por suerte.

Finnick me guiña un ojo detrás de Johanna, ignorando completamente a Haymitch. Y no puedo evitar que una corriente eléctrica me recorra el cuerpo.

—Todo estará bien, Sirenita —el rubio hace una mueca—. Tendrías que visitarme en el doce.

—¿Para ver cómo te emborrachas? —bufo—. No, eso ya lo veo aquí. Pero podrías venir al cuatro, te enseñaría a nadar.

—Paso, el pavo real estaría ahí —señala con la cabeza a Finnick—. Y ya tengo suficiente por estar revoloteando a tu alrededor a cada lugar que vayas.

Finnick maldice por lo bajo y sus ojos se ponen en blanco en gesto de fastidio. Yo solo río.

Luego de eso dejamos la sala de mentores, cada uno se dirige a su departamento y lo mismo hacemos nosotros. No vemos a Darya al llegar, y directamente nos encaminamos al balcón de mi habitación.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora