Capítulo 61

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Los días pasan y no siento que haya un cambio en mi vida. Todo se mantiene exactamente igual. Mismos temores, mismas pesadillas, mismas heridas. La madre de Katniss viene todos los días por la mañana a controlarme y Prim lo hace por la noche.

Logré que me dejaran ver a Peeta, cinco minutos cada día. No es mucho, pero lo ayuda, y me ayuda a mí. Es la única persona que sabe lo que pasó y a pesar que me insiste que debo contárselo a Finnick, no sé cómo reaccionará el rubio.

Johanna también sigue en el ala médica. Se escabulle de su camilla para venir a verme, al parecer no tengo la suficiente fuerza para salir de la cama. Me estoy hundiendo, perdida en mi memoria y la superficie se ve muy lejos.

Me contó que la chica en llamas fue herida en el distrito dos, pero que ya se encuentra aquí. No sé cómo se las arregló para entrar pero estuvo conversando con ella. Le sigue sin caer bien por la manera en que se refiere.

Finnick no se separa de mi lado, todas las tardes trae esa radio para que pueda comunicarme con mi hermana. Luego de la última charla que tuve con ella, lloré toda la noche. Tal vez por no poder estar con ella, por la muerte de Mags, por Peeta y Johanna, por lo que me hicieron en el Capitolio, por la mirada de Finnick cuando abracé a Peeta.

Es lo único que puedo hacer en estos momentos. Llorar. Me cansé de luchar.. Pasé la mitad de mi vida peleando y todavía sigo esperando los resultados. Si ganamos esta guerra, será un milagro, pero si perdemos...

Enfoco mi vista en la bandeja metálica que se encuentra arriba de mis piernas. Tiene la mitad de la comida todavía. La aparto hacia la mesita que hay al lado de la camilla y me acomodo mejor apoyando mi espalda en la pared. Suelto un quejido cuando un dolor me atraviesa el abdomen.

—Con cuidado —Finnick se acerca pero cuando toca mis hombros me estremezco hacia atrás—. Lo siento...

Lo estoy matando con esto, sé que sí. El brillo en sus ojos se está perdiendo nuevamente y cada vez que está alrededor limita su contacto físico. Pero quiero olvidar lo que pasó, no quiero tener que despertarme, sudando, porque no puedo gritar, no puedo pedir ayuda, o porque en mi lugar se encuentra Finn.

—Sólo me duele un poco todavía —trato de desviar su atención.

—Venus... —niega con la cabeza.

Está a punto de decir algo cuando la cortina se abre, la chica en llamas aparece con el típico uniforme gris, aunque tiene una mueca de cansancio en su rostro y una expresión de dolor la recorre cuando lleva una mano al costado de su abdomen.

—Katniss, tendrías que estar descansando —aclara Finnick.

—Tengo que hablar con Venus.

El rubio me mira por un segundo, cuando asiento, él se va no muy convencido de mi decisión pero no dice nada. Katniss camina a paso lento hasta sentarse en la silla que se encuentra al lado de la camilla. Juego con mis dedos sobre mi regazo, estoy nerviosa y no sé bien por qué.

—¿Estás mejor? —pregunta sin siquiera mirarme a los ojos.

—¿Qué pasa? ¿Tienes culpa de que tu familia haya sido más amable conmigo que tú? —digo a la defensiva.

—Tendría que haber venido antes, pero estaba ocupada —responde seria—. Me dispararon.

—Sí, lo sé. Pero ya estás mejor, ¿no? —inquiero—. Se aseguraron que nada le pasara al sinsajo.

—¿Vas a atacarme como Johanna?

—No, sólo digo la verdad. ¿Por qué estás aquí?

Finalmente levanta la vista, sus ojos chocan con los míos. Ya no parece una niña de diecisiete años, sus rasgos se endurecieron y tiene un fuego en los ojos que es peligroso.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora