No despego mis ojos de los Vigilantes. Me muevo lentamente, balanceando de más las caderas, hasta llegar a la mesa donde se encuentran los cuchillos.
Muy bien, Vega. Espero que tu idea funcione.
Agarro un cuchillo bastante similar con el que practiqué el otro día en el entrenamiento. Lo tomo delicadamente por el mango y comienzo a pasarlo suavemente por todo el largo de mi cuello. Tiro la cabeza un poco hacia atrás y entrecierro los ojos para dejar mejor visión de lo que estoy haciendo.
Cuando bajo un poco más el cuchillo, retomo mi posición inicial y veo como los espectadores se tensan, pero también hay un dejo de sorpresa y confusión en lo que estoy haciendo.
Paso el cuchillo por entre medio de mis pechos sobre la camiseta de ejercicio, la llevo hasta la cintura, por mis caderas y luego lo subo por mi brazo izquierdo hasta mi hombro.
Sin dejar el cuchillo comienzo a subir lentamente mi camiseta negra, dejando descubierto mi abdomen, engancho una parte de la tela al sujetador deportivo que tengo debajo para que no se caiga y que permanezca desnuda esa zona de mi piel.
Llevo el cuchillo allí y entrecierro los ojos haciendo una pequeña sonrisa de satisfacción por la sensación fría del metal contra mi piel caliente.
Todo lo que se puede escuchar en la sala es un completo silencio. Estoy en el centro, justo enfrente de los Vigilantes, y cuando vuelvo a abrir los ojos hay destellos de deseo en sus ojos.
Trago saliva. No es momento para acobardarse.
Detengo el movimiento del cuchillo por mi cintura y con cuidado lo llevo hacia mi palma izquierda. Hago un corte no muy profundo, lo suficiente para que salga sangre. No hago ninguna mueca, en vez de eso paso el cuchillo con un poco de sangre por mis labios sin apartar la vista de los Vigilantes.
Uno de ellos se remueve incómodo en el asiento, mientras que otro se aleja más de la silla hasta el punto de casi se cae.
Bien. Justo lo que quiero.
Llevo mi palma hacia mi cuello y comienzo a hacer caricias sobre este y bajarla hasta mi clavícula , siento como la sangre caliente se impregna en mi piel y como unas gotitas chorrean. El cuchillo lo guio nuevamente a mi abdomen y dibujo sobre este unas líneas rojas alrededor de mi cintura. Por último paso mis dedos por mis labios ahora con gusto a sangre y sonrio.
Comienzo a moverme de nuevo hacia la mesa de los cuchillos y agarro un par más sin soltar el que tenía en mi mano derecha. Luego me posiciono en el área de tiro.
Respiro.
Flexiono mi brazo y lanzo el primer cuchillo. Cae en el centro. Luego hago lo mismo en la diana siguiente, también queda en el centro. Por último, tomo el cuchillo que tenía mi sangre, estiro mi brazo y lo lanzo.
Sonrio satisfecha cuando cayó en el centro. Me volteo para mirar a los Vigilantes.
Siguen cada uno de mis movimientos sin perderse ni un detalle. Hay una sonrisa engreída en uno de ellos que me hace temblar, pero no lo demuestro. Me vuelvo a posicionar en el centro de la sala, acomodo mi camiseta y juego con un mechón de pelo mientras sonrio inocente.
—Gracias, caballeros —comento y me encamino hacia la puerta sin oír un solo comentario de ellos.
Espero que haya funcionado.
Cuando salgo, camino rápidamente para que ningún tributo pueda ver como voy. Siento la sangre seca en mi cuello y solo me dan ganas de vomitar. Logro captar algunas miradas, pero la mayoría se encuentra nervioso por la prueba y los profesionales ya se fueron, así que me relajo un poco.
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La Sirena del Capitolio | Finnick Odair
Fiksi PenggemarVenus Harkin nunca quiso ser el centro de atención, nunca quiso ir a los Juegos y definitivamente nunca quiso todo el sufrimiento que conllevaría eso. Porque Venus Harkin ya sufrió suficiente antes de ser cosechada. Y la única persona que compendió...