La tela del camisón me raspa la piel. Es áspera, de un color blanco sucio y me llega hasta debajo de las rodillas.
Todo es blanco.
Lo odio.
Llevo la vista a mi brazo. La marca del suero está desapareciendo, aunque dejó un feo moretón en su lugar. Ni hablar de la cantidad de uñas que tengo clavadas en mis brazos y piernas.
Sacarme sangre es mi mayor entretenimiento estos días. Pero no lo hago a propósito. Sirve para controlar mis nervios.
Hace seis días que me capturaron. Al menos yo creo que fue hace seis días, las fechas están todavía confusas y la gente de aquí no me habla, solo se dedican a mirarme de mala manera, pinchar mi brazo e irse con una mueca de satisfacción. Nada de lo que no estuviera acostumbrada.
Al final uno termina cambiando un infierno por otro. Hay cosas que nunca cambian, cosas que siempre me van a perseguir vaya a dónde vaya.
Mi garganta está seca, pero prohibirme agua es otra de las cuestiones que controlan aquí. Ellos deciden cuando como y cuando bebo.
No.
Ellos no.
Snow.
Él es el culpable de todo esto. Aún no tuve mi encuentro con él y no sé si eso es algo bueno o malo. ¿Qué está esperando?
Intento acomodarme en la especie de camilla en la que me encuentro. La habitación es pequeña, diminuta en realidad. Solo hay lugar para una cama que simula ser de hospital y una puerta dónde está el baño.
Podría ser peor.
Estoy esperando que sea peor.
Es la calma antes de la tormenta. Está esperando algo, ¿pero qué? ¿qué quiere? ¿de qué podría servirle?
Mi espalda queda pegada contra la pared, enfoco la vista varias veces. La luz me ciega, siempre parece que una estrella ilumina el lugar de lo fuerte que es. Luz blanca obviamente. Hacen que mis ojos duelan.
Cuando me sedaron apenas llegué no tuve tiempo de inspeccionar nada, pero en los últimos días, encerrada en cuatro paredes, pude echar un vistazo alrededor. Por ejemplo, sé que me alimentan dos veces por día, antes de entrar siempre piden que esté sentada en la camilla y con las manos dónde las puedan ver. Esas dos veces que viene también sirven para usar el baño, está cerrado con llave así que solo ellos pueden abrirlo.
El suero duró tres días más o menos, tres días donde un condenado hijo de puta me pinchaba de más con la excusa de que no encontraba mi vena. Por eso los moretones.
Traté de escuchar algo en los pasillos, lo que sea. No sé si lograron rescatar a Katniss, a Peeta, Johanna... no sé qué pasó con Finnick. Pero me limito a pensar que si Finnick estuviera aquí, el presidente ya hubiera aparecido para alardear de ello. Ese es mi consuelo.
Solo espero que estén bien, todos ellos. Porque mientras ellos estén bien yo tendré un motivo para luchar, para volver. Para regresar con mi hermana, mi novio y mis amigos.
La puerta hace ruido y a continuación un hombre entra, lleva una bata blanca y la barba oscura perfectamente recortada.
—Tú no eres Jack.
—Señorita Harkin —traba la puerta al ingresar—. Un placer finalmente conocerla.
—¿Dónde está Jack?
—Veo que tiene un cierto interés por el doctor Lloris —coloca sus manos detrás de la espalda—. Lamento informarle que hoy no se encuentra disponible, me tocará a mí revisarla. ¿Tiene un interés particular por el doctor?
ESTÁS LEYENDO
La Sirena del Capitolio | Finnick Odair
Fiksi PenggemarVenus Harkin nunca quiso ser el centro de atención, nunca quiso ir a los Juegos y definitivamente nunca quiso todo el sufrimiento que conllevaría eso. Porque Venus Harkin ya sufrió suficiente antes de ser cosechada. Y la única persona que compendió...