Capítulo 30

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Camino por la arena, sintiendo la brisa en mi pelo y el sol calentando mi piel. Gia está a mi lado y me sorprendo cuando Wade sonríe en mi dirección. Luego se alejan para jugar en el mar y me quedo observándolos.

Se siente tan pacífico, tan sereno...

Una mano se aferra a mi brazo y me tira hacia atrás. Caigo en la arena, pero de repente no consigo ver a mis hermanos, hay una presencia tensa en el ambiente y cambia abruptamente cuando Einar se cierne sobre mí.

La desesperación me embarga. Miro hacia todos lados buscando a Gia y Wade pero solo consigo divisar la Cornucopia. Einar separa mis piernas y rasga mi camiseta. Hay un brillo de locura en sus ojos y trata de besarme a la fuerza.

Lo golpeo y forcejeo con él para liberarme. Tanteo un cuchillo detrás mío y lo clavo en su pecho.

Einar desaparece.

Un candelabro es lo primero que visualizo, colores cálidos, luces tenues. El hombre al que me vendió mi padre besa mi cuello y entra bruscamente en mí haciéndome soltar un gruñido de dolor.

Me embiste una y otra vez mientras lágrimas caen por mis ojos. No se detiene.

El hombre cambia al cliente que me obligó a ver Snow. Su barba raspa mis piernas, remueve mi pelo y tira de este. Es cuando intenta besarme que grito.

—¡Venus! —gritan mi nombre—. ¡Venus! ¡Es una pesadilla!

Inhalo una bocanada de aire y me levanto rápidamente hasta quedar sentada.

Siento los latidos de mi corazón a mil por hora y sudor me recorre la frente y la espalda.

—Tranquila, ya pasó —frota una mano por mi brazo en consuelo.

Mis sentidos se espabilan. Estoy en mi habitación del Capitolio, le pedí a Finnick que se quedara conmigo luego de lo de anoche.

—E-Estoy bien —menciono con voz entrecortada.

Volteo a verlo. Se encuentra alerta, tiene ojeras bajo sus ojos y sus rizos despeinados. Lleva la misma ropa que tenía ayer.

—Estamos aquí —toma mi mano—. Ya pasó, ¿quieres hablar de ello?

—Creo que lo de anoche me afectó más de lo que pensaba —me encojo de hombros.

Suspira.

—Te entiendo —aprieta mi mano.

Unos golpes suenan en la puerta.

—¿Qué hora es?

—No lo sé —responde—. Tal vez sea la hora del desayuno.

Me levanto de la cama y camino hacia la puerta. Siento un dolor agudo en mi entrepierna al dar cada paso.

Entre abro la puerta para que no se vea el interior.

—Mags...

La mujer me regala una sonrisa y por medio de señas me indica que Annie y Adrian ya se despertaron, están desayunando en el comedor.

—De acuerdo, ya vam... ya voy —corrijo.

Mags se retira con una sonrisa pícara que me imagino que se dió cuenta de mi error.

—Annie y Adrian están desayunando —le aviso al rubio que todavía se encuentra sentado en la cama—. Será mejor que vayamos.

—Sí... —se levanta sin ánimo y encara hacia el balcón que conecta nuestras habitaciones.

—Finnick... estaré bien —afirmo—. Estaremos bien.

—Claro —sonríe forzadamente.

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La Sirena del Capitolio | Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora