Capítulo 12

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Me despierto con el sonido del cañón.

Un tributo menos.

El frío cala mis huesos, tengo la chaqueta puesta y estoy dentro de la bolsa de dormir que venía en la mochila.

Parecería imposible que con las altas temperaturas que tuvimos en el día, ahora estemos rozando los cero grados, o incluso menos.

Froto cada tanto mis manos para entrar en calor, tengo poca sensibilidad en los dedos. Pero esto será en la noche nada más, luego volverá el calor infernal del desierto.

No sé cuál es peor. Al menos tengo agua... o más o menos.

Tengo que buscar otra fuente, una en la que no tenga que usar esas pastillas blancas. Solo me quedan dos y no entra demasiado líquido en la botella.

Antes comí un poco de los frutos secos, también tengo que buscar algo para cazar, aunque parece difícil que algún animal pueda vivir en estas condiciones extremas.

Además, perdí el cuchillo.

Bufo.

Mi única oportunidad de tener un arma se evaporó con Einar.

Me acurruco mejor en la bolsa de dormir. Todavía es tarde, estoy segura que faltan un par de horas para el amanecer.

Trato de imaginar que estoy en la playa del cuatro, que es otro día en dónde salgo a nadar para olvidarme de todos los problemas que me esperaban en casa y en el distrito. Me imagino el mar para así olvidarme del frío que hace y en el lugar donde me encuentro.

Creo que duermo seguido casi una hora y luego me mantengo en un estado de somnolencia lo que resta de la madrugada.

Apenas las primeras luces del día comienzan a aparecer guardo todo en la mochila.

El aire más cálido empieza a sentirse y destenso los músculos agarrotados por culpa de la noche helada que pase.

Lleno la cantimplora con el agua de color óxido, pero no le agrego aún la pastilla para limpiarla, en caso de que encuentre agua lista para tomar.

Trato de seguir el camino que hace el líquido al caer por las rocas. El charco forma un canal hacia lo que creo que es el norte, así que me dirijo hacia allí.

La arena ya comienza a calentarse y tengo que volver a ajustar la chaqueta a mi cintura.

Camino siguiendo el rastro rojo que deja el agua a su paso, es una diminuta línea, pero si prestas la suficiente atención se logra ver.

Son doce los tributos muertos, la mitad en un día, y teniendo en cuenta la Arena de este año, no creo que duren demasiado los juegos. No recuerdo haber visto unos juegos de este estilo nunca, a menos de los que tenga memoria.

Freno de golpe cuando pierdo el rastro. En realidad desaparece por completo. Las marcas rojas se funden con la arena. Entierro mis manos en esta y trato de buscarlo nuevamente. Pero es inútil, la arena borra todo.

Resoplo.

—Tranquila, Venus... —intento no alterarme.

Sigo en la dirección que estaba yendo, hacia el norte. Si para el mediodía no consigo nada, volveré al lugar de las rocas, donde está el charco.

Aquí estoy más expuesta, hay grandes dunas de arena, no es todo llano, pero tampoco hay nada cerca para esconderse.

¿Vega dónde estás?

Asumiendo que aún sigue en pie nuestra alianza.

Camino por las próximas dos horas. Silencio es todo lo que se escucha a mi alrededor, está demasiado sereno y eso nunca indica algo bueno.

La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora